Vivíamos en un pueblo de esos del norte del país, árido, polvoriento y pequeño. Una suerte de campamento minero extendido, que los años llegaron a convertir en ciudad sin serlo verdaderamente. La gente caminaba con calma, esperando que la depresión terminara y el cobre les devolviera la esperanza. No había mucha esperanza realmente en esos parajes. El país era gobernado por unos simios forzudos que a punta de metralleta le regalaban las riquezas nacionales a un grupo de muy decentes civiles de moral conservadora, que confiaban en los postulados económicos de la Universidad de Chicago.
Sí, hasta aquí nada nuevo bajo el sol, historia conocida. Pero qué puedo decir, en el pueblo todo era historia conocida, no había mucho en lo que entretenerse más que ir al viejo y destartalado cine “Alhambra”, fornicar hasta embarazar a alguien, pasar rabias en el estadio Municipal viendo jugar a los “leones” del R con A y escapar de las protestas de los universitarios contra el régimen, para no salir baleado casualmente por los gatillos de algún loco de uniforme verde.
Recuerdo que salía del colegio y llegaba a la oficina de mis viejos cuando me encontré con una marcha estudiantil y de repente se me venía encima un mar humano, escapando de los disparos de las fuerzas de seguridad. Cuando apenas tienes nueve años, tu velocidad de movimiento no es lo suficientemente rápida como para alejarte de una masa que arranca desesperada de las bombas lacrimógenas. Fue entonces que de un jalón me levantaron del piso y logré escapar de la estampida comunista, como elevado por un ángel.
Mi hermano, cinco años mayor que yo, me había arrastrado para sacarme de la línea mortal de escape de los estudiantes y me cargó hasta que ya pude arrancar por mis propios medios rumbo a la oficina de los papás.
Mi hermano era lo más parecido a una celebridad que yo conocía. Entre todo ese letargo interrumpido a ratos por las escaramuzas entre estudiantes comunistas y los esbirros del dictador, era poco lo que ocurría, excepto por mi hermano. Un personaje singular sin duda alguna. Era insoportable. El hermano mayor insoportable por antonomasia, pero también, un suerte de genio en ciernes. Para no llegar aun a la quincena, iba adelantado tres años en el colegio, y gracias a su agria empatía, se ganaba el odio de los profesores de matemáticas, cuando demostraba que estaban equivocados, cuestión frecuente.
No éramos hermanos al cien por cien, habíamos compartido eso si el asfixiante vientre materno, tras el segundo matrimonio de mi vieja y llegamos a vivir, como una familia especialmente disfuncional, a ese pueblo, especialmente vulgar, en lo que los capitalinos llaman “la provincia”.
Yo pasaba las tardes en la biblioteca pública y en una ocasión, leyendo Rojo y Negro de Stendhal, una frase me expresó a la perfección lo que ocurría con mi hermano en ese pueblo polvoriento: “En la capital se encuentran personas elegantes, en provincias, personas de carácter”. Eso era precisamente lo que pasaba, porque elegante mi hermano no iba a ser nunca en su vida, tenía el rostro parecido a Bruce Lee, y era ancho de espaldas, pero cortito como un poni y ágil cual lagarto, de manera que vestir trajes elegantes nunca sería lo suyo.
Pero tenía carácter, eso era innegable. Podía memorizar diálogos completos de sus películas favoritas de Bruce Lee, y Star Wars, arrojando frases en el momento más preciso.
A mi me fastidiaba todo el tiempo. Me obligaba a ejercitarme, aunque yo sólo quería dibujar y leer, se burlaba diciendo que iba a terminar vendiendo historietas en un quiosco si no sabía artes marciales que eran el futuro, junto la computación.
Mi viejo, al que ambos llamábamos papá, aunque a nivel genético sólo compartía los genes de la familia Purple conmigo, siempre había sido un futbolero, pero al poco tiempo se percató con resignación, que ambos éramos negados para la pelotita, de manera que se conformó con que yo me dedicara a jugar de arquero. Afortunadamente de forma temprana descubrió que mi hermano era talentoso en el deporte ciencia del ajedrez. A los pocos años ya comenzó a darle palizas a papá, de modo que le contrataron un entrenador, al que al poco andar le pintó el tablero, así que ingresó al club de Ajedrez del pueblo, donde sólo jugaban adultos, a los que al poco rato también terminó pintándoles la cara.
