jueves, 10 de septiembre de 2015

Fiestas Patrias, los patriotas de Punta peuco y la cueca de la Presidenta.

Septiembre debe ser el mes en que más sufren mis oídos. Es un mes hermoso, el clima mejora, las personas que nacen en este mes, son maravillosas, generalmente amigos entrañables y amores infinitos. Los pajaritos cantan, sopla el viento sobre el mar, puedes arrojarte descalzo en la arena, caminar a recibir el viento con los brazos extendidos mientras el océano pacífico te besa los pies rugiendo de alegría, y los chicos corren por los prados tratando de encumbrar sus volantines. Sin embargo, existe un “pero”, ese algo que logra estropear un mes que debiera ser perfecto. Es ese sonido del tikitikiti, los silbidos irregulares y agudos, el zapateo sin asunto, el pandero y el sonido uniforme y repetitivo hasta el cansancio del denominado baile nacional, la cueca, que me torna aun más misántropo de lo que ya soy, y me siento como el Agente Smith enclaustrado en la matrix, desesperado interrogando a Morpheus. Detesto la cueca, lo siento, pero es así. La encuentro grotesca, tosca, pretenciosa y hasta un poco estúpida. Es un baile incómodo, es como observar el cortejo del gallo a la gallina, con la presencia de un gallo bastante inepto que en todo el baile no logra jamás pisar a la gallina. Además, en una tierra de poetas y cepas majestuosas, la puerilidad de la lirica de esas cuecas zapateadas, revela una pobreza interior tan potente que no puedo sino más que esperar que corran rápidos los días de algarabía y alcoholismo colectivo a la espera de la Gran Parada Nacional, que es sinónimo de una Gran Resaca Nacional. (Sé que hay gente que espera la parada militar y se ponen frente al televisor en silencio, y hasta la graban en video, algo realmente freak.) Seguramente los cultores de la llamada “Cueca Brava”, dirán que soy un pendejo que no tiene idea de lo que habla. Seguramente tendrán razón. Ni siquiera se bailar la cueca: para mi tiene mucho de trauma. Todos los años en las clases de educación física me martirizaban con el bailecito patrio arrancando carcajadas entre mis congéneres con mis torpes pasos de gallito de la pasión. Para colmo, tuve una novia que era huasa, y para no desentonar me enseñaba todos los años a bailar cueca, esta vez, para hilaridad de su propia familia. Así que ya ven, seguro hablo desde la herida con esto de la cueca, especialmente cuando digo que la “Cueca Brava”, me parece un intento tan candido como calentón, por hacer parecer a la cueca normal, algo que no es, un baile sensual, que si lo fuera, no habría necesidad de inventarle un apellido, ni poner cara de strip dancer al bailarla entre excesos de vino y revoltijos semi acompasados de cuerpo. Pero ojo que es una opinión de alguien que no baila ni la Macarena. Chileno y no baila cueca, sí, ese soy yo. No soy patriota. No creo en la patria, creo que el concepto ha servido para terminar antes de tiempo con muchas vidas valiosas y entregar muchas ganancias y ventajas a la clase dominante de los países. Una estrategia muy efectiva (pese a lo absurdo de su concepto) , para enviar al resto a morir en las trincheras de guerras colonialistas o independentistas, según el caso, o derechamente en invasiones para recuperar minas de salitre u otros minerales, asesinar a hermanos suramericanos igualmente arrojados a morir por sus élites, patriotas soldados convencidos de que salvarán al país de algún cáncer marxista, extraterrestres come guaguas, o cuanta idea se les ocurra a los dominadores para mandar a otros a poner el pecho a las balas, o recibir el castigo, que como rehenes o condenados, todos terminarán pagando, en nombre de la patria. Fíjense que hoy todos ponen el grito en el cielo, porque el reaccionario latifundista y diputado Urrutia, un gallo que se autodefine como un tipo que camina derechito y que no se anda con noblezas, ha dicho algo que no es nada nuevo, que piensa que “los verdaderos patriotas están en Punta Peuco”, la cárcel especialmente diseñada para acoger a los militares condenados por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura de Pinochet. Obviamente ha sacado ronchas con su declaración, que no hace más que exteriorizar el sentimiento más básico de aquellos, que hasta el día de hoy, creen que haber bombardeado La Moneda, derrocado a un gobierno democrático, asesinado y torturado a miles de compatriotas, fue el precio a pagar por