Este es un país serio, me dijo el hombre sorbiendo un escocés y fumando un habano, rebosante de sabiduría y continuó: este no es país para populismos. Lo escuchamos más de lo prudente: "Cuidado que por este camino dejamos las condiciones para que un populista llegue al poder. El país no tiene la estructura para impulsar todas las reformas, una Nueva Constitución, sí podría ser necesaria, pero a través de los mecanismos institucionales, eso sí, porque aquí las instituciones funcionan. No somos una República Bananera".
Bajar la dieta parlamentaria... populismo; acabar con las AFPS ... Más populismo; aumentar el sueldo mínimo más aún? Comunista y populista. Asamblea Constituyente como en Bolivia? Populismo en su más grande extensión. Educación Gratuita para todos? Pelotudez y populismo. Aumentar los impuestos? Populismo e inoperancia. Reconocimiento a los indios flojos? Populismo de lo políticamente correcto. Matrimonio gay? Populismo asqueroso. Legalizar la marihuana? Vicios privados virtudes públicas pues mijito: po-pu-lis-mo.
Es algo realmente loco, pero siempre que se propone alguna idea acerca de cosas que la gente, todos nosotros, el pueblo llano, estima como necesarias, razonables, contingentes, resulta que nos enteramos que la élite lo considera como algo populista.
La Presidenta Bachelet, en medio del desplome de su credibilidad, se aferró al fútbol como tabla salvavidas y nada más esbozar que financiaría mejoras al centro deportivo de la selección de futbol, fíjense que inmediatamente, el pueblo llano, o sea nosotros, reprobamos su iniciativa, porque la consideramos francamente...populista. Populista e impopular.
Creo que no ha existido un gobierno en Chile, cuyas tasas de impopularidad sean tan altas y que sin embargo, al mismo tiempo, su agenda sea catalogada por el empresariado y la oposición como tremendamente "populista".
Es algo extrañísimo, es decir, ¿es posible que al mismo tiempo un gobierno sea populista e impopular?
Pues claro que sí, o no recuerdan a la chica del colegio, que pese a todos sus esfuerzos por ser popular, terminaba siempre derrotada y en ridículo, dando gala de esa moraleja tan típica de las películas gringas con que ha crecido nuestra cultura del bullying escolar.
El problema es que Michelle Bachelet, tras el guatazo gigante que significó "enterarnos por la prensa" de los negociados de su familia, reñidos sino con la ley y la ética, al menos con las conviccciones de la igualdad social, haya buscado infructuosamente retomar sus abrumadores niveles de popularidad con fórmulas que no le dan resultado, precisamente porque "la popular", tiene una expectativa de cambio, de reformas, y de reformas potentes, tan potentes que se han ganado el mote de "populistas", y es por ello que los sospechosos de siempre, han terminado por bombardear La Moneda, esta vez no con aviones, sino que con tomates podridos, mala prensa, opinólogos de Universidades Privadas, vendettas y soplos sobre el real financiamiento del ala "progresista" de nuestra política, acribillando a Ministros elegantes y engominados, que finalmente, el único Ministerio que verán en lo sucesivo, será el Ministerio Público.
Hugo César Chavez, ha sido en latinoamérica, el populista por antonomasia, y eso es porque actuó siempre sin miedo al ridículo ni al fracaso, precisamente lo que le falta al gobierno de Bachelet. Las pelotas de Chávez, es decir, un buen par de tetas a todo escote, en el caso de la Mandataria. Asumir sin miedo sus caminos, pero no este camino del hacer a medias, del "realismo sin renuncia". No basta con llorar en Sábados Gigantes, sonreir con Arturo Vidal, ni entregar más bonos y subvenciones. Bachelet debe asumir con honor el compromiso que pactó con su electorado, sin miedo al mote del "populismo", sin temor al bullying político que desde la misma Nueva Mayoría se practica (porque seamos francos, la derecha no existe más que en los Juzgados de garantía) y que la mantienen al borde de la hemiplejia por temor a que lo peor no haya pasado aún, y que sigan descubriéndose tantos muertos en el clóset como cadáveres en la conciencia de Pinochet, que terminen por reinstalar a un expectante Ricardo Lagos, como el Salvador de Chile en un Gobierno de Unidad Nacional e Impunidad Judicial, porque esa es la apuesta de la élite que se huele el cielo azulado, donde quieren frenar los impulsos reformadores de la ciudadanía. Quieren instalar a un controlador social, a fin de evitar que La Moneda continue con sus reformas populistas y para frenar también un escenario muy adverso en las próximas elecciones, producto del desencanto con la NM y sus promesas de borracho en año nuevo, que permita surja el temido caudillo populista que ponga todo de cabeza, se acabe el shampoo y se coman las guaguas en las mismas cacerolas que hoy golpean contra los pastabaseros.