Se convirtió en una suerte de leyenda. Fue el primer campeón regional de menos de 15 años en ganar en el torneo por adulto dos años consecutivos, aunque el nivel de los ajedrecistas regionales dejaba mucho que desear, pues la mayoría acudía a beber vino mientras movía las piezas. También habían algunos pesos más pesados como Villalobos, que usaba un parche en el ojo y le faltaba una pierna, por lo que yo creía era un comunista cubano o un pirata camuflado; Sotillo, un enanito adorable que coleccionaba pichones; Caballero, el borrachilla entrenador de los juveniles; y Ortega, el maestro máximo, un gordo con bigotes y ojos achinados semejante a Genghis Khan, que desde que se había titulado como contador ya no participaba en los torneos regionales y era el mejor rankeado a nivel nacional. Mi hermano, secretamente, deseaba jugar contra la bola de sebo, pues tras revisar sus partidas, sabía que podía derrotarlo, pero Ortega cuidaba su prestigio y no se arriesgaba jamás.
Fuera del ajedrez, mi hermano practicaba artes marciales, pues como ya adelanté, no sólo se parecía sino que además, se creía Bruce Lee. Tenía disciplina, hay que reconocerle. Se levantaba a eso de las seis de la mañana a romper tablitas con los puños y a endurecer las yemas de los dedos en uno sacos con arena, legumbres y piedras, a fin de convertirse en una verdadera “arma letal”. Pese a ello, no era un pendenciero, nunca le ofrecía “chancas” a nadie, a menos que lo fastidiaran demasiado. Como era bajito y delgado, parecía fácil de vencer por los patoteros habituales, sin embargo cuando lo buscaban, terminaban inexorablemente mordiendo el polvo con algún hueso roto.
Combinaba sus aficiones con un buen rendimiento académico y un mal comportamiento social. Siempre se las arreglaba para emitir juicios tan lacerantemente veraces como ofensivos, lo que en sí mismo constituía un verdadero arte, en tiempos en que a David Shore no se le ocurría aun inventar ni la sombra del House M.D.
Por supuesto, nuestros vecinos lo detestaban, pues si sus hijos no terminaban humillados de alguna manera novedosa por el listillo aquel, ellos mismos recibían una “terapia del mundo según mi hermano mayor”, lo que casi los llevaba al suicidio porque un pendejo les demostraba empíricamente lo patético de sus vidas, el escaso cacumen de sus retoños y lo perdedores que eran ellos mismos. Nos invitaban a todos los cumpleaños, como podrán imaginar.
Pero el éxito es una droga más poderosa para el entorno que para sus directos consumidores, los verdaderos triunfadores con carácter, y mi hermano parecía ni inmutarse cuando llegaba con Copas de Campeón y medallas enchapadas en oro al cuello, corolario de sus torneos de ajedrez. La odiosidad se aplacaba cuando el barrio salía a recibirlo regresando de sus torneos, y especialmente tras coronarse como el primer campeón nacional de ajedrez adolescente que conoció la región, el más joven además, con aplausos, vítores, hurras y hasta abrazos de la vecina a la que le había destrozado los arboles del jardín a machetazos porque ingresaban en nuestra casa y le quitaban luminosidad a su pieza para entrenar equilibrios de kung fu.
En esa época fue que, para mi pesar, comenzó a ver muchas películas del Holocausto judío y de la Segunda Guerra Mundial, y hasta me pidió que le consiguiera un ejemplar de “Mi lucha” en la biblioteca. Luego, cuando me obligaba a ejercitar, adoptaba un extraño tono, como de una caricatura de Hitler, y me llamaba “perro judío” cuando me veía exangüe desfallecer tras realizar mil flexiones de brazo sin parar. Ni fuerzas para masturbarme me quedaban. Una desgracia.
