Chilean Fiction
Un tributo a la imaginería nacional
Piloto
La noche anterior a que comenzaran los eventos,
que me llevarían camino a un trágico final, fue aquella en que celebré mi
cumpleaños número cincuenta junto a Layla, quien oficiaba como mi compañera de
vida por esos días. Celebramos en mi departamento en el centro de Santiago de
Chile. No era un departamento muy grande, ni muy nuevo, y para nada estiloso, pero
era todo lo que me había dejado la vida en mis largos años como detective
estatal, y por lo tanto para mí, era un pequeño lujo ganado con esfuerzo, en
tiempos de polución y sobrepoblación humana, tiempos sin amor, ni cólera. Dado
que la media de vida nacional bordeaba los ciento cincuenta años, yo ingresaba,
orgullosamente aquella noche, al segundo tercio de mi existencia, y sin embargo
ya me encontraba cansado, me sentía vejado por el mundo, y crónicamente
derrotado por la vida. Pese a ello, y para colmo, mantenía la irremediable
sensación de seguir siendo un pendejo, uno que quizás había corrido muy deprisa
y al que finalmente la vida llevaba directamente y de manera violenta, a
estrellarse de frente contra una pared, una y otra vez.
Al llegar a la cama me pregunté si Layla,
imaginaba o al menos se percataba, de lo anterior. Quizá sólo se trataba
de disquisiciones inútiles y medio erráticas de mi lado consciente y pajero por
el cambio de folio. El problema con ella, es que esos ojos siempre me entregan muy
poca información y esa noche la cosa no fue diferente. Me explicó lo mucho que
me quiere, y me lo demostró efectivamente con la atención que dispuso en
preparar una pequeña recepción para celebrar mi cumpleaños. Invitó a mis más
cercanos colaboradores del cuartel de detectives y fue tal su preocupación e
inteligencia, que llegó a reparar en que no me interesaba compartir con mis
superiores, que a los cincuenta, la última cosa que te puede resultar atractiva
es tener que seguir agradando a un montón de pendejos hijos de puta que te han
colocado por encima tuyo, por la sencilla razón de no haber sido lo
suficientemente hijo de puta, para ponerles la bota encima, cagarte en ellos o
bien por haberte negado a practicar felaciones morales a las porongas de mayor
rango. Pero esta información, que recojo de sus actos y delicadezas, no la
obtengo de sus ojos, es imposible, de modo que no alcanzo a saber qué es lo que
ella está pensando, ni cuáles son sus emociones, si es que las tiene. En este
momento puede estar sonriéndome, mientras apoya su cabeza en la almohada,
pensando en el último modelo de extensores capilares, en el desenlace de la
película que vimos ayer, o en lo repulsivo que le resulta tener relaciones
sexuales con un tipo como yo, con las canas amarillas, medio viejo, medio
cerdo, con la panza cocida por las estrías, un ombligo de profundidades
insospechadas, los ojos sombríos de licor y la piel seca y gris por el tabaco
barato en que termina convirtiéndose la vida. La otra posibilidad es que ella
no esté pensando en nada, siempre sonriente, sexy, simple, dejando sus campos
eléctricos en libres sinapsis hasta instalarse en fase de sueño rem. Pese a los
milenios de evolución humana, aun nos aferramos a la complaciente virtud, de
mantener encerrados los pensamientos en las oscuras fauces de nuestras bocas
que escupen en conveniente amaño las palabras, palomas mensajeras de cualquier
cosa menos la verdad. Será esa sonrisa acaso, una manifestación de compasión
pasmada y cobarde, o es solo una sonrisa. Es frustrante si lo piensas bien, no
saber en qué está pensando el objeto de tu amor. Lo puedes intuir, intentar
adivinar, con mayor o menor éxito, crear fábulas en torno a ello, pero nunca
podrás tener una certeza. Reflexiono un poco más y pienso en que quizás estoy
exagerando; un poco de crisis del segundo tercio tal vez, me digo tratando de
dormir, son ansiedades de la edad. En fin, le doy un beso a Layla, le doy las
buenas noches y me doy vuelta hacia mi lado de la cama para descansar. Mañana
será otro día, me digo, del eterno spleen, de mantener mi culo en el sillón de
la oficina bebiendo bourbon y, mirando el culo de las practicantes que se
pasean por fuera.
