Antes de separarse de una mujer, uno debiera considerar muy bien los
pasos a seguir, no se debe actuar de forma atolondrada, ni pecar de
excesivo entusiasmo. En primer lugar, se deben cerrar las cuentas
corrientes bipersonales, y te debes suicidar en todas las redes sociales que
puedan anunciar tus actividades, se debe cultivar el bajo perfil, actuar con
sabiduría tibetana y entender que si el quiebre se produjo porque la has
cambiado por una mujer más joven, hay que ir pensando seriamente en
mudarse de planeta.
Junto a ello es importante recordar, el perfil sicológico de esa mujer, que
pasará a engrosar la larga fila de mujeres despechadas que habitan la tierra. Es una lección histórica, que el dolor convierte en victimarios a todas las víctimas, por eso no hay que ser un iluminado para vislumbrar lo que ocurrirá con una mujer, que antes de la separación, no era una frágil
mariposa, sino que guardaba en sus vísceras más recónditas, los encantos
de una malvada bruja.
A pesar de que nunca creí en brujerías, cuando era más joven, sufrí una
experiencia que recién me vino a hacer sentido tras separarme de Sofía.
Cuando estudiaba arquitectura y vivía en una pensión porteña, me encontré una madrugada, a la entrada del portal, con una carta que no estaba dirigida a nadie en particular, sin embargo como venía un poco trasnochado de un carrete, decidí recogerla. Horas más tarde, desayunando con mis compañeros de pensión, la abrí y me encontré con
una de esas “cadenas de la fortuna”. Era una hoja de papel que traía pegada una moneda de un peso y las instrucciones de sacar diez copias más, pegarles un peso a cada una de ellas y repartirlas a fin de que la cadena siguiera su curso infinito. Hecho eso, en los próximos días debería recibir una bendición, o en caso contrario, si no cumplía con el designio,
me caería una maldición. Como era de esperar, me olvidé del asunto al poco andar, hasta que una serie de infortunios sucesivos, golpearon mi existencia; mi novia de la época me puso cuernos con un estudiante de medicina, me eliminaron de arquitectura en la universidad, y la noche en que celebraba mi despedida, junto a mis amigos nos enfrascamos en una pelea callejera con un grupo de travestidos enormes que nos enseñaron el ejercicio de la tolerancia a patadas en el culo y ojos en tinta.
Debí recordar esa experiencia con la carta cadena, la tarde en que me
despedí de Sofía, y le dije que me marchaba, que ya no me soportaba
viviendo junto a ella ni por un segundo más. Llevábamos cerca de diez
años de convivencia, sin hijos, pero con trece gatas que conformaban su
instinto maternal, en una vida plana, cómoda, sin sobresaltos, donde ella
junto a mi suegra, una mujer enorme, abyecta y fanática de Pinochet, con
innatas aptitudes para cocinar sopas de hueso que oficiaba de verdugo
emocional, lograron construir sobre mi propia vida, una suerte de
matriarcado apabullante, que casi termina por arrancarme los testículos
de cuajo, junto con la poca libertad moral, que por amor juvenil, había
resignado.
Con los años terminé medicina, me convertí en el joven doctor Moravec, e
hice mi internado en un pueblito que le dio a Sofía la excusa perfecta para
abandonar sus estudios y casarnos, regresando más tarde a la capital para
terminar de organizar una vida apacible costeada por mis ingresos.
Sofía, por regla general, tenía un temperamento muy bueno, sin embargo
era de esa gente que es tan rencorosa como un mapuche despojado de sus
tierras ancestrales, y eso era porque, tenía realmente una ascendencia
indígena que le asomaba cada vez que alguien superaba sus argumentos
voluntariosos o pretendía pasarla a llevar. Creo que debí recordar su árbol
genealógico, cuando esa tarde se tragó su orgullo y me rogó llorando que
no me fuera.
