sábado, 10 de diciembre de 2016

Charly Nepali. Parte 2: las cumbres del Annapurna.

Buda was born in Nepal, se lee en muchas partes, y así se han encargado de reiterarmelo mis guías. Lo siento como una suerte de lema patriotero medio forzado, como esos relativos a que el pisco es peruano o que Gardel es uruguayo. 

Buda habría nacido en Lumbini y ahí viene la historia del sueño con el elefante blanco y la mitología respectiva por casi todos conocida. 

Mi guía en Katmandú no quería mucho a los Hindúes, "tratan de olvidar que Buda nació en Nepal. No son de fiar, son mentirosos". Me causa risa su desconfianza nacionalista.

Finalmente creo haber comprendido lo que es una mandala, cuando visitamos una galería de arte-escuela en que fabrican pinturas hechas a mano. Me explican la teoría de la iluminación de Buda con el cerdo, la serpiente y el águila en el centro representando los males que azotan al hombre: la pereza, la ira y la envidia. 

En las mandalas el  espacio sagrado (el centro del universo y soporte de concentración) es representado como un círculo inscrito dentro de una forma cuadrangular. En la práctica, los yantrashinduistas son lineales, mientras que los mandalas budistas son bastante figurativos, como el de la pintura que me decidí a comprar, en que Buda alcanza la iluminación escapando de ese centro: “la conciencia más alta o «mente», común a todos los seres conscientes, que depende de abrazar de manera no sentimental la existencia en su totalidad. Una verdadera experiencia de prajna corresponde a la «iluminación» o liberación —no cambio, sino transformación—, a una visión profunda de la identidad personal con la vida universal, tanto pasada como presente y futura, lo que impide que el hombre haga daño a otros, librándole del miedo al nacimiento-y-muerte.

En el siglo V a. C., cerca de la ciudad de Gaya, al sureste de Benarés, Sakiamuni logró la iluminación mediante una profunda experiencia de que su «verdadera naturaleza», su naturaleza como buda, no era diferente de la naturaleza del universo.” (Peter Mathiessen).


Pero eso fue en Katmandú y ahora estoy en Pokhara, una ciudad mucho más tranquila y turística muy cerca del Annapurna. Acá se realizan muchos trekking y se practica deportes extremos para turistas. En ese sentido se parece a  nuestro Pucón, tenemos paragliding desde los cerros, rafting, paseos en canoa, zip fly y sobrevuelos al Himalaya en ultraligero, helicópteros y avionetas.

Bajando del avión del Yeti se observa el Himalaya con una cercanía sobrecogedora, y el FishTale, una montaña con forma  de aleta de tiburón, parece más alta de lo que realmente es producto de su cercanía con la ciudad, sin embargo más atrás y a mucha distancia se encuentra una montaña de más de 8000 metros.

Me espera mi guía con un letrero  con mi nombre perfectamente escrito. Me deja en el hotel, con vistas magnificas al Annapurna y le explico que deseo sobrevolar el Himalaya en uno de esos mini avioncitos y que me quiero lanzar de un cerro en una cuerda. Bipin, que así es el nombre de mi guía, actúa con gran dedicación y reorganiza todo el tour a fin de cumplir con mis expectativas cabalmente, lo que confirma el planteamiento de Mathiessen en torno a que “se sirve a la tarea, no al patrón. Saben, como budistas que son, que hacer las cosas importa más que el éxito o la recompensa; que servir desinteresadamente es ser libre”. Eso no significa que yo deba comportarme como el personaje de Steve Buscemi en Reservoir Dogs que "no cree en las propinas".


Esta noche es la Superluna y yo tengo unas super ganas de comer un filete de yac, pues aquí por influencia de la religión de los hindúes no se comen a las vaquitas. Son sagradas, ellas encarnan la presencia de los dioses. Para el hinduismo, todo lo que proviene de una vaca es sagrado (su cuerpo contiene unos 330 millones de dioses y diosas). El antropólogo Marvin Harris dio una explicación materialista del fenómeno de la vaca sagrada: durante el período de los vedas (pueblo ganadero que dominó la India septentrional entre 1800 y 800 a.C., y al que refieren los primeros textos sagrados hindúes), la carne de vaca se consumía. Pero la población humana creció y la bovina disminuyó, los bosques se redujeron y la provisión de carne comenzó a escasear. Los campesinos pobres enflaquecían, morían desnutridos, mientras que brahmanes y chatrias continuaban engordando. Limitando el consumo de carne y aumentando la explotación agrícola y lechera del ganado, los campesinos podían alimentarse más y mejor. Si los animales consumen cereales, y los hombres consumen esos animales, se pierden nueve de cada diez calorías y cuatro de cada cinco gramos de proteínas. Las vacas eran más valiosas pariendo bueyes que tiraran del arado y no asándose a la parrilla. Pero los brahmanes no estaban interesados en renunciar a sus privilegios alimenticios. Dicen que le explicaron a un sabio brahmán que no debían comerse vacas porque los dioses las dotaron de un gran poder cósmico, a lo cual el sabio brahmán respondió: “No digo que no, pero yo comeré de ella de todas formas siempre que sea tierna”.