Era consciente de que a mi no me interesaba ni el ajedrez ni las artes marciales, así que aprovechaba mi única predilección deportiva que era jugar al arco para hacerme trotar, saltar y agarrarme a pelotazos a quemarropa a escasos metros de distancia del arco. Como resultado, fui el arquero más valiente de mi colegio, gran cosa. Eso le daba tanto orgullo como cuando me enfrascaba en alguna pelea y salía bien parado de la misma “te das cuenta de la importancia de la buena instrucción?”.- me recordaba con emoción como si fuera el Maestro Pat Morita en Karate Kid.
Corrían mediados del ochenta y seis, el mundial de México con Maradona y todo su arte, y a papá se le ocurrió que era buena idea que yo también ingresara al club de ajedrecistas del pueblo a competir para que así acompañara y aprendiera de mi hermano “el Campeón”.
Fue un suplicio, porque me metieron en un torneo contra otros chicos de mi edad que tenían cara de estúpidos a los que realmente les gustaba el ajedrez y parecía que no les interesaban las mujeres, ni las historietas, ni los libros, ni tocar la guitarra como la cigarra, es decir, parecían de un mundo muy extraño, era como conocer a los Jawas de la Guerra de las Galaxias.
Lo peor es que todos me pintaron el tablero de manera ignominiosa durante una horrorosa tarde. Todos me ganaron, incluso una niña más pequeña que yo, lo que hizo cuestionarme seriamente acerca de la sabiduría que me estaban aportando los libros.
Mi hermano se burló todo el camino a casa, y contó mi lamentable experiencia a la hora de onces, cuando Maradona ya había anotado su famoso gol con la mano contra los ingleses y yo me lo había perdido a cambio de humillaciones en el pajero deporte ciencia.
Entre mi padre, mi hermano y mi madre, determinaron que no debía darme por vencido y que debía volver la semana siguiente, pero en esta ocasión mi hermano tendría la misión de enseñarme varias técnicas durante la semana, así que nada de fútbol, ni historietas, ni biblioteca pública, hasta que derrotara a alguien.
Fue una semana asquerosa, leyendo partidas de los grandes maestros que me importaban un pepino, y con mi hermano que ahora me pedía que lo llamara “Maestro” mientras me enseñaba a esquivar el mate pastor, el mate del loco y el mate del tonto, que eran las maneras más estúpidas de perder la partida, y hasta avanzamos hacia algunos mates como el del Greco, el Blackburne y el Lolli.
De nada sirvió el entrenamiento. Cuando el alma no quiere estar en algún lugar, termina bloqueando a la mente, y así a la semana siguiente, terminé humillado con dos mates pastor y un mate del loco.
Pero mi hermano no dejaría que mi incompetencia arruinara su misión, de manera que ideó una manera para decirme en clave a distancia las piezas que debía mover a y hacia donde. Preparó todo un sistema que debí memorizar para comprender, que si el se tocaba la nariz con el índice significaba caballo 2, y luego con la mano indicaba el número sobre la frente para que yo supiera el lugar a donde debía mover. Así la oreja se transformó en Alfil, la ceja en Torre, la barbilla en Reina y etcétera.
A la semana siguiente, el sistema funcionó a la perfección y misión cumplida, me dejaron tranquilo para regresar a mis libros, historietas y ensoñaciones. Para librarme finalmente de la tortura del club de ajedrez y sus extraños personajes, le dije a mi vieja que no quería ir más porque estaba molesto con que todo el mundo me llamara por el apellido de mi hermano y no por el mío, cuestión que era cierta, pues nos pareció complicado entrar a explicar la diferencia de apellidos y la historia familiar a una manga de desconocidos, y que eso me estaba afectando la identidad. Santo remedio, Carlos Balvarán desaparecía para siempre de los tableros y a la biblioteca pública volvía radiante y alegre el pequeño Carlitos Purple.
Mi hermano ganó más tarde el torneo regional de Karate Do, expresando que todos sus contrincantes habían sido unos “wáters deplorables”, lo que le valió su expulsión de la academia Shio-To-Kan, por lo que volcó sus fuerzas en fastidiar a los profesores de matemáticas.