Recuerdo una noche, años atrás, cuando ella aun no era la bruja malvada en que se convirtió finalmente, y vimos un programa de televisión sobre la
vida de la abogada alemana Sabine Radmacher, una celópata que en el
año 2010, asesinó a su marido a balazos y luego hizo lo mismo con su
propio hijo. Tras ello, procedió a incendiar la casa en que quedaron los
cuerpos de su familia, para a continuación dirigirse, completamente fuera de sí, a la maternidad del hospital St. Eisabethen donde mató a balazos y
cuchilladas a seis adultos y a un niño, culminando su sangrienta odisea,
en un enfrentamiento a balazos con cerca de 300 policías, los que tras
varias horas, terminaron abatiendo a la brutal parricida. En esa ocasión, Sofía me dijo algo que pasó de una simpática advertencia, a convertirse en toda una profecía: “ Si alguna vez me eres infiel, te juro que haré de tu vida una miseria. No seré alemana como esa mujer, pero soy mapuche, y te esperan las peores maldiciones de la tierra, así que ten mucho cuidado Moravec”. Parecía una broma en esa ocasión, y nos reímos abrazados, pero recuerdo que algo en su expresión, me ocasionó un ligero escalofrío.
Ahora ya era demasiado tarde para recordar esas viejas advertencias,
acababa de salir de un coma inducido y había estado aferrado por semanas a un ventilador artificial de un hospital público, de esos en que la tasa de negligencias médicas nunca augura nada bueno.
Al menos ahora mi abogado, el guatón Marambio, tendría que creer en mis
sospechas de que algo extraño estaba ocurriendo en mi vida, algo que rayaba en lo sobrenatural. Por supuesto que las separaciones son siempre difíciles, hay pugnas por bienes, reparto de amigos, llamadas urgentes sin sentido y de madrugada, mensajes de texto sin cordura, sobriedad ni estilo, recriminaciones, recados ocultos entre líneas en las conversaciones con amigos comunes, criptogramas en las fotografías colgadas en los rincones más luminosos de instagram y en los desesperados posteos crepusculares de facebook, desolaciones nocturnas en 140 caracteres, donde en el juego de conciliar el sueño, siempre acaba ganando el de la conciencia más indolente. Pero si a todo eso, le sumas que eres tú, quien sin tener hijos, acaba pagando pensiones de alimentos, despedido del trabajo, destrozando el udi, esposado frente al juez, expulsado de tu propia casa con auxilio de la fuerza pública, con el dicom rebosante de
deudas por gastos ajenos, con una impotencia sexual intermitente, súbita
y desvergonzada, para terminar finalmente, solo y abandonado en un
hospital, con dos balas de escopeta alojadas en un pulmón, entonces,
puedes confirmar que algo raro está sucediendo.
Todo partió como una crisis de la mediana edad un poco prematura. Elliot
Jaques, el psicólogo que acuñó el término “crisis de la mediana edad” en
1965, caracterizó el padecimiento como un periodo de transición, que lleva
generalmente a los hombres de entre 40 y 60 años a cambiar de trabajo,
gastar dinero en un coche deportivo, volver a hacer ejercicio, sumado a un
deseo inmoderado por tener nuevas experiencias sexuales y un desenfreno
en los vicios. Bajo esas premisas, a mí la crisis se me presentó a los 35, y
embobado por las caderas de la enfermera nueva, una linda chica del sur,
de pelo dorado, ojos verdes, doce años, cuatro tallas y diez kilos menor,
que tenía en tetas, culo, y pasión, todo lo que a Sofía mi mujer, le sobraba
en arrugas, papada y manías.
Calabacita del Sur, como tiernamente la denominé, apareció en mi vida una mañana en el turno de urgencias con ese vestidito corto y unas largas
piernas, cuando tratábamos de salvar la vida de un cardiaco, que con sólo
verla y sin necesidad de aplicar el desfibrilador, volvió del más allá al más
acá. Por su talento y dedicación, al poco tiempo, la puse a trabajar en mi
equipo de neurocirugía, y así finalmente, entre miradas, lesiones traumáticas del nervio periférico, y tumores cerebrales, terminamos rozando nuestras manos con más frecuencia de lo que supone la
casualidad, y mucho menos de lo que nos hubiese gustado, hasta que
acabamos felizmente abrazados una tarde, en un motel cercano al Hospital.