Cuando siento que apenas he cerrado los
párpados, el teléfono de línea directa con la Comisaría comienza a pulsar.
Observo la hora, me levanto y enciendo el sonovisor de la sala del departamento,
a fin de no perturbar el sueño de Layla. Sin embargo es inútil, ella ya se ha
despertado, con su sonrisa inalterable se dirige a la cocina a preparar café,
como si se tratase de una pitonisa abnegada que presiente lo que está por
venir.
La imagen que proyecta el aparato es la del
teniente Merino. Tiene el rostro visiblemente alterado por el trasnoche y su
aroma prehistórico a alcohol logra transponer la imagen de fotones.
- Lamento despertarlo Capitán Nerobro, sin
embargo, yo también fui interrumpido y debí salir de una fiesta en la que terminé
después de irme de su casa, bueno, aun estoy medio bombeado, pero las
circunstancias lo ameritan.
- ¿Cuáles son esas circunstancias, Merino?- le
pregunto solemne para evitar su trato coloquial.
- Un homicidio, Capitán, y no uno cualquiera.
Se trata de un pez gordo, nada confirmado, pero definitivamente es algo grande.
Lo esperan en la calle Copiapó a la altura del 1869.- finalizó Merino con
evidente dificultad etílica.
- ¿Quién es la víctima?- pregunté mientras bostezaba,
más por ansiedad que por sueño.
- No lo sé, no me quisieron informar nada,
Capitán. Al menos no a mí. La UCT, está en el lugar, así que no hablamos de
cualquier pobre diablo. Esta vez se han cepillado a un peso pesado. Dieron el
aviso de comunicarse sólo con usted, que la víctima era alguien muy importante
y que por un asunto de competencia y jurisdicción, o algo por el estilo, sólo
podían tratar el asunto con el Capitán Nerobro, que debía partir de inmediato
al Sitio del Suceso.
- Voy para allá, despierta a Romo y a Meri, que
me esperen en la oficina y preparen café. Tu Merino, se acabó la fiesta, vete a
tu casa, toma una aspirina y tírate a dormir. Sin tragos del estribo. Nos vemos
temprano en la mañana, ¿entiendes cuando digo temprano?
-
Sí, señor.
Salí pronto de mi apartamento, y corrí a toda
velocidad rumbo al 1869 de la calle Copiapó. Cuando llegué al lugar, me
encontré con la parafernalia de los de la Unidad de Crímenes Trascendentales,
haciendo como si quisieran manejar el asunto con discreción. Por supuesto que
no lo habían logrado. Toda la prensa se encontraba atestada en el lugar,
tomando fotografías, fastidiando a los oficiales, y por supuesto, alterando la
escena del crimen. Sólo les faltó firmar autógrafos. Apenas me bajé del vehículo
apareció Vallejos, el inspector en jefe de la UCT, el zoquete más grande y
farandulero de la historia policiaca nacional.
- Es algo grande Capitán, no sabemos por qué,
pero no quieren que lo manejemos nosotros. Órdenes de muy arriba, quieren que
la policía local se haga cargo. Por lo visto tenemos un nuevo caso para el
viejo y mítico Capitán Gabriel Nerobro. Eso significa que el problema es ahora
suyo.
- ¿Y cuál es el problema?- pregunto yo, con
desdén y un tono odioso, casi mostrándole los dientes.
- Su problema está muerto Capitán, muerto y
encerrado dentro de ese contenedor de basura. Sinceramente amigo, no me
gustaría estar en sus pantalones.-
Lo escucho y lo observo fijamente, para
que se percate que no somos amigos y que es tiempo de que desaparezca de mi
vista.
Camino y me acerco al depósito de basura
municipal. Se trata de un contenedor grande, color verde musgo, oxidado y
fétido. Abro la tapa esperando encontrar, a algún político, a un
multimillonario truculento y monopólico, a algún siniestro personaje dueño de
acciones en madereras, napas subterráneas, derechos de captación solar,
concesionario de atmosferas o un empresario del rubro del genoma humano. En
definitiva, algún hombre importante, que valiera todo este misterioso
movimiento de tropas.