En mi opinión intrascendente, creo que nada sería mejor para el país, que eso último. Que por fin llegase un populista, un loco demente y comprometido, capaz de dar su vida por cumplir las exigencias de la popular, en esta nación latinoamericana saqueada por un grupusculo de elegantes patos malos.
Concuerdo con Marcos Roitman, en cuanto a que "los caudillos nunca han gozado de buena prensa, sobre todo cuando su definición se homologa a dictadores sin escrúpulos. Si echamos un vistazo al siglo XIX latinoamericano, el apelativo se adjudicó a figuras como Juan Manuel de Rosas en Argentina y Facundo Quiroga, tan bien descritos por Domingo Sarmiento en Facundo, civilización o barbarie. En Paraguay, el mote recayó en José Gaspar Rodríguez, de Francia, inmortalizado por Augusto Roa Bastos en su novela Yo, el supremo. Ningún país se libra de tenerlos. En Bolivia, los focos se centran en Manuel Mariano Melgarejo, asesinado en el exilio en 1871. Su personalidad ha sido objeto de múltiples chascarrillos. Alcides Arguedas lo retrata en su obra Los caudillos bárbaros. La lista es larga. Entre tantos, un caso singular, Chile, donde el caudillo nunca ocupó la presidencia. Ahí se habla del hombre fuerte que aglutinó a las fuerzas vivas del país para construir el Estado, Diego Portales. Resulta significativo que en 1973, tras el golpe de Estado, la junta militar, encabezada por Pinochet, adjetivara la sede de la dictadura como Edificio Diego Portales, antes llamado Gabriela Mistral".
Efectivamente, mucha mala prensa y mucha confusión también en los conceptos entre los especialistas, pues algunos vinculan populismo y caudillismo asociados derechamente a la tiranía que ha aquejado a nuestro barrio, no en vano, Pinochet en su discurso en Chacarillas se autodenominaba como "la voz del pueblo, la voz de los que no tienen voz".
Muchos especialistas, frente a cualquier proceso político popular, antiimperialista y anticapitalista, no pierden un segundo en designarlo como la peligrosa sombra del populismo, caricaturizándolos, aun cuando sus titulares hayan ganado su ascenso en las urnas, sin posibilidad de reconocer que se pueda estar ante un verdadero lider que como precursor, tenga la capacidad de transformar el orden constituido.
Se plantea desde el discurso de las ideas tradicionales, que la diferencia entre caudillos y líderes, radica en que los primeros son expresiones típicas del populismo. Los segundos responden más bien a esquemas democráticos, pese a que se den rasgos de populismo. El diferencial respecto del caudillo lo señala el politólogo Luis Artemio Melo: «El liderazgo entendido como la relación de fines limitados no supone la enajenación total de la voluntad de los adeptos, o sea, que los valores asumidos por el líder se entienden como instrumentales y por consiguiente, condicionados, es decir limitados".
Ahora evidentemente, la validación democrática es precisamente aquella que despojaría del manto de dudas al "Líder", aun cuando su programa venga fermentado en ideas de esas que la élite suele llamar "populistas".
La execración crónica de líderes que obedecen a un imperativo popular, como populistas, me recuerda bastante a lo que hizo la cristiandad con el demonio, porque lo que hizo la cristiandad fue precisamente eso, agarró a un dios de los paganos y lo transformó en el enemigo.
El doctor Alfonso Fernández Tresguerres, de la Universidad de Oviedo, en uno de sus libros publicados nos muestra una conexión que nos interesa entre el Diablo o Satán y Pan y Dionisos, que reafirma mi teoría de cómo las élites dominantes transforman, con denominaciones convenientes a sus intereses, conceptos populares en adhesión en negativos símbolos a reprimir:
“Ahora bien, Dios tal vez pudiese haber creado al Diablo de la nada, pero el hombre (que es quien realmente lo ha hecho), no. Y por eso la figura de Satán no surge de la nada, sino del resto de figuras demoníacas presentes en las formas anteriores de religiosidad. Esas figuras confluyen en el Diablo siguiendo dos líneas fundamentales: Ahriman, por un lado, y Dionisos y Pan, por el otro (con la importante asistencia y apoyo, desde luego, de otras entidades divinas y demoníacas).