Además de tener el mejor sexo de mi vida con Calabacita del Sur, y desatar
pasiones que con Sofía no había llegado a presentir, ella me mostró un mundo que yo desconocía que existía. No sabía que el pan lo podía amasar la mujer, si ésta se levantaba lo suficientemente temprano; que el pie de limón no sólo hay que comprarlo en el supermercado; que existen los baños de tina mientras te masajean la espalda; y que se puede despertar por la mañana de manera más feliz, cuando no es el despertador, la cola
de una gata, ni el rigor de la vejiga, el que te despiertan, sino la admirable dedicación de una chica enamorada bajo tus sábanas, que se elevan y descienden, como por arte de magia.
El costo a pagar por la separación, fue proporcional a la diferencia de edad entre la amante y la ex mujer, de forma que puedo decir que renovar a la bruja me salió doce veces más caro. Así, terminé perdiendo el chalet construido en base a mis croquis como estudiante de arquitectura de mis años mozos, para quedarme únicamente con los planos, las deudas y un departamento pequeñito en el centro de la ciudad, en el que me sentía libre y joven otra vez. También perdí la tuición sobre las trece gatas, la
casa en la playa y el jeep, pero al menos me dejaron el udi, la plancha a vapor vertical, y a nuestra empleada la Rosalia, con sus tradicionales espaguetis pegoteados y quince meses de cotizaciones laborales impagas.
Pero cuando estás viviendo una segunda juventud, las cosas materiales no
importan un carajo, en circunstancias de que sí debieran importar, pero
de eso te enteras luego, cuando ya no tiene mucho sentido recriminarte la
falta de previsión. Sin embargo en ese momento, tenía mi libertad reconquistada, y por lo tanto se acababa para siempre el control obsesivo
de Sofía, y no vería nunca más el rostro atormentado de esa suegra feroz,
cuya sola presencia me consumía la energía vital cada mañana, cuando
escuchaba su despertador al son de “Los Viejos Estandartes” y "Lily Marlen".
Si he de ser honesto, librarme de ellas me convirtió de golpe en una persona completamente diferente a la que madre e hija se habían esforzado en construir y que yo había terminado por asumir. Así de pronto me encontré frente al espejo, como un sátiro alfa, hedonista, misógino y convenientemente machista, con cierta fobia ante todo lo que oliera a Sofía, desde sus raíces araucanas, pasando por sus afinidades políticas reaccionarias, hasta llegar al olor de su perfume, el Flowers de Kenzo, que aun me provoca nauseas. Ya lo dije antes, pasamos de víctimas a victimarios, con sólo recoger el látigo con que nos golpearon.
No me importaba el daño colateral, tenía ahora un romance con una chica joven, atractiva y alegre, que me admiraba con toda su bondad sureña, más la firmeza y voluptuosidad del cuerpo de ate Upton, lo que relato sólo para que se hagan una imagen, y no me juzguen livianamente.
Al principio las cosas marcharon bien, supe mantener un perfil bajo en esa
incipiente relación, y en mis otras aventurillas de médico recién separado,
pero aun pese a mi cautela, me transformé en el ídolo silenciosamente
reverenciado por mis amigos y colegas, al mismo tiempo que el más temido
sátrapa inmoral, a los ojos de sus mujeres, quienes veían en mí, una
alarmante hipótesis de lo que podría ocurrir con sus maridos. Me convertí
en la encarnación de sus peores pesadillas, un Freddy Krueger con
delantal blanco y estetoscopio, que les anunciaba que nada es para siempre y que la vida parásita que llevaban en la comodidad de sus hogares, podía ser eclipsada en cualquier momento, por la llegada de una tierna y no tan inocente jovencita.
Todo era alegría en aquellos tiempos, hasta que iniciaron los primeros movimientos de mi ex. El primero de ellos, fue hacerse íntima de la mujer
del Director del Hospital, a quien le contó una historia horrenda que regó por todo el mundillo hospitalario. Inventó la infamia, de que estaba encinta
cuando yo decidí cambiarla por otra, y que producto de esa fuerte
decepción, tuvo una pérdida que la dejó sumida en una severa depresión y
que en nada ayudaba a su salud, sentir como esa mujercita se burlaba en su cara mientras el hospital la mantenía trabajando en neurocirujía con
su marido, mientras que ella, “la tonta”, se quedaba sola, deprimida y sin
hijos, a una edad difícil para cualquier mujer que quiere rehacer su vida.
