Popularmente conocidos como la tribu de los “PorSiLaPongo”, los hombres que apoyan y simpatizan con el feminismo de la tercera ola, parecen vivir en una tierra de nadie. Porque si bien aquellos que apoyamos el campo de la igualdad entre hombres y mujeres no logramos digerir a plenitud los planteamientos del feminismo más purista que este oleaje propone, y nos sentimos muchas veces, como una suerte de Al Bundy en un episodio de Futurama, los porsilaponguistas viven su propio drama tratando de acoplarse, de machihembrar en un movimiento que quiéranlo o no, los observará siempre con recelo, bajo continua sospecha de ganancia secundaria, porque este feminismo no le pertenece a los hombres, no al menos en la fisonomía y en la perspectiva de un feminismo de género, reivindicativo frente al abuso patriarcal, como el que se observa desde la irrupción del #MeToo y otras consignas que han generalizado sobre una específica sexualidad masculina bastante monstruosa.
Así las cosas y pese a las procesiones, los juramentos, el público sapporo que realizan con fervor, estos hombrecitos, los porsilapongo, no logran cuajar en el feminismo y son vistos, de otra parte, desde la vereda conservadora más primitiva obviamente, como unos patéticos remedos de hombre que por más que se esfuercen, por más que renieguen de su macho interno, aunque abjuren del patriarcado y sus abusos, aunque se sumen feroces a la gestapo de las redes sociales apuntando a cuanto machista se les cruce, el movimiento feminista seguirá observándolos como una herramienta de juguete, una que se utiliza con cierta condescendencia y con el natural desprecio que subyace hacia aquellos que se han desclasado, desnaturalizado o en su caso, desgenerado.
Es lamentable verlos de rodillas, pidiendo perdón por sus machismos antiguos (si un lustro puede considerarse “antigüedad”), esperando permanecer aceptados. Los espectáculos más lamentables los han brindado aquellos que parecían más comprometidos, que llegaron a sumarse a la puritana inquisición contra el macho abusador, obviando inclusive el principio de Inocencia, salvavidas que solo una vez que la ola los ha alcanzado, han vuelto a recordar como un principio básico, necesario y humanitario, que antes le negaban a otros por el solo mérito de la denuncia.
Tal vez la imagen más potente sea la del hombrecito que se fue a pasear desnudo a una marcha con un cartel expresando que pese a estar rodeado de mujeres y desnudo, no sentía miedo, claro, eso hasta que una expolola lo “echó al agua” recordándole episodios de violencia y pensiones de alimentos impagas. Otro tanto se anotó el “cantante” Me Llamo Sebastián, porsilaponguista eximio, que terminó anunciando que se iba del país tras las denuncias de violencia machista en su contra. Nicolás López, el ex gordo director de cine adolescente, había anunciado hasta una película sobre el MeToo antes de que se lo faenaran sus propias actrices. Luego vino el turno de Baradit y Ortega, feministas declarados en cada foro, que en vez de defender su derecho a la libre expresión en sus escritos y performances, optaron por un harakiri sangrante, pidiéndole perdón a medio mundo, a petición de la vieja del pelo azul y reconociendo que efectivamente pensaban en clave machista, pedófila y hasta zoofila, PERO que eso era antes, en el pasado, por allá por los lejanos años del 2011, cuando al parecer en Chile aún estaban permitidas ciertas prácticas que ni el Estado Islámico admitiría hoy. Demás está decir que sus explicaciones han sido sido para los reaccionarios, un manjar más excelso que la eliminación de Sampaoli del Mundial en el paladar del Bichi Borghi.
Mención aparte merecen los estudiantes de la facultad de Derecho de la Universidad de Chile, que en un paroxismo porsilaponguista, ya han perdido hasta el derecho a voto en la mantención de la toma de su escuela.
Es el problema de perder las bolas, a veces, cuando dejas que te las corten, también te quitan la capacidad de observar la realidad de manera crítica e independiente y te conviertes en algo peor que un zombie fanatizado, te conviertes en un eunuco intelectual.