”En realidad, casi podría afirmarse que el Diablo judeocristiano es prácticamente un calco del persa, porque el segundo ámbito al que aparece asociado Satán, esto, la fecundidad y el deseo sexual, son patrimonio también de Ahriman. Sin embargo, en este segundo aspecto, que consolida plenamente la figura del Diablo, más importante que la mitología persa parece haberlo sido la griega. Satán será enseguida asimilado a todas aquellas divinidades ctónicas o subterráneas que los cristianos seguramente percibían, sin más, como demonios (no olvidemos que, en el peculiar dualismo cristiano, el cuerpo y la materia son el reino del Diablo). Y entre esas divinidades resultan absolutamente claves las griegas: Hermes, desde luego, el dios del falo y mensajero de los dioses (recordémoslo), al igual que lo fue inicialmente Satán; pero sobre todo Dionisos y Pan. A imagen de Dionisos, el Diablo será una entidad cornuda, símbolo de la fecundidad (como lo han sido siempre los cuernos, ya desde el Paleolítico), más bien de la orgía, la lascivia y la vida instintiva. Por su parte, Pan transmite al Diablo el deseo y el impulso sexual sin límite alguno, así como su aspecto cabruno, pezuñas y cuernos incluidos”.
(Alfonso Fernández Tresguerres: Satán. La otra historia de Dios).
La cristiandad transformará en Occidente, a todo aquello relacionado con la sensualidad y los placeres (propio del Pan, Dionisio y el dios Baco), en algo pecaminoso, en algo demoniaco.
Para el grupo dominante, existirá siempre un temor a nuevos liderazgos, de ahí que frente a ello se deba plantear una estrategia de bloqueo, y así como se transforma a un dios de lo placentero en un demonio, a un Líder de las expectativas populares, se le transformará en un "caudillo populista", pues no se puede permitir que aflore en los seguidores el encantamiento por lo que Weber llamaba como "cualidades mágicas y heroicas", de esas fuera del marco de lo corriente que hacen surgir potencias carismáticas, que desde la élite se dibujan terroríficamente como una "dominación carismática" capaces de provocar una nefasta reacción incondicional y afectiva de sus seguidores.
Es por ello que no es de extrañar que se plantee en los foros, que el caudillo populista aparezca como un líder paternalista, nacionalista, antiimperialista, donde las clases populares de un país estarán tanto más expuestas a apoyar a esos movimientos de orientación autoritaria (de izquierda o de derecha), cuanto más tardía haya sido su integración política y cuanto más traumático haya sido el tránsito de una sociedad preindustrial a la industrial.
En América Latina, otra perspectiva de análisis vincula el caudillismo a las montoneras, llaneros o cimarrones, identificándolo como un movimiento social cuasi espontáneo y popular, un bochinche, individualista, anárquico, invertebrado, que para perpetrarse, termina por enfrentar a la base de apoyo caudillista original. Nace como héroe y muere como un villano.
Pese a todo, a mi el concepto del "caudillo popular" no logra desencantarme, como ya he dicho, creo que todo forma parte del plan de deslegitimación del verdadero interés público, por parte de las élites en su afán de control y retención del poder y los privilegios.
Es por ello que si un caudillo populista llega y me ofrece, por ejemplo, terminar con el fraude al mercado que practican los monopolios y oligopolios de nuestros respetables capitalistas, me asegura una jubilación decente acabando con la estafa de las AFP, me devuelve los recursos naturales que soberanamente nos pertenecen, le da educación gratuita a mis hijos, la misma que los neoliberales extremos me arrebataron para endeudarme el futuro, y genera condiciones para asegurar un reparto equitativo de los crecimientos económicos, pues bien, salgo a votar por el.
Pero atento Señor Caudillo, el compromiso es de honor. No se acepta que a mitad del camino se achapline, no se acepta que se olvide de sus compromisos populistas por temor al fracaso y al bullying de la élite. Porque no se vale ser populista para llegar al poder y luego descubrirse "serio y responsable". Rancio con tinturas.
Si eso ocurre, No se extrañe entonces si baja en las encuestas y lo odian las redes sociales No se extrañe si por ese fraude imperdonable, se levanta un caudillo realmente loco, de esos que, como decía el poeta populista, mas popular de todos, hacen llover sangre.
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