Meses más tarde, el club de Ajedrez del pueblo, orgullosamente, anunció que el campeón nacional adulto nos visitaría para jugar una simultánea contra los mejores ajedrecistas del pueblo, en una exhibición inédita. Mi hermano, evidentemente, era la promesa local, y no ocultaba su ansiedad por enfrentarse al “Campeón” Hernandez-Ivanchuk, recientemente galardonado por el dictador de turno, tras participar y clasificar a octavos de final en el mundial de Ajedrez, enfrentándose a los más siniestros ajedrecistas soviéticos, comunistas y come guaguas, en nombre de su patria en las arenas del deporte ciencia, en que los rusos eran la créme de la créme.
Mi hermano se dedicó un mes entero a estudiar a su oponente y hasta descuidó sus rituales matutinos de endurecer las yemas de los dedos para analizar las partidas del último mundial, y así introducirse en la mente de su rival.
Llegó el día, y pese a que el ajedrez no me motivaba en lo más mínimo, la convicción de mi hermano me conmovía y seducía; “ lo derrotaré”, me dijo seriamente, y así partimos el día de la exhibición rumbo a la Plaza de Armas.
El “Maestro Campeón” Hernández-Ivanchuk, llegó puntual, era alto y serio, pero lo rodeaba un aura de fría inteligencia y escasa prestancia, pese a que intentaba parecer sofisticado. Lo acompañaban dos guardaespaldas con lentes obscuros, traje gris y bigote de morsa, como si fueran un par de gemelos malvados que evidenciaban pertenecer a la Central Nacional de Inteligencia, principal organismo represor del país. Nuestros criollos y folclóricos SS.
El pueblo entero se apostó en la Plaza de Armas, obnubilado ante el magnetismo que significaba tener a un “campeón de algo” frente a sus ojos.
Siete mesas con sus siete tableros y siete contrincantes esperaban al “Maestro”, todos con rostro de orgullo y reverencia, excepto mi hermano. En sus ojos sólo existía concentración, como un francotirador preparando la mira, tras un mes de ardua y concienzuda preparación.
Se armó un pequeño barullo cuando Sotillo y Caballero aparecieron cargando otra mesa y un tablero. Los gorilas CNI los revisaron, y se preocuparon de que no existiese ningún artefacto explosivo en las piezas o debajo de la mesa.
Era una sorpresa de última hora, el gordo Ortega parecido a Genghis Khan, el “Maestro” regional, se decidía a último minuto a participar de la simultánea contra el Maestro Hernandez-Ivanchuk, lo que auguraba un gran duelo que no dejaría a nadie impávido, pues desde ese momento no sería solamente una lucha ajedrecística, sino que sería también un combate ideológico.
El Maestro Ortega era un reconocido socialista opositor al régimen, en tanto que el campeón nacional era un embajador del tirano, colaboracionista y servil al fascismo.
Cuando comenzó la simultánea el maestro Ortega, saludó seriamente a Hernandez-Ivanchuk y se concentró en el juego resoplando por la nariz, como un obeso que era. Mi hermano parecía completamente ajeno a todo eso. El lo veía todo como si fuera parte del tablero, en plan de ataque, sin tregua.
Mi hermano jugó con las blancas y partió con una apertura normal de peón en e4, lo que sacó una ligera sonrisa de condescendencia en el Maestro al saludarlo amablemente y decirle: “ah, el campeón juvenil” y respondió con una extraña apertura en c5, tratando de acortar el trámite desde un comienzo. Mi hermano no se inmutó, parecía esperar esa apertura.
El público no entendía mucho lo que ocurría, y silenciosamente fumaban en las banquetas y bebían café, pese a que el sol llegaba a su punto más alto y aunque era pleno invierno, el clima del norte no perdonaba ni cuando el cielo estaba nublado, sorbían el café caliente, con el sol calentando sus mejillas y el tabaco abrigando sus pulmones.
El gordo Ortega recibía la mayor parte de las miradas, mientras el enano Sotillo se comía las uñas de los nervios.