Sorpresa no sería la expresión adecuada, esto
era demasiado para definirlo con palabras. Sentí un escalofrío recorrer mi
espina dorsal cuando observé lo que el contenedor me ofrecía.
Con la panza rajada y con las tripas colgando,
se encontraba inerte una figura que nunca imaginé podía llegar a encontrar en
ese estado. Se trataba del cuerpo destrozado del personaje de caricaturas más
popular del país. A algún idiota se le había
ocurrido asesinar a Condorito. Justo en mi territorio.
Cerré la tapa del contenedor con determinación,
y entonces observé a mi alrededor. Las cámaras de la prensa, a través del zoom,
hacían sus mejores esfuerzos por captar las expresiones de mi rostro y obtener
algún antecedente jugoso que reportar. No les di en el gusto, me mantuve
inalterable y me dirigí Vallejos.
- ¿Existe algún testigo, algún detenido,
alguien a quien consultar algún antecedente?
- Teníamos a dos, el primero era un amigo de
Condorito, un borrachín apodado Garganta de Lata que fue a dejar los documentos
del occiso a una comisaría, pero lo soltamos pues había pasado las últimas
horas ebrio en el bar “El Pollo Farsante”, con muchos testigos, tan ebrios como
el mismo, pero testigos al fin y al cabo.
- ¿El otro?
- El otro es un vago melenudo que estaba en las
inmediaciones cuando iniciamos el operativo.
- Y se le detuvo por…?
- Bueno, era un vago melenudo, estaba cerca del
lugar del crimen…
- y…?
- … aplicamos la Ley Cristi de detención por
sospecha.
- Llévenlo a la Comisaría, léanle sus derechos
y explíquenle que queda citado en calidad de testigo para mañana temprano con
los oficiales Meri y Romo, nada de detenciones por sospecha en mi caso. Apenas
terminen con eso, pueden volver a sus oficinas a trabajar en sus propios
asuntos. ¿A alguien se le ocurrió llamar a Forenses?- no hubo respuesta.- ¿al
Fiscal de turno?- idéntico silencio. Activé el celular de la solapa del abrigo
policial y contacté al Dr. Mortis de Forenses y acto seguido desperté al fiscal
de turno, el gordo y pajero Fiscal Santibañez.
Este último tendría que hacerse cargo de
los periodistas, yo en tanto, debía dar aviso a los familiares y amigos de
Condorito. Había que entregar las malas noticias antes de que se enteraran a
través de la prensa de farándula. No era algo que me entusiasmara particularmente,
no lo hacía por evitarles el mal trago de enterarse de la noticia a través de la
red cargada de sensacionalismos, sino por la sencilla razón de que me resultaba
más útil conseguir sus declaraciones sin que los contaminaran los medios y
observar sus reacciones más relevantes para formar mis juicios.
Me despedí y enfilé al sector rural de la
ciudad en busca de Pelotillehue. Eran cerca de las cinco AM cuando llegué a la
casa donde vivía Yayita junto a sus padres: don Cuasimodo y Tremebunda Vinagre;
los suegros más celebérrimos de la Nación.
Al llegar a su casa me percaté que el
inmueble no era el mismo que aparecía en la historieta. Se trataba, en cambio,
de una casa que distaba mucho de ser la típica de una familia de clase media
como en los cómics. Se trataba de una enorme casa de campo, digna de una
familia bien acomodada, probablemente, beneficio de ser parte de la ficción más
famosa y continua de la historia criolla.
Toqué el timbre, me disculpé por molestar a
esas horas, me identifiqué como el Capitán Gabriel Nerobro de la Policía Civil
de Crímenes del área Metropolitana y pregunté por Yayita.
- ¿ha pasado algo malo?- preguntó Tremebunda
presintiendo la tragedia- ¿ha hecho algo malo ella?
- ella no ha hecho nada malo, algo malo ha
pasado y debo darle malas noticias.- tras haber dicho eso, las rejas se
abrieron y desde el interior Tremebunda asomó su inmensa humanidad, y pese a la
oscuridad, pude apreciar que era en verdad más fea en persona y recién
levantada, de lo que se veía en el papel.
- ¿malas noticias?- preguntó Treme con
impaciencia.