La mujer del Director, conocida como la Flaca amarga, era una abogada
aburrida y fumadora de marlboros, que controlaba a su marido con la
habilidad de un prestidigitador, de manera que la misma mañana en que
alguien me tiró un gato muerto en el estacionamiento, me encontré sin
Calabacita del Sur en el pabellón de neurocirugía, y en su reemplazo, me
trajeron a una enfermera tan gorda y fea como el personaje de Katty Bates
en Misery. Por la noche tuve que bancarme los sollozos desconsolados de
Calabacita y varios días de cruda abstinencia sexual.
La luna de miel estaba llegando a su fin, la realidad nos chocó de frente para las festividades de fin de año, pues ni siquiera podíamos asistir juntos a las actividades del hospital pontificio, dado que ella no era la mujer con que yo estaba unido ante Dios, sino que era la otra, la destructora de hogares, la trepadora que le robó el marido a la pobre de Sofía. Esto evidentemente comenzó a afectar nuestra convivencia, ya no era tan fácil que se me pusiera dura, me comencé a estresar y descuidé
mis consultas particulares por lo que mi nivel de ingresos mermó y cada
vez que me quejaba de las deudas, Calabacita preguntaba el por qué tenía
que pagarle alimentos a la bruja, si no había hijos de por medio, cuestión
que en realidad yo mismo me preguntaba y que mi abogado, el Guatón
Marambio, nunca logró explicar.
Tras ello comenzó lo peor, las peleas, los celos, de ambas partes, pues
cuando dos personas se aman de manera animal, como nos ocurría con
Calabacita del Sur, la pasión termina desbordando y la mente empieza a
imaginar cosas.
Ella odiaba a Sofía con toda su alma y vivía angustiada ante la idea de una
reconciliación. Por eso se hacía maña para revisar mis redes sociales, y
encontraba señales en cualquier publicación de Sofía que interpretaba
como que habíamos estado juntos. Yo no lo hacía mejor, y le monté una
escena de celos en el auto, cuando la vi despedirse del jefe de Geriatría, y
terminamos discutiendo, al punto de llegar a recriminarle que “ Sofía jamás
se habría comportado así”. Me mandó al carajo con justa razón, y el fin de
semana se fue a Talca para dejarme en reflexión. Como resultado de la
reflexión, decidí lanzarme por la noche. Me alcoholicé, me fui a un cabaret
con el guatón Marambio, y terminé inyectándome morfina en un privado
con dos chicas disfrazadas de enfermera, que se ensañaron con mi
Mastercard Platinum, porque la vida es ahora.
Tuve la mala idea de regresar en el audi, pese a que el guatón me pidió un
taxi. Algo me pasó en la cabeza intoxicada que no hice caso y me fui
quemando llantas para terminar volcado en la autopista y destrozando
todo el auto. Antes de perder el conocimiento, en un destello tuve una
visión de horror, la imagen de una Sofía espectral, con una trapelacucha en el pecho, iluminada por el sol naciente, cual bruja terrible, vengativa y destructora.
Sin embargo, la fortuna de los malditos consiste en siempre salir vivos, para seguir chupando otro poco más de infierno. Aunque aparecí hasta en
las noticias, no me pidieron la renuncia en el Hospital, imagino por la
escasez de especialistas que hay en el país. Desde ese momento volvió a mi
cabeza, la idea de algo sobrenatural, la imagen de esa cadena maldita de
mi juventud, junto a las añejas promesas de Sofía.
Producto de mis lesiones terminé hospitalizado, y para mi sorpresa, tuve
una tregua menor con mis dos mujeres, quienes soportaron de forma
civilizada y estoica, sus mutuas presencias, ello hasta que mi condición
mejoró y me pareció apropiado agradecer a Sofía su preocupación, pero le pedí que no me visitara más. No imaginé la furia que eso podía desatar,
aunque noté un pequeño brillo de infierno en sus ojos cuando se despidió,
y un frío espectral inundó mi habitación.