El maestro campeón volvió tras su primera ronda de la simultánea, mientras mi hermano lo esperaba con las blancas en caballo a f3, y el campeón respondió mecánicamente con d6 que es el movimiento de un peón de la fila de la reina negra al cuadro siguiente y uno más atrás del primer peón, organizando una barrera diagonal defensiva.
El maestro regresó tras la ronda completa y se encontró con mi hermano que envió como carne de cañón al peón d2 a d4 tentando a las negras con su peón c6 que toma a d4, para que las blancas con su caballo tomen al peón en d4, pareciendo que todo no es más que una jugada de peón por peón. Fueron dos rondas y regresa.
Las negras sacan al caballo del rey a la tercera línea en f6 y las blancas hacen lo propio con su caballo a c 3, dejando los dos caballos en delantera. En la ronda siguiente las negras sacan una posición al peón de la torre a a6.
El tablero se observa con una diagonal de dos caballo blancos y uno negro, dos peones negros avanzados en la fila 6 y uno blanco en la cuarta junto a los caballos abriendo el flanco central para que las blancas muevan el alfil del rey a e2.
Los primeros cuatro contendientes son derrotados fácilmente por el campeón y se retiran silenciosos, pidiendo un autógrafo y una foto del maestro nacional. Los CNI registran las cámaras fotográficas de los familiares de los contendientes y autorizan la maniobra.
Vuelve al tablero de mi hermano, tras jugarle a Ortega quien comienza a sudar como un puerco y no parece creer que el campeón ya lo tenga entre las cuerdas. En el tablero de mi hermano, las negras del maestro Hernández-Ivanchuk envían al peón del rey a e5 amenazando al caballo blanco en d4 que se traslada a b3 y tras eliminar a dos nuevos contendientes con el ritual de autógrafo y fotografía, en la ronda siguiente las negras movilizan el alfil a e7.
Mi hermano continúa su estrategia. El alfil blanco de la reina se traslada a e3 y las negras maniobran el enroque del rey y se va a continuar la simultánea en el otro tablero que resiste, que es del gordo Ortega el maestro regional.
Las blancas sacan al peón de g2 a g4 en una maniobra que abre el flanco derecho y las negras sacan su alfil a e6 amenazando al peón g4 y al caballo b3.
El peón blanco de g4 avanza una posición y se mueve a g5 amenazando al caballo negro que está en f6 obligándolo a retroceder a d7, entonces las blancas continúan con su danza de peones combativos y orgullosos enviando al peón h2 a h4, mientras el campeón va de un tablero a otro, Ortega suda y suda como un cochinillo en horno de barro, y mi hermano mantiene su concentración con el ceño fruncido y una mirada fría como el acero en la casa de un pingüino.
El caballo negro que estaba en d7 avanza a b6 y la reina blanca se mueve a d2 sin riesgo alguno, pues las negras se mantienen muy replegadas en defensa, quedando protegida además por un caballo y un alfil, augurando que se prepara un enroque largo por la izquierda, ya que el flanco derecho quedó totalmente desarmado en ofensiva.
El caballo negro del fondo hace su primera movida hacia d7 y las blancas refuerzan su avance de peones por derecha enviando f2 a f4 el que es tomado inmediatamente por el peón negro de e5, el que termina a su vez tomado por el alfil de e3 a f4.
El caballo negro en d7 avanza a e5 y en lo que parece una pequeña tregua se provoca el enroque largo de las blancas, y el maestro campeón suspira cansado ante el tablero de mi hermano, como demostrando que lo que realmente le interesa es la partida con el gordo Ortega, tomando más tiempo en las jugadas con este, en un acto de respeto muy fraternal.
Como es de esperar, a mi hermano las deferencias y el buen trato entre colegas ajedrecistas le chupa un huevo, para él esta no es una exhibición, esto es la guerra, cretinos.
Las negras empiezan a cargar la ofensiva y la torre se mueve a c8 para reunirse con su reina y cargar sobre la doble defensa de caballos que tienen las blancas en la tercera fila. El rey blanco concluye el enroque largo hacia b1.