salvar a la patria, el precio a pagar por la libertad antes que el advenimiento de la esclavitud comunista, que también imponía regímenes brutales, ese “eran ellos o nosotros”, donde finalmente ese precio, el precio de tener esta sociedad tan relinda, tan libre y tan robusta de la que tanto se enorgullecen los super economistas liberales, los únicos que finalmente lo están pagando realmente, son los verdaderos patriotas, los que actuaron influidos bajo el convencimiento de que actuaban en nombre de la patria. Así la premisa es absolutamente cierta, esos patriotas son los únicos que están efectivamente en Punta Peuco (no todos, que faltan muchos patriotas más que aun no asoman la nariz por los tribunales). Sin embargo, más allá del tufillo a reconocimiento moral, por los servicios prestados, y denuncia de pago de Chile, el diputado Urrutia, con la sabiduría tan propia, tan criolla, tan del hacendado patrón de Fundo, deja en claro otra realidad: que efectivamente, sólo los que se comieron el cuento de salvar a la patria, están en Punta Peuco. Los que no apretaron el gatillo, los que le sobaron el lomo a los generales, los que fueron a arrojar maíz en las afueras de la Escuela Militar, los que crearon el clima de destrucción y de odio, y lo que es peor, los que se beneficiaron del trabajo sucio de los ahora denominados “patriotas de Punta Peuco”, gozan de total impunidad, riqueza y libertad. Ellos se han repartido con total tranquilidad, y en complaciente amaño, el país completo, con sus antiguos adversarios “marxistas”, hoy Concertación, Nueva Mayoría o como quieran denominarse. Privatizaron empresas, sueldos de trabajadores y recursos nacionales, y más tarde se las arreglaron para mantener el estado de cosas de forma tan conveniente a sus intereses que los mantienen así hasta el día de hoy, en total beneficio de una élite, política y empresarial que ha trabajado en connivencia de su propio beneficio, que es un hecho del cual la ciudadanía (incluyendo a la Señora Juanita de Ricardo Lagos), finalmente se ha percatado, y con total disgusto y asco, ocasionando la actual crisis de la clase política o crisis de las élites, como se le ha denominado. Esta crisis, como toda crisis, suponía una posibilidad de crecimiento, de reformulación de todo lo que estaba mal. Pero no, no lo aceptaron. La gula ha sido superior. Así es que aprovechando la gula superior, del hijo inferior de la Presidenta, le dieron una estocada mortal al impulso reformista comprometido por la Nueva Mayoría con sus electores que les entregaron suficientes escaños en el Congreso para legislar todo lo que quisieran. Pero claro, eso era antes de que el miedo se apoderara de la Presidenta hasta inmovilizarla por completo, tratando de asirse a algo, a sus asesores porros, al vino han llegado a decir en los medios, porque es tal el nivel de desconcierto y desprestigio de la élite, que ya algunos quieren pintarnos a una Bachelet firmando decretos y regalando bonos al son de la Sonora Palacios y un Terremoto bien cargado, de esos que no le gusta recordar. Ahora, para colmo de males, le toca bailar la cueca presidencial de Fiestas Patrias. Por protocolo correspondería que baile con el máximo pastel republicano desde el regreso a la democracia, que es su propio hijo, pero ello resulta impensable. Yo, así como no sé nada de cueca no sé nada de protocolo, pero me atrevo con algún consejo frente a este verdadero misterio de la farándula folclórica nacional. ¿Saben qué es lo que yo creo que sería algo bueno? Que no se salte el protocolo y que baile la cueca, y que la baile con una mujer, como un signo de empoderamiento femenino, sin renuncia, como un símbolo de integración sexual, sin renuncia. Como un símbolo de que no está abatida, que es capaz de los actos más controvertidos, que los debe dar ella, no sus asesores. Como un símbolo, que nos refresque a todos en la memoria a esas mujeres que quedaron viudas cuando les mataron a su familia en este mes de septiembre, tan patrio y multicolor, es más, quiero que baile con la mujer quemada Carmen Gloria Quintana, para que todos los colaboracionistas de las élites del poder vean el rostro del dolor que dejaron tras de sí, utilizando a otros, en nombre de la patria. Sería fuerte. Sería potente. Sería un verdadero símbolo de que no existen renuncias, cuando verdaderamente existen convicciones.

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