- de todas maneras se va a enterar por la
prensa, Sra. Tremebunda - le anuncié - prefiero que lo sepa por nosotros antes
que por los tabloides. Se trata de Condorito… ha muerto. Lo encontraron muerto
esta madrugada, asesinado.
Pensé que la noticia la impactaría por lo duro
que es enterarse de un asesinato, como a cualquiera otra persona de ficción que
exhibiría una mueca caricaturesca, ya que todo el mundo sabía y conocía la mala
relación existente entre ella y su yerno, sin embargo mi sorpresa fue mayor al
ver su reacción. La gorda con bigotes, estaba verdaderamente afectada, como si
el mundo se le viniese encima, realmente sentía afecto por aquel pajarraco, y
de pronto comenzó a llorar diciendo “no puede ser, no puede ser”.
- lo siento- agregué - necesito encontrar a
Yayita.
- el ha sido una de las cosas más importantes
que nos han pasado. Siempre al lado de nosotros, apoyándonos, qué haremos sin
él ahora - me preguntó, como si yo tuviese alguna respuesta a sus temores.
- lo siento Sra. Tremebunda, pero necesito
saber dónde está Yayita- esta vez no fue una consulta sino más bien un
imperativo que la trajo de vuelta a la tierra, incomodándola, tal vez
demasiado.
- es complicado Capitán, no sé si decirle esto.
- debe decírmelo- le dije con tono seco.
- prométame que lo tratará con discreción.- me
imploró con ojos desorbitados y llorosos.
- Señora, mi interés al estar aquí no ha sido
otro más que el ser discreto y evitarles un mal mayor, pues en pocas horas más
tendrán a toda la prensa rosa merodeando por su casa y no es mi intención que
ello suceda antes de que ustedes sepan lo que ha ocurrido y puedan estar
preparados para afrontar todos sus temas personales, porque después de esto,
todos sus problemas familiares y personales se harán públicos y nada volverá a
ser lo que fue.- Pasaron unos segundo eternos y finalmente ella cobró valor;
- muy bien- dijo y se rascó la cabeza,
demostrando mi acierto en escoger las palabras y las amenazas- Ella salió a eso
de las diez de la noche, con alguien … que no era Condorito.
- un hombre- expresé, y a los pocos segundos me
percaté de lo pueril de mi aseveración.
- sí, otro hombre, uno con el que se ve desde
hace ya bastante tiempo, sin que Condorito lo supiera. No se adonde fueron, siempre
que sale con él, ella se queda afuera y regresa al día siguiente.
- ¿se queda en la casa de él?
- no lo creo. Una vez que discutieron, ella me
llamó para que la fuera a buscar a un lugar, un motel de esos que hay en las
afueras, supongo que pasan la noche ahí para evitar las sospechas.
- ¿Quién es el hombre?- pregunto tanto por
morbo, como por afán investigativo.
- ¿no lo adivina Capitán?
- no estoy para adivinanzas, Señora.
- el hombre, Capitán, es José Cortisona, Pepe
Cortisona.
- estaremos en contacto –
finalizo.
Regreso al móvil y enfilo rumbo al motel de las
afueras de la ciudad donde debía encontrar a la pareja de tortolitos. El camino
estaba bordeado de pinos centenarios gigantes que lograban filtrar las primeras
luces del amanecer. Le pido a la computadora que me prepare un espresso y que sintonice la radio de noticias
policiales, mientras yo enciendo un habano apestoso. Hasta el momento las
emisoras sólo habían logrado informar respecto de un crimen que generó un gran
movimiento policial, sin que se conociera hasta el momento la identidad de la
víctima. Luego pasé a las radios de farándula para saber si alguien había
filtrado la información, considerando que este último medio pagaba muy bien por
cualquier trozo de información que mis famélicos policías podían aportar. Sólo
trataban el caso de Pirulete: “el
futbolista del cómic Barrabases, creado por Guido Vallejos, historietista
nacional tristemente célebre por compartir las mismas aficiones sexuales que se
dice padecían otros genios de la literatura infantil, tal como Lewis Carrol,
C.S. Lewis o J.M. Barrie., fue transferido al fútbol paquistaní en una de las
transacciones más millonarias que recuerde nuestro fútbol. Pirulete, que con
esto cobró notoriedad de escala mundial, se rumoreaba estaba saliendo con la
modelo transexual argentina Valeria Porongazza, pero esta semana la Fifa
prohibió la participación de jugadores de ficción en los torneos profesionales,
con lo que transferencia quedó nula y el futbolista ha regresado al país,
cesante y sin novia”. La noticia siguió alentando rumores y recién al
llegar a la zona del motel, informaron que “existen
versiones no confirmadas aún, acerca de que un importante personaje de la
farándula, se habría suicidado producto de una desilusión amorosa. En pocos
minutos tendremos noticias “in situ”, acerca de la identidad de la víctima”.