La reina negra toma posición protegida por su torre y avanza amenazante a c7, pero las blancas le restan todo dramatismo moviendo al peón de h4 a h5, como si nada.
Ortega en el tablero de al lado parece más cómodo y recupera algunas posiciones, ocasionando alivio en el rostro del enanito Sotillo, su fan número uno.
La torre negra enrocada en un movimiento insulso se mueve a e8 y el rey blanco termina de refugiarse en a1, en una defensa de manual impecable.
Las negras refuerzan a su rey con un retroceso de su alfil a f8 desde e7.
Las blancas inician ofensiva desde la izquierda moviendo al caballo b3 a d4. La reina negra se entusiasma y avanza a c5, seguro en busca de amenazar al peón de a2 pues la protegería su alfil en e6 para dar un jaque mate que se observa como demasiado evidente y por lo tanto no parece una amenaza seria para el caballo en d4, que está protegido por su reina. Sin embargo, mi hermano demuestra todo su genio y así las blancas con impresionante desdén por el movimiento anterior, continúan su ataque de peones por la derecha y envían al peón a g6, lo que genera el dilema de abrir la defensa de peones de la séptima fila para no sacrificar al caballo en e5. Sin embargo las negras se defienden contraatacando con el mismo caballo, protegido por el caballo de b6, y amenazando a la reina al moverse a c4, y obligando a que la próxima movida sea enviar al alfil de e2 a tomar al caballo para proteger a la reina y retrasar el ingreso de los peones a la séptima línea de las negras. La jugada obliga a terminar cambiando caballo por alfil, pues el caballo de b6 cumple con su cometido y toma a su vez al alfil de c4.
En el tablero vecino, Ortega parece confundido y el nerviosismo le come los nervios al ver que mi hermano está planteando un juego más ofensivo que el suyo.
Mi hermano mueve la reina a d3.
Las negras deberán responder a la ofensiva de los peones por la derecha y el peón f7 tomará al peón blanco en g6, generándose la apertura en la defensa, pues el peón blanco en h5 ahora toma al peón negro en g6, pero las negras prefieren reforzar la defensa y avanzan el peón h7 a h6 en vez de tomar al peón blanco de g6. Por algo el campeón es el campeón y hace lo esperable pues evidentemente requería de una defensa.
Las blancas envían a reforzar el ataque con la reina libre a g3 tras su peón, ante lo que la reina negra retrocede para intentar llegar replegándose a fortalecer la defensa por lo que está obligada a volver sobre b6 lo que ocasiona un débil amenaza al peón en b2 que protege al rey blanco. Un rictus de malestar se esboza en el campeón y mi hermano se mantiene impertérrito y se refuerza en la siguiente movida con un retroceso del alfil a c1. Entonces la reina negra se mueve a a5 amenazando al caballo blanco en c3 y al peón de a2 que protege al rey y que está protegido por el mismo caballo, dilatando el ataque de las blancas en una maniobra no muy clara en cuanto a efectividad.
Consciente de eso, mi hermano no se deja asustar y envía al ataque ahora a la torre de d1 a f1, preparando una ofensiva conjunta y paralela de la reina y el peón en avanzada.
El caballo negro en C4 se repliega a e5 a fin de amenazar al peón g6 , pero las blancas responden firmemente y con claridad en su juego adelantando al caballo de c3 a d5, pues ya la torre no está tras la línea de ataque de la reina negra, ofreciéndose claramente al alfil negro ubicado en e6.
El gordo Ortega en el tablero vecino está cada vez más confundido, pierde la brújula, y sólo espera durar más que mi hermano para tener una derrota honrosa.
El alfil negro se mueve de E6 a d5 y toma al caballo sacrificado, cobrándose revancha un humilde peón en contra del alfil, tomándolo también en d5.
