Conocí a un muerto impecable.
Era delgado, pálido y sobrio
No diré elegante
Aunque usaba un traje de agotadora formalidad.
Me sorprendió, eso sí
la calidad de su piel.
Casi no llevaba arrugas en el rostro,
más que aquellas:
las estrictamente necesarias,
esas que invariablemente obsequian
los años,
canje material y deriva
de un mínimo de sonrisas de cortesía, disgustos comerciales, añejos llantos de la infancia o la desesperanza de alguna pasión resignada,
y tirada por los balcones
del olvido.
Tampoco tenía cicatrices,
No le ardieron quemaduras
ni incurrió en esas coloridas autolesiones que se conocen como tatuajes.
Canas tenía,
pero no por ganas ni padecimientos
una afección cardíaca era la causa
la misma que lo entregó a Caronte
dejando en vida una viuda y tres hijos, cada uno con sus respectivos tablets,
dos bienes raíces y una SUV,
fondos de pensiones y ahorros moderados, una máquina de ejercicios donde yacen colgadas sus corbatas
y un prontuario policial impecable, irreprochablemente níveo.
Una pequeña cava de vinos sin descorchar junto a una máquina de mantenimiento de descorchados, a medio servir.
No tenía colecciones de nada, pero si suscripciones a un diario que nunca leía mas que sus titulares.
Veía fútbol los domingos por la televisión, pero sin fanatismo, sin religiones y sin ideas políticas que le inquietaran.
No plantó arboles, pero escribió todos los días en sus libros de contabilidad,
Y eso también cuenta no?
Hizo algunos viajes,
en paquete turístico y vuelo charter (con los seguros respectivos y las vacunas correspondientes).
Nadie escribió un obituario,
pero en su oficina se dio cuenta del sensible fallecimiento
a través de un Memo circular que generó algunos movimientos de cejas.
En su lápida,
un modesto minimalismo,
nombre,
cruz,
y fechas
que luego,
antes que los gusanos despierten desde su carne muerta,
serían olvidadas,
como se olvidan las huellas en la arena,
como se olvida a los deudores puntuales, las gentes sin vicios, los polvos sin clímax, las tetas chicas y los culos flacos.
Como se olvida al que no incordia, no ladra, ni muerde, que no llora, ni canta, ni se emborracha, ni apuesta.
Como se olvida al que come pizza con cubiertos y que no agarra con la mano las costillas grasientas del puerco al horno.
Como se olvida a esa raza de gentes abundantes, ejemplares y concisas,
esa que nace,
crece,
se desarrolla
y muere
en el exacto momento
en que son paridos.
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