El guatón Marambio, finalmente no era tan buen abogado como el mismo
pregonaba y yo asumía. En la arista judicial, aunque no hubo daños a
terceros, terminé condenado a una pena superior que la de Martín Larraín y Jhonny Herrera juntos, pagando una multa que era más propia de casos
como La Polar o Cascadas, y con la licencia de conducir suspendida por
cinco años y un día, flor de abogado el mío.
De vuelta en a nuestra vida en el departamento con Calabacita, acordamos tomarnos un descanso y viajar a Punta del Este, y como lo prometido es deuda, me inyecté una potente dosis de citrato de sildenafil, pues quería darle con todo esa noche, y efectivamente le di con todo: qué maravilla! Sin embargo, transcurridas que fueron cuatro horas desde mi gran
performance, el miembro me continuaba tieso y musculoso como Hulk, y
luego pasó a ponerse morado, producto de un potente priapismo, efecto secundario de la sobredosis de viagra. Corrí al hospital antes de terminar
reventando mis arterias. El médico de urgencia me miró con cara de “pobre
infeliz”, y me aplicó medicamentos anticongestivos intravenosos, los que
tras una hora, y mantenerme el pene en observación por cuanta enfermera
asomó, no surtieron el efecto esperado. El colega debió proceder con las
medidas extremas que yo temía, el mecanismo de “aspiración” que consiste
en pinchar e introducir profundamente una aguja en el pene, y drenar
lentamente la sangre que se ha acumulado, para evitar que reviente. Qué
puta suerte, con una jeringa en el glande, me sentía en una pesadilla de
Kubrick. Tras dejarme el pene flácido y pálido, le dieron treinta días de
reposo absoluto, para luego darme el alta. Fui a cancelar mi cuenta
inmediatamente, para ahorrarme por la mañana los comentarios de mi
triste y ridícula erección. Las malas noticias continuaron, pues al pagar
me informaron que mi cuenta del seguro médico estaba casi copada, producto de una intervención quirúrgica millonaria que yo desconocía.
Lipoescultura, implantes mamarios, y aumento de glúteos. Lo que faltaba,
Sofía ordeñando la vaca hasta el final. Indignado partí a mi antigua casa a
exigir explicaciones. No me abrieron la puerta, pero la suegra me dijo a
través del citófono, que la niña estaba en reposo y que no la molestara, que ya bastante daño le había causado, que las pagaría todas, y que volvería arrepentido arrastrándome como un gusano. Perdí los estribos y tuve la mala idea de abrir el portón con mis llaves antiguas e ingresar
hasta el jardín. Aun así no me abrieron y se encerraron por dentro. Le grité
desde afuera que me abriera inmediatamente, y bajé al quincho para
darme la vuelta e ingresar por el gimnasio, y cuando pasé frente a la
parrilla y el horno de barro, encontré calcinadas todas mis fotografías y
mis antiguos croquis, junto a un extraño muñeco vestido con un delantal blanco, carbonizado y lleno de alfileres. ¿Qué mierda es esto?, me pregunté, y cuando aun no terminaba de comprender ni reaccionar, hizo su aparición una pareja de Carabineros que me tomaron detenido, me sacaron de la casa, y así es como terminé en el calabozo de la Comisaría, para esperar toda la noche una audiencia de control de detención
formalizado por el delito de violencia intrafamiliar, en la que me dejaron
con orden de arraigo y prohibición de acercamiento a la “víctima” por
sesenta días, con lo que el viaje a Punta del Este con Calabacita se fue por
la alcantarilla. Así una vez más, tuve una larga noche de llantos, porque la
bruja nos volvía a fastidiar el romance.
Cuando regresamos al departamento, nos encontramos con la Rosalía, mi
empleada, pálida dentro de lo que su tez fuliginosa le permitía. Me informa que renuncia porque cosas raras pasan en el departamento, humedades y
fríos extraños que eran anormales, tenía susto y lo sentía en el alma, pero
en la Inspección del Trabajo le informaron que sus cotizaciones estaban
impagas y que se le debía una indemnización a todo evento.