Ha sido un intercambio de piezas bien brutal, pero mi hermano logra conseguir que el flanco de defensa del rey negro quede más expuesto y la reina negra se mantenga en una posición insulsa sin retomar una posición de ataque o contraataque clara, pese a que responde tomando al peón en d5 y amenazando al caballo en d4 que queda totalmente desprotegido, y así lo natural sería moverlo o protegerlo con el alfil de c1 a e3, protegido por la reina blanca en g3, sin embargo con el alfil prefiere tomar al peón de h6, sacrificando extrañamente un peón por un alfil, de manera que esto para el Maestro Campeón es un regalo del cielo, pudiendo elegir entre tomar al caballo, al alfil en h6 con el peón de g7 o al caballo en d4 con la reina. Opta por el alfil con el peón de g7 y así aun mantiene el peligro sobre el otro caballo.
Sin embargo, la blancas insisten en una movida extraña. Mi hermano no repliega al caballo para defenderlo sino que envía al peón de g6 a g7, ofreciendo un nuevo sacrificio, ahora para ser tomado por el alfil en f8, pero como la reina está en g3, lo está obligando a retirar al alfil si no quiere ahogar a su rey con la torre, la reina y el peón. El alfil se mueve a e7 protegiendo su reciente posición en f8.
La cara del maestro empieza nuevamente a exhibir ese rictus de incomodidad que sobresalta a los CNI, quienes sin saber como se mueve un peón, poseen una intuición magnífica para detectar elementos subversivos que incomodan al régimen y en este momento Hernandez-Ivanchuk está inquieto y es el representante de la pureza y genialidad intelectual del tirano de turno.
El campeón maldice mentalmente su falta de prolijidad, pues comprende recién, que haber tomado esas piezas lo dejaron con la retaguardia totalmente deshecha .
Ortega ya está pálido. En cualquier momento le da un infarto. La esperanza socialista nunca en su vida había dado la hora de forma tan humillante, mientras a su lado un chiquilín realizaba una labor sorprendente.
La torre en h1 avanza el ataque a h6, anticipando un ataque demoledor y veloz, que obliga el desplazamiento del caballo negro a f7 para disuadir la posición de la torre.
La jugada debió intimidar a mi hermano y disuadirlo de su juego ofensivo, sin embargo se mantiene frío, no se intimida y refuerza el ataque protegiendo a la torre avanzando de g3 a g6, obligando al caballo a cumplir su amenaza tomando la torre, lo que implica su propio sacrificio pues la reina no tiene piedad y lo toma en h6.
El alfil negro en e7 avanza a f6 tratando de restablecer un bloqueo defensivo y abrir paso a la reina para que retorne a labores defensivas, quedando en una zona de sacrificio tanto para la torre en f1 y para la reina en h6. Sin embargo las blancas se resisten a la tentación y van de lleno sobre el rey a ahogarlo en un jaque de h6 a h8 que obliga al rey a moverse a f7, su único movimiento posible defendiendo al alfil en f6 y dejando al peón en g7, listo a convertirse en reina, lo que las blancas ejecutan en un acto impecable y poco usual.
El Maestro trata de controlar el rubor que siente en las mejillas. Vuelve sobre el tablero del gordo Ortega que ya estará derrotado en dos movimientos más, pero a fin de evitarle la humillación pública, fraternalmente le ofrece tablas. Un empate acordado por el gordo que no hace más que aumentar la ignominia entre los ajedrecistas, pero salva el honor ante sus compañeros socialistas que creen observan en eso, una rendición del cerdo capitalista, imperialista-colaboracionista, ante su paladín del proletariado.
El Maestro Campeón sigue caliente. Un pendejo le había cobrado damas. Pensó que lo mejor era reír y aplaudir, condescendientemente, como diciendo, estos chicos creen que es un juego de video, pero manifestando el asco que le produce que el tablero se prostituya confundiéndose con un juego de damas chinas y así, aunque el rey queda en jaque, el Maestro no tiene piedad ninguna con la mariposa recién salida del capullo y la toma con la torre de la izquierda de e8 a g8, volviendo a poner las cosas en su lugar, esperando que el chico quiera cobrar revancha tomando a la torre que asesinó a su linda doncella, pero no, mi hermano deja los sentimentalismos para las películas de Bruce Lee, y esa movida ni un novato la haría, es evidente que debe tomar al alfil de f6 al que sabiamente había perdonado un par de jugadas antes, dejando ahora en jaque al rey, muy ahogado.
