jueves, 18 de junio de 2015

La borrachera de los Legisladores. Reflexiones en torno al Ferrari deVidal y la Ley Emilia.

Veo el Ferrari de Vidal y reflexiono. Hablo desde la reincidencia, lo confieso. Pese a que tengo estudios superiores, posgrados y supongo, un coeficiente intelectual normal, hablo desde la reincidencia, como el burro más porfiado de todos, desde la trinchera de los que se equivocan no una sino que mil veces, lamentablemente. Pero ojo, soy uno de esos que procura dar la cara y que  siempre paga por sus pecados. Al mal paso darle prisa.
El súper futbolista chileno Arturo Vidal, tuvo que pegarse un cagazo para que buena parte del pueblo chileno empatizara, sólo ahora, con el revés de la moneda en los accidentes de tránsito causados por el consumo de alcohol. Pasión futbolera aparte, apenas unos días antes, se anunciaba con orgullo en las noticias, que caía la primera condena por la aplicación de la Ley Emilia sobre un joven de menos de treinta años, que ocasionó un accidente con resultado muerte, por conducir en estado de ebriedad. 
Le cayeron NUEVE años de cárcel. Su madre gritaba desconsolada en el Tribunal, y los padres de la víctima expresaban su comprensible satisfacción. Hay que estar en los pantalones de uno y otro para comprender esos dolores tan distintos y a la vez tan similares.
A mi me pareció una condena brutal, draconiana, sin sentido para un hombre tan joven, por demás. Un castigo si, claro. Mató a alguien, debía pagar. Pero ese chico pagará una condena tan fuerte o peor, que aquella que le corresponde a un homicida, a un tipo que dolosamente, con intención de matar a otro, sea de una cuchillada, estrangulándolo o por un cobarde balazo, toma la vida de otro, y que sólo recibirá penalidades que van de entre 5 a 15 años, y que además tendrá posibilidades de acceder a beneficios penales, en tanto que el tipo ebrio que mata a otro manejando un vehículo en un accidente que probablemente ni recordará, arriesga desde tres y hasta diez años, sin derecho a beneficio de ningún tipo.
El primero quería matar a su víctima, el segundo no tiene idea de lo que hizo, jamás lo buscó, su "dolo" consiste únicamente en ser tan borracho, que fue incapaz de representarse el daño que podía causar a otro inocente con su conducta.
Sin embargo, la condena fue aplaudida, y muchos recordaron la impunidad del hijo de un Senador que mató a un gañán, escapó, ocultó pruebas y quedó libre. Ah, ojalá le hubiera caído la Ley Emilia a ese maldito, pero lo cierto es que no fue la falta de la Ley Emilia lo que facilitó que Martín Larraín librará impunemente su asesinato, sino la pusilanimidad del Poder Judicial chileno.
Cuando murió la bebita Emilia por culpa de un conductor ebrio, y pese al dolor que nos causó como sociedad, los accidentes de tránsito causados por ebrios siguieron, y ello ha persistido aun cuando se hayan recrudecido las penas. Aun cuando exista la fundación Emilia, seguirán ocurriendo, y saben por qué, porque el Estado pretende actuar con la hipocresía sin sentido de esos bares que tienen un letrero que dice "en este bar no se admiten ebrios", en circunstancias de que su negocio es precisamente emborrachar a la gente. 
La solución al problema no es el recrudecimiento de las penas, la solución es evidente. Por ejemplo, nos dimos cuenta que es necesario que los niños vayan en asientos especiales no sólo siendo bebes sino que durante toda la infancia, y entonces se exige que los vehículos incorporen y adapten sus asientos de niños. En ningún caso se ha planteado meter presos a los padres cuyos hijos mueran en accidentes de tránsito causados por una inadecuada tecnología de seguridad vehicular, seria absurdo, sino que se exige la incorporación de esos dispositivos, porque esa es la verdadera solución al problema, con ello evitamos las muertes efectivamente, porque eso es lo que se busca evitar, porque meter gente presa no solucionaría nada.
Si fuéramos menos hipócritas, podríamos reconocernos como un país enfermo de tristeza crónica, pletórico de hombres impotentes y alcohólicos, amén de mujeres solitarias, exitistas, ravotrilizadas, y promiscuas cargadas al pisco sour. En suma, una masa crítica de engendros nostálgicos que buscan la euforia y la paz. Sólo así, comprenderíamos que los borrachos van a seguir siendo unos borrachos y como tales, sin razón ni voluntad, seguirán manejando tan borrachos como siempre, con o sin castigos ejemplares, con o sin licencia de conducir. A no ser que les quitemos la ecuación botella-vehículo, todo seguirá siendo igual, porque no conozco a ningún borracho que se abstenga de manejar, sólo porque no porta su licencia de conducir, es decir, el tipo está borracho, no le importa manejar borracho, por qué podría importarle no llevar licencia, permiso de circulación, anteojos, luces en buen estado, neumáticos con aire o el miembro afuera. Un borracho no teme irse preso, arrojarse contra la casa de su ex mujer, no teme morir o matar. El tipo está borracho, no razona, ni aunque la ley le ofrezca una lapidación, una violación masiva, tres cadenas perpetuas o la pena de muerte. No piensa en nada, está borracho. 
