Carlo Mora (Abogado, Magister (c) en Derecho, Académico de la Universidad Central, Asesor
en materia medioambiental I.M.Huasco). 12, agosto 2013.
Cuando
se pronuncia la palabra Asamblea Constituyente, o se manifiesta la expresión
Nueva Constitución, los sectores más conservadores, salen en defensa de la
institucionalidad reinante y exclaman que esas cosas, sólo son necesarias en
países donde existe un caos social y político de tal envergadura que admite una
determinación así de drástica, pero en países como nuestro Chile, esto parece
desproporcionado. Pero si estamos creciendo a tasas históricas, mientras la
economía mundial está en recesión, cómo vamos a cambiar todo esto tan bueno que
tenemos, expresan con cierta condescendencia y un rictus de preocupación frente
a la insensatez de quienes exigen cambios radicales y de fondo a nuestra
institucionalidad.
Bueno,
algo de razón tienen. Pero si bien es cierto, aunque no vivimos en un
caos, y distamos bastante de ello, los pueblos y naciones que han llegado a
tener que adoptar estas “cosas
raras y asambleismos jodidos”, no
lo han hecho por el mero capricho de un gobernante, ello ha sido fruto de la
decadencia de una institucionalidad que no fue restaurada a tiempo y que por
esperar otra vuelta de tuerca al sistema, tensaron los ejes sociales al punto
de generar un estallido de insatisfacción ciudadana, que fue exquisito caldo de
cultivo para el caudillismo que pudo organizar a su antojo y con el aplauso de
la “barra pop”, una institucionalidad nueva que ha demostrado, en esos países,
que además de ser media coja, pretenciosa y rimbombante, es altamente
ineficaz a la hora de otorgar estabilidad social y generar riquezas y repartos
equitativos.
En
nuestro país, la clase política dominante, parece poseer un cierto gusto
voyerista y sádico por quedarse a esperar a ver qué pasará si damos esa otra
vuelta de tuerca, mientras observan desde los balcones del edificio del ex
Congreso nacional, al borde del paroxismo, el éxito de su plan que apunta a que
no pase nada, porque en definitiva somos todos tan inconscientemente
conservadores, sea por herencia genética o adn histórico, que lo aguantaremos,
otra vez, como siempre.
Si
total ya aguantaron entregar sus joyas para la “reconstrucción nacional”, si ya
se sumaron “callado el loro” al sistema de afp, se acostumbraron a pagar por la
salud y la educación como bienes y servicios de consumo, si ya comprendieron
que más importante que ciudadano es ser un consumidor con acceso a la Mastercard
Black, entonces, qué tanto pueden afectar cuarenta pela gatos gritando en la
calle cada cierto tiempo, o manifestando su indignación en esos aparatitos de
internet, si son tan lesos que ni siquiera van a votar porque no quieren
“legitimar el sistema”. Si total el resto sigue feliz con el sistema de acceso
a créditos para comprar un auto, un departamento, y para atontarse en los 2x1
de los after office. Démosle otra vuelta nomás compadre.
El
estallido no aparece, y ojalá nunca aparezca. Nadie cuerdo quiere que ocurra,
pero el sistema no aguantará otra vuelta de tuerca y eso principalmente, porque
no se puede seguir improvisando.
Con
total desparpajo, los gobiernos y los grandes empresarios plantean que es
tremendamente peligroso que no contemos con energía para mantener el
crecimiento del país. Que nos vamos a desacelerar y que la gran minería se irá
al carajo. Entonces, hay que aumentar con urgencia la matriz energética, y ahí
vamos de nuevo, pegando a la maleta con las termoeléctricas fósiles, con hidroaysén,
y hasta empezamos a mirar a ver si el Mister Burns de los Simpson se anima con
una termonuclear e invierte en el desierto de Atacama. El problema – dicen- son
los cuarenta pelagatos que judicializan todo y retrasan el progreso y si
seguimos así, ya lo dijimos, nos vamos al carajo.
Entonces
la culpa, de que no haya energía para continuar con este crecimiento económico
tan tremendo y que chorrea a borbotones desde la copa de Mister Fallajumbo y
que beneficia hasta el hogar de la misma señora Juanita, es de estos “cuarenta pelagatos y la manga de
jueces pusilánimes que hacen una rara interpretación de las leyes para no
quedar mal con nadie, si no veamos la puerta giratoria, nomás pues”, exclaman con verdadera impotencia y con la cara de fastidio simpático
de Carlos Larraín, que antes que político debió ser comediante.
El
nivel de autocritica y de falta de análisis, llega a ser preocupantemente
cómico. Todos los gobiernos han prometido una programación en materia
energética. Primero se plantea copiar el plan 20/20 a los españoles (que están
súper), y ahora como ya no alcanza el tiempo, es el Plan 30/30… pura
innovación. Apuesto por el 40/40 cuando se postule la Katty Barriga y el 50/50
cuando postulen a Ronny Dance.
La
crisis energética, que no es responsabilidad sólo del Estado, porque tenemos
una Constitución que lo dejó como “subsidiario”, es la más clara muestra,
además de la torpeza y falta de previsión de la empresa privada del sector, que
otra vuelta de tuerca al sistema no le conviene ni siquiera a los que creen en
ella. La crisis energética, es la más palpable demostración, aunque tratarán de
utilizarla como método extorsivo para que la ciudadanía y los jueces, acepten
cualquier cosa con tal de prender un hervidor.
Lamentablemente,
le seguirán de manera concreta, la falta de confianza en el sistema lucrativo y
competitivo de la educación, el descrédito de las afps, y las colusiones del
sistema privado que destruyen las bases del propio liberalismo económico, y
todas ellas son claras alertas, de que ya no queda tiempo para una vuelta más,
que para cambiar las instituciones no necesitamos esperar lo mismo que otros
países esperaron, porque como anunciaba Neruda, en su poema El Barco: “si ya pagamos nuestros pasajes en
este mundo, por qué no nos dejan sentarnos y comer? Si es una broma triste,
decídanse, señores, a terminarla pronto, a hablar en serio ahora. Después, el
mar es duro. Y llueve sangre”.
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