Para las familias, según me dice Bipin, son un símbolo de prosperidad y por eso muchos nepaleses que siguen la religión del hinduismo, tienen sus propias vacas pues con ello atraen la fortuna de la diosa Lakshmi , de la prosperidad y aseguran bendiciones para sus hogares. Si bien no pueden matarlas ni consumir su carne, su leche si pueden consumirla. Se trata de la Kâmadhenu («otorgadora de deseos»), la vaca de la abundancia, tomada como representación de Lakshmî, diosa de la prosperidad. Este animal tenía el poder de conceder todos los deseos. Es, pues, sagrada por su generosidad hacia los humanos, como proveedora incansable, pues puede producir cantidades infinitas de leche y es la nodriza de todos los seres vivientes. Kâmadhenu surgió del batimiento del océano primigenio. Además, representa en sí a todas las especies animales.


Hay muchos dioses entre los hindúes, Hanuman el rey mono; Ganesha el dios elefante hijo de Shiva; Kali, la Negra, el feroz aspecto femenino del tiempo y de la muerte, devoradora de todas las cosas, es la consorte del dios hindú del Himalaya, el gran Shiva, recreador y destructor; su negra imagen, con su collar de calaveras humanas, es el emblema de este oscuro río que, retumbando desde cimas ocultas y desde las vastas nubes de lo desconocido, ha llenado al viajero de aprensión desde que el primer ser humano trató de cruzarlo y fue arrastrado por las agua”. 

Me gustan los politeísmos, creo que fomentan la tolerancia, la inclusión y la diversidad. El politeísmo no ha matado a nadie más que algunas cabras en ofrendas rituales. Llevo puesto, como tributo, un collar con Ganesha en el pecho, el vencedor de los obstáculos.

Por la noche hago algunas compras y ceno en un restaurante lamentablemente occidentalizado, sin "picante" en sus preparaciones y mi filete de yac resulta decepcionante. He logrado reducir mi consumo de 8 tazas de café diarias a solo una, lo que es un tremendo logro considerando que el café nepalés es exquisito. Voy preparando mi cuerpo para cuando deba ascender a los 3800 metros en Lhasa, Tíbet. 


Mis problemas de biológica ansiedad tambien se han reducido. Esa manía que padezco por planificar y vivir constantemente en el futuro decae de manera asombrosa en estos parajes. Estoy controlando a Kali, la negra, me digo al acostarme observando por la ventana del hotel una luna majestuosa sobre el Annapurna.

Recién cuando estoy volando por encima del Himalaya y siento que puedo tocar con mis manos la punta del fishtale creo comprenderlo, por fin en mucho tiempo caigo en la cuenta lo valioso del aquí y del ahora, con exclusión de cualquier otro estado, momento o lugar. «¡Come cuando comes, duerme cuando duermes!» que plantea el zen, y algunos místicos como la santa Catalina de Siena, tras años de meditación silenciosa planteó que «Todo el camino hacia el paraíso es paraíso»; y en estos momentos comprendo que el paraíso no es solo este momento que parece tan sublime volando como un pájaro libre sobre el Himalaya, sino que el paraíso debe ir conmigo en cada paso, en cada instante, que debo de dejar de pensar en el futuro porque el tiempo no existe realmente, al menos no el tiempo lineal al que nos han adoctrinado, el pasado, el presente y el futuro se desenvuelven siempre en un aquí.


Mathiessen lo plantea de este modo: “el tiempo no se mueve porque también es espacio y uno y otro no están nunca separados; no hay palabras ni expresiones referentes al tiempo o al espacio como separados. Esto está cerca del concepto de campo en la física moderna. No hay tampoco un futuro temporal; está ya con nosotros, aconteciendo o manifestándose." 

A veces es necesario un gran silencio para recobrar la cordura. 

Cuando los vientos ascendentes nos golpean y desestabilizan recuerdo que este ultraligero no es muy diferente a un avioncito de papel. El piloto, un chico que no debe pasar de los 20 años, me dice que hoy está especialmente ventoso y divertido, y que a continuación sobrevolaremos una laguna entre dos acantilados y que no me sobresalte por los golpes de viento ascendente. 