Desesperado ante tanta mala suerte, contra mi formación científica,
terminé estudiando sobre magia negra. Estaba convencido que esa maldita
bruja, con sus trece gatas, hogueras y muñecos vudú, me había lanzado
una potente maldición que la ciencia no podría descifrar. Así descubrí una
serie de encantamientos que las mujeres despechadas, utilizan para arruinar a sus maridos. Navegando por la web me enteré que hay páginas completas dedicadas a proporcionar herramientas de hechicería a las brujas neófitas, indicando paso a paso lo que deben hacer:
“Hazlo por la mañana, antes de desayunar o de ir al trabajo. Enciende una vela y luego toma dos piezas de papel higiénico juntas, sobre las que
escribirás el nombre de la persona de la que deseas vengarte. De a poco, ve rasgando el papel higiénico y quemando los pedazos en el fuego mientras
dices: o, (di tu nombre), cobro venganza a esta persona; Por todo el sufrimiento que ha causado; Por todas las heridas que no sanarán; Por todo el dolor que hay en mi corazón; Me vengo de esta persona; y le hago sentir mi dolor; Haz que (di el nombre de la persona), se sienta como yo; Que así sea”.
Me volví paranoico y así, por recomendación del guatón Marambio, terminé acudiendo donde un cliente suyo, un brujo y demoniólogo con barba de chivato que aparecía en los matinales de la televisión, a quien le conté mis
males, le describí a Sofía y su madre, le expliqué de sus antepasados y me
explicó lo que estaba pasando según su experticia.
- Aquí existe claramente un trabajo de magia negra, doctor Moravec. La
magia negra se basa en una construcción energética que realiza una
persona especializada, un brujo o mago, que puede ser cualquiera de ellas
dada su ascendencia mapuche, y no sería raro que se trate de una kalku.
- Una kalku?- pregunto intrigado.
- Una Kalku es una bruja que practica el mal en una forma mística, para
dedicarse a hacer el daño al prójimo; lo opuesto a las Machis. Esta Kalku,
a través de tus fotos quemadas, y el muñeco que me has descrito, debió
efectuar esta construcción energética que se ha alojado en ti, con el fin de
dañarte. medida que pasa el tiempo, la situación irá empeorando, pues la maldición se irá anidando y se fijará en tu aura.
- es posible revertir el daño?
- Todo inicia con las señales que me has descrito, accidentes, extrañas
humedades en tu casa, pesadillas nocturnas, sentimientos agresivos hacia
tu pareja, impotencia sexual. Estas cosas a la larga se vuelven crónicas, en forma de tristezas y depresiones inexplicables, fracasos laborales, cansancio extremo, enfermedades venéreas, y abandono.
- ¿como podemos detenerlo? - le pregunto al cara de chivo angustiado.
- lo normal sería recurrir a baños de sal, pero que en este caso la maldición es muy potente y se deben tomar medidas místicas extremas.
- ¿cuáles son esas medidas?- consulto ansioso, entonces el mítico se levanta y revuelve una estantería, regresando con una roca verdosa entre sus manos.
- Tendrás que ingresar este sagrado talismán en sus aposentos. Se trata
de un neutralizador de Kalku. Debes dejarlo en su cama, en el lugar donde
la bruja descansa, y asegurarte que se mantenga allí durante una semana,
que es el tiempo que van a durar tus sanaciones espirituales.
Podía parecer descabellado, pero una fuerza interior me decía que era el
camino a seguir, y aunque tenía prohibición de acercarme al nido de la
víbora, decidí realizar la operación.
Escogí una fecha en que la bruja recauchada de Sofía, debía comenzar sus controles post operatorios y me fijé en que ello coincidiera con la época, en
que la suegra normalmente estaba de vuelta en su pueblo. Me coordiné
con la secretaria del cirujano estético para que me avisara de los controles
y llegado el día me informara vía wahtsapp los movimientos de Sofía.