Producto de esos adelantos noticiosos, me
pareció pertinente verificar las diligencias del traslado del cuerpo de
Condorito, por lo que llamé al fiscal. Santibañez me informó que todo se había
realizado con discreción y que el cuerpo ya estaba en la morgue para su examen
por parte del equipo forense. El gordo fiscal Santibañez, me dijo que realizó
las diligencias de levantamiento del cadáver y que había vuelto a su casa a dormir
“hasta ahora”, expresiones que remarcó para manifestar su disgusto por mi
llamado a esas horas. Corté y giré en la esquina, había llegado finalmente al
nidito de amor de Yayita y su amante.
Hablé con el encargado del motel, me
identifiqué y sin necesidad de apretarlo demasiado, me dijo que los tortolitos
se encontraban en la habitación “6” desde hacía varias horas. Toqué la puerta
reiteradamente hasta que una curvilínea figura femenina se asomó y cruzó como
una sombra frente a la ventana junto a la puerta. Me llamó la atención que se
levantara sin despertar a su acompañante, lo que sería la reacción más propia de
una mujer, que duerme acompañada por un hombre, y escucha que golpean la
puerta de su habitación. No obstante eso, fue ella quien se acercó a la puerta
y preguntó:
- Pepe, ¿eres tú?
- No señorita, no es Pepe, es la Policía, el
Capitán Nerobro de la Metropolitana, necesito hablar con usted. – se produjo un
silencio por unos instantes.
- Un momento por favor- y dejó entrever un
instante de vacilación – debo colocarme la ropa y le atenderé- finalizó.
Pude escuchar desde afuera como caminaba
apresuradamente al interior de la habitación, recogiendo algunas cosas, papeles
y botellas, para finalmente tirar de la cadena del wáter. No había que ser muy
listo para comprender que había tenido una pequeña fiesta al interior y no deseaba
que se le escrutase sobre ello. De cualquier modo, no era mi intención.
Mientras ella había tenido su pequeña fiesta
particular, su novio, el popular Condorito, había sido brutalmente asesinado,
destripado y arrojado a un tacho de basura. Esta no sería la mejor resaca de su
vida y yo no era precisamente el analgésico, yo era apenas el inicio de una
resaca moral apocalíptica.
Ella finalmente abrió la puerta. Estaba
cubierta sólo por una bata verde agua que resaltaba el tono de su piel, y
traslucía el contorno de sus pezones como suele ocurrir con todas las heroínas
de los cómics. Llevaba el pelo desordenado y tenía los ojos color miel cansados
y alterados, seguramente por la mezcla de sexo, alcohol y drogas vivida horas
antes. Su característico lunar parecía tener vida propia.
- ¿Me permite pasar?- pregunté mientras le
mostraba mi identificación.
- Eso depende, ¿busca algo? ¿Alguien se quejó?-
preguntó ella, en una actitud defensiva, pese a que no se encontraba en sus
cinco sentidos.
- No estoy aquí en busca de drogas, ni me
interesa lo que hace usted en su tiempo libre señorita, vengo a traerle
noticias, muy malas noticias.
- ¿malas…?
- Se trata de su novio o amigo, o lo que sea
que haya sido de usted. Se trata de Condorito. Le han asesinado… esta noche.
Apareció muerto en la calle Copiapó a la altura del 1869, dentro de un
contenedor de basura.- Yayita quedó rígida, en schock, como si el mundo se
hubiese congelado unos instantes - lo siento- agregué al darme cuenta que no le
había ofrecido aún mis sobradas condolencias.