La solución está en comprender, que éste es un país de tristes borrachos sin más talento, que el de hacerse trampa a sí mismos. La única solución posible, es dejarlos sin la posibilidad “real” de que manejen su automóvil. Existe un dispositivo de alcohotest que sirve para eso, permite inhibir el funcionamiento del motor si el conductor sopla el aparato y ha bebido, bloqueando el motor y evitando que arranque. ¿Alguna persona sobria sería tan estúpida como para soplar el dispositivo por un ebrio y permitir que este se vaya conduciendo? No, a menos que sea alguien que quiera dañar al borrachín. Es caro de implementar, claro que sí, pero debiéramos partir con obligar a los reincidentes; darles tratamiento Ludovico por la adicción o el abuso, meterles un pellet por el culo o que se yo, obligarlos a instalar el dispositivo alcohotest en el motor de sus vehículos. No sabemos si el tipo habrá dejado la botella, pero podemos evitar que conduzca su auto cuando salga de farra. No es popular. Claro está, todos prefieren una pena draconiana e inútil, y nadie aun ve el negocio en dispositivos para ebrios. Habrá que esperar hasta que algún amigo de una autoridad inicie el negocio de importaciones del aparato, y se termine convirtiendo en una política pública. Mientras tanto, la política pública seguirá siendo levantar a las ovejas a las cinco de la mañana, meterlas apiñadas en el Tran-Santiago, encerrarlas en su cubículo a producir dinero para algún sujeto anónimo que aun no se levanta, y no devolverlos sino hasta la noche a su casa en que los espera una familia agotada, una mujer a la que se la folló el jefe en el recreo, una hija casquivana que se la folló la selección de fracasados del liceo municipal, un hijo medio autista de los video juegos, y un fin de semana rebosante de alcohol y grasas saturadas, mientras que por la televisión el gobierno pone a una rubia importada que se come una manzana verde y te invita a “vivir sano".
Hace algunos años una compañía chilena puso a la venta un dispositivo llamado Alcostop, que instalado costaba algo así como unos 200 mil pesos chilenos. Cuantos accidentes, muertes, y condenados nos habríamos evitado si ello hubiese sido una política pública como uso del cinturón de seguridad, el doble airbag o las sillas de niños, en vez de andar recrudeciendo penas de manera irresponsable y populista?
Esa empresa ya no existe, no le fue bien, porque nadie va a colocar con dinero de su bolsillo un dispositivo responsablemente, si algunos aun creen que "curao manejo mejor". 
Nuestros patéticos parlamentarios debieron legislar en este sentido, antes de escuchar a las asociaciones de víctimas y darles la razón en su dolor infinito. No se puede legislar en base al dolor infinito, porque ello no es racional, pero nuestros legisladores, bueno, son lo que son.
Qué harán cuando los familiares de las víctimas de los accidentes de tránsito por culpa del uso del celular exijan el recrudecimiento de penas? También enviarán diez años presos a esos estúpidos conductores?
Porque fíjense ustedes que las compañías de seguros en California no cubren daños a terceros si estos van texteando y ello porque escribir mensajes de texto al conducir en carreteras causa hasta 4 veces más accidentes vehiculares que manejar alcoholizados, según reveló un estudio que divulgó la Universidad de California en San Diego (UCSD).
Cual es la diferencia entre un sujeto que maneja ebrio y mata a alguien y otro que estando sobrio lo hace por ir preocupado del teléfono? El resultado es el mismo. Y por qué el primero, que probablemente es un enfermo alcohólico que no controla la bebida ni su razón, puede ir preso 10 años sin beneficios por matar a alguien, mientras que el estúpido sobrio que conduce texteando, sólo será castigado como autor de un cuasidelito con un máximo de hasta 540 días, que podrá cumplir en libertad con pena remitida firmando en gendarmería. Y no, no estoy pidiendo recrudecer las penas para los tontones del celular.
La diferencia entre uno y otro caso es que los papás de la bebita Emilia, hicieron la pega que corresponde a las víctimas desde su dolor y su sentido de justicia, en tanto que los Legisladores, sucumbieron al populismo y dictaron una Ley mala, que se basa en el resultado, que envía presos a personas probablemente enfermas, que castiga al que tiene la mala suerte de ocasionar peores resultados por su borrachera, que castiga al borracho con peor suerte, leí por ahí, porque se va preso si causa lesiones y eso sólo es una cuestión del destino. En suma, que no obstante existir mecanismos técnicos para evitar las desgracias, el Estado se comporta como esos bares hipócritas que no toleran a los borrachos, aun cuando ellos mismos se enriquecen embriagándolos.
Ojalá el Ferrari de Vidal los haga reaccionar de manera competente. Salud.


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