Cuando llegué a la casa, ya habían cambiado las chapas, pero no
contaban con que yo tenía un ingreso secreto desde el vitral del techo de
mi estudio. Bajé sigiloso, pero apenas toqué el suelo un monstruo del
averno se clavó en mi cuello chillando. Era la “Beliche”, la gata negra y
felpuda favorita de Sofía, que me clavó sus garras endemoniadas. Logré
arrancarmela y arrojarla sobre un mueble con zapatos. La gata huyó gruñendo engrifada. Traté de mantener la calma y olvidar el dolor mientras me limpiaba la sangre, es cuando me percato que mi estudio ha sido convertido en un “Walk in Closet” para más de doscientos zapatos. Ahí brillaba mi pensión de alimentos. Masticando mi rabia avancé entre las
piezas, entre mauilldos de gatas, portainciensos y marcos de fotografías,
en las que mi imagen había sido arrancada. Observé que el retrato de los
dos, pintado por una amiga y que fuera un regalo de cumpleaños, había
sido exiliado para albergar ahora la imagen de un Pinochet rubicundo, y
sonriente, con la leyenda “Misión Cumplida”.
Llegué a la alcoba, descorrí las sábanas y procedí a efectuar una profunda
incisión en el colchón con mi bisturí, depositando en el fondo el talismán.
Con mi precisión de cirujano dejé el colchón en perfecto estado tras
suturarlo, pero cuando estaba colocando las sábanas en su lugar, noté
como una sombra enorme emergía a mis espaldas. Un terror invadió mis
entrañas. Era la suegra, que no había viajado, en todo su esplendor
diabólico, guardiana cual niñera del nticristo en la Profecía antigua, la de
Gregory Peck, solo que ésta era enorme, reaccionaria y llevaba puesto un viejo delantal de Cema Chile. rrullaba entre sus brazos una escopeta, mientras sonríe satisfecha apuntándome al pecho:
- cerdo – fueron sus únicas palabras. Tras ello, disparó dos veces y me sumí en una obscuridad demencial.
Desperté en la sala común de un hospital público al que me fueron a
arrojar, donde luché por mi vida aferrado a un ventilador artificial, entre pesadillas con demonios, esvásticas, soñándome como Caupolicán sentado en la Pica, con Sofía de Guacolda degollando a Calabacita, y la banda sonora de los Huasos Quincheros, hasta que finalmente recobré el conocimiento y mis padres lograron trasladarme de clínica
Con el correr de los días, el Guatón Marambio me trajo flores y dos cartas.
Una era el sobre azul en que me comunicaron que fui despedido del
hospital. Era de esperar. La otra era de Calabacita, comunicándome que se
devolvía a Talca para aclarar sus ideas y que era mejor dejar todo hasta aquí.
- Entiendo que aún estás afectado – me dice el Guatón Marambio - quien
no lo estaría, apareciste en todas las noticias, “Médico baleado por ex suegra tras confusa invasión domiciliaria”, memorable, pero creo que hay que ver el vaso medio lleno: estás vivo, y además estamos a punto de obtener tu divorcio. Claro que eso es siempre que … aceptes algunas condiciones.
- de qué condiciones estamos hablando, Guatón, qué más quieren, mi sangre, un riñón, otro pulmón, si ya me quitaron todo, espantaron a Calabacita y me tienen moribundo y sin trabajo!!!
- Sofía pone como condición, que no nos querellemos en contra de su madre y que aceptes responsabilidad por la invasión de su domicilio.
- pero cómo voy a aceptar eso Guatón! Esa vieja casi me mata, sonriendo, y Sofía… Sofía es una bruja!!!- le respondo tratando de controlar el dolor que me provoca la indignación.
- Con mayor razón, Moravec, con mayor razón, yo no creo en brujas, pero lo pensaría dos veces antes de rechazar la oferta de una, después de todo lo que has pasado, como dice el dicho, de que las hay… las hay.
Despido al gordo, enciendo el televisor y llamo a la enfermera para que me cambien el orinal. Mis ojos se quedan fijos en el crucifijo que está colgado
en la pared, amarrado a una extraña cinta carmesí, mientras en la ventana se posa un cuervo que grazna dos veces y vuelve a alzar el vuelo hasta que lo pierdo de vista.