Ella se sentó en un borde de la cama y sacó un
paquete de cigarrillos de un bolsillo de la bata; “¿puedo?”, preguntó
suplicante, exhibiéndome un tabaco orgánico que había sido declarado de consumo
ilegal por salubridad pública hacía 120 años atrás. Asentí, mientras evitaba
mirar la perfección de sus pezones de historieta, hasta que ella encendió el
cigarrillo y su olor a tabaco sin alteraciones genéticas se esparció por el
pequeño cuarto del motel. Se levantó de la cama y el movimiento que hizo corrió
la bata al levantarse y reveló que no llevaba puesta ropa interior en la parte
baja. Abrió el frigobar y cogió un botellín de ron dándose un gran sorbo para
coger valor.
- Estábamos un tanto alejados- dijo finalmente-
Claro que eso, él no lo sabía. El creía inocentemente que seguíamos siendo los
Condorito y Yayita de siempre. La popularidad es algo difícil, ¿sabe?, no sólo
para él, también nos llegó a nosotros, al resto del elenco. Las fotos como
modelo, las invitaciones, las amistades. El no soportó tantos ojos pendientes
de mí, estaba obsesionado- manifestaba fumando al borde de la histeria- estaba
celoso todo el tiempo, se volvió insoportable - y en ese momento me miró a los
ojos con firmeza y sequedad - llegué a odiarlo, llegué a odiarlo como se odia a
un Dios. A un dios que te prohíbe la manzana que te coloca en frente cuando
tienes tantos deseos de morderla. El no era lo que se dice precisamente un
santo. No era el simpático pajarito de la historieta todo el tiempo, a veces
era violento. Cuando se emborrachaba, cosa frecuente, terminaba llevando de
esas putas mecánicas a la casa para hacer toda clase de marranadas en las que
me incluía. Después terminaba por horas abrazado al wáter vomitando las tripas.
Claro, más tarde aparecía muy campante en la editorial para generar la revista,
donde no se mostraba más que el lado simpático del pajarito y la
incondicionalidad de su amor por mí. Maldito imbécil.
- José Cortisona, ¿hasta qué hora estuvo aquí?-
pregunto tratando de sorprenderla, pero ella no se sorprendió.
- Hasta hace poco menos de media hora.
- ¿A dónde se fue?
- A donde más… a su casa, con sus hijos y su
mujer, antes de que ella despierte y no lo encuentre durmiendo a su lado.
- ¿Desde qué hora estuvo aquí?
- Desde que llegamos juntos a eso de las doce.
- ¿Alguien puede confirmar que estuvieron aquí
desde esa hora?- pregunté aun sabiendo que para conocer la respuesta, bastaba
con chequear el registro de video del motel.
- La gente que llegó con nosotros, la modelo y
productora porno conocida como Barbie Superstar, junto al actor Víctor
Campofrío,- este último era un actor porno que se hizo famoso por ser el
supuesto hibrido creado en base al ADN de la Quintrala con Víctor Jara. -
Se fueron hace dos horas – prosiguió Yayita - deben estar en la casa de la
actriz. Queda junto a su productora Multiplexxx en la Avenida Longueira, en el barrio
rojo de la ciudad, ellos pueden confirmar la historia, si es lo que
busca.
En ese momento comenzamos a escuchar,
como el estruendo de muchos vehículos, se agolpaba en las inmediaciones del
motel y nos percatamos entonces, del movimiento de tropas periodísticas
instalándose en las afueras de la habitación. Había que reconocerles mérito a
los periodistas de farándula, lo habían descifrado antes que los policiales.
Corrí un poco la cortina y pude observarlos preparándose para su festín.
Alguien se había ido de boca. Era martes, pudo ser Merino. Observé a Yayita, me
despedí con un movimiento de cabeza y le dije que la citaría cuando fuera
necesario contar con su declaración oficial. Salí de la pieza, y micrófono en
mano, se acercaron corriendo un grupo de entusiasmados periodistas de no más de
quince años de edad.
- No habrá declaraciones muchachos, vayan
a dormir, son casi las siete y estoy agotado.
Esto recién comenzaba, y aun cuando no era mi
intención, terminé esbozando una sonrisa. La primera en años. Yo volvía al
ruedo, por última vez.