La vista es maravillosa. Se me congelan las bolas y no me siento la nariz, pero aun así estar aquí, en el techo del mundo, a metros de las cimas del Annapurna, vale la pena, cada instante aquí de estar parado como un angel sin responsabilidades sobre el techo del mundo parece una vida completa. 

Atrás queda el mundo, mi reciente divorcio que causó asombro en mi amigo Dinesh en Katmandú pues para ellos divorciarse significa entregar la mitad de los bienes a la mujer (incluyendo la herencia familiar), por lo que no es una buena idea. Acá arriba todo eso parece tan vulgar, tan corriente. Me recuerda a esos momentos de vértigo de la infancia en que me subía por primera vez al techo de una gran casona abandonada cerca de la casa familiar, pero lo siento multiplicado por cien. El piloto me pregunta si no tengo inconvenientes en hacer algunos giros, y ante mi buena disposición se lanza a girar con velocidad cayendo y subiendo ante los ojos del Fishtale, apaga el motor unos instantes y tras una breve caída libre entre gritos, espera que el viento nos golpee un poco para reiniciar el motor. No siento miedo, se que no me pasará nada, no existe la muerte ni la fatalidad en estos instantes, solo la fascinación de no saber si estoy despierto o estoy soñando, como en esos sueños muy lucidos que suelo tener en que vuelo por las calles y tengo perfecto dominio de mi entorno porque se que es solo un sueño y puedo hacer cualquier cosa, porque ahí soy yo el dueño de mi universo. ¿Es tan distinta la realidad o es solo un sueño en que el durmiente no alcanza aun la lucidez? 

Esa lucidez es tal vez lo que Buda percibió, su identidad con el universo; experimentar así la existencia es ser Buda. El hombre como la materia del cosmos contemplándose a sí misma, en palabras de Carl Sagan. 

Recuerdo que cuando era niño y me desesperaba pensando en la razón de existir. No era el de dónde venimos para que me explicaran con las  abejitas y la semillita, era "de donde", "cómo" y "por quien" existe todo, y mis papás terminaban siempre la explicación en eñ musmo

Monosílabo: "Dios". 

Pero de dónde salió dios. Siempre existió, era la respuesta de mi padre.

Hace pocos días he leído un artículo en la red que me trajo de regreso a mis pensamientos en la montaña. Se refería al inicio del Universo y nuestra posición en él. Planteaba que el universo no comenzó en un lugar, sino en un momento: hace 13,8 mil millones de años, de acuerdo con los mejores datos cosmológicos. Desde entonces se ha estado expandiendo, no hacia un espacio puesto que por definición el universo ya llena todo el espacio, sino hacia el tiempo que, según sabemos, no tiene fin.

Cuando vemos hacia afuera, vemos hacia el pasado; mientras más lejos miremos, más veremos hacia el pasado. En el centro está el presente. No existiría una dirección para ver el futuro. Todo lo que conocemos es justo el ahora.

Así que, ¿dónde está el centro del universo? Aquí mismo, en el punto exacto del observador. Cada observador sería el centro del universo.

Ello se condice perfectamente con la observación relativa a que las galaxias que están más alejadas de la tierra, son las que más se aceleran alejándose, confirmando que estamos en el centro del fenómeno.

Matemáticamente, en términos de Einstein, toda la información y la historia disponibles en cualquier lugar del universo se conocen como un cono de luz. Todos tenemos uno y el de cada quien es un poco diferente, lo cual significa que el universo de cada uno es ligeramente distinto, y en términos espirituales, que cada uno es dueño de su propio universo, un pequeño dios, como el poeta. El universo así visto parece una gran mandala en expansión y sin bordes, con nuestros ojos al centro. 

Las religiones occidentales han convencido a sus creyentes que deben buscar a dios sobre ellos, como algo que está afuera de ellos, un ente grandioso, enorme, inefable, externo y sin control que habita en el Cielo, cuando parece que el camino siempre debió ser otro, tal vez Dios siempre estuvo adentro de nosotros, como lo planteara el maestro Eckhart: "el ojo con el que veo a Dios es el Ojo con el que Dios me ve", no muy distinto al original de Jesús al explicar "mi Padre y yo somos Uno".

En el descenso atravesando las nubes, podemos observar Pokhara completamente, la world Peace Pagoda que visitaré por la tarde, el lago y rápidamente el aeropuerto. 

El aterrizaje me recuerda que esto ha sido como volar montado en una bicicleta de la infancia. 

Ha sido maravilloso. Sublime.



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