Los demás competidores que ya habían sido derrotados por el maestro están atónitos, todos pueden vislumbrar el derrotero que puede adoptar el juego en un par de movidas más.
El Maestro campeón comenzó a mirar su reloj, “es tarde, hora de almorzar, muy buena partida, te ofrezco tablas”.
Mi hermano lo queda mirando seriamente y menea la cabeza negativamente. El Maestro se ríe: “no es el arte sino el combate de lo que disfrutas, eh Muchacho?”. “No”, responde secamente mi hermano, “ganar, disfruto ganar. Todos queremos ganar, tal como al nacer queremos vida”, le responde con la sabiduría del Señor Han de Operación Dragón: “ahora, terminemos la partida”, le advierte, finalmente.
El maestro repliega el rey a e8, resignado y molesto a la espera de que el chico no sepa resolver el trance, moviendo la reina a f6 resguardada por el caballo en d4 para sacrificar reina por reina, pero eso era imposible para mi hermano, pues objetivamente la ventaja seguía siendo del Maestro con dos torres y una dama, frente a una dama un caballo y una torre, así que no lo perdonó y la siguiente fue una jugada no de la reina sino de la torre de f1 a e1, y con ello todo quedaba resuelto de manera elegante.
Al rey negro sólo le quedaba despedirse moviéndose a d7 para que la siguiente jugada desplazara a la reina a e7. Era un jaque mate cerrado también por el caballo en c6. Evidente.
Sin embargo el Campeón Maestro, aún atónito, le extendió la mano, se la levantó y exclamó al público: “acordamos tablas, felicitaciones al muchacho!!”. Entonces el pueblo llano, ignorante absoluto del juego, aplaudió a su campeón que había empatado con el Maestro.
El problema con los genios es que a veces pierden los estribos: “Hijo de puta!! qué tablas ni que nada, ya te vencí!!”, le gritó mi hermano, causando el estupor entre los presentes. El Campeón Maestro quedó helado y la sonrisa se le borró del rostro, evidenciando que el muchacho no mentía. Entonces los CNI se acercan al Maestro Hernandez-Ivanchuk y se interpusieron frente a mi hermano, dándole un empujón que no logró desestabilizarlo. Si lograron, en cambio, desatar al Hulk que llevaba dentro: “Rati y la conchadetumadre, que te crees que me vienes a empujar”, y entonces el CNI, desacostumbrado a la rebeldía, hizo un gesto con la mano en busca de su revolver en la cartuchera bajo la chaqueta, lo que sobresaltó al público y especialmente a mi hermano que comprendió que su vida estaba en peligro frente al gorila, de manera que le cogió la mano y lo dio vuelta con una llave y un patadón en la espalda, arrojándolo encima de su compañero, haciendo que ambos agentes secretos se fueran de bruces al suelo, uno sobre otro formando una imagen obscena y ridícula, entre vítores de los socialistas apostados para apoyar al gordo Ortega:
“Arranca Balvarán!!”, le gritó Hagel, el Presidente del partido comunal, ante la arremetida que se observaba venir de los Carabineros que ya llegaban a apoyar a los CNI.
Mi hermano me miró de reojo, y rajamos cortando por entre medio de los árboles, mientras los presentes entorpecían el accionar de los pacos y los tiras.
Llegamos sanos y salvos a la casa. Ese día, mi hermano era más grande que nunca.
Después supimos que el Alcalde, que venía llegando justo al momento del desmadre, calmó los ánimos, y le explicó a los CNI que no podían desaparecer, ni detener al campeón de ajedrez del pueblo, que no era buena prensa y que no se vería bien detener a un chico de 15 años por putear al contrincante de una partida de ajedrez.
El tema quedó ahí, pero en los anales del pueblo, esa tarde en la plaza, mi hermano derrotó a todo un sistema, y yo nunca más volví a jugar al ajedrez. No podría, habría sido un insulto, a esa partidasimultánea inolvidable.
Villalobos me robo el corazón, amo los personajes simples, esta genial, entretenida como todo lo que escribes
ResponderEliminaramo la manera simple y cruda como reflejas la realidad..