sábado, 10 de diciembre de 2016

Charly Nepali. Parte 2: las cumbres del Annapurna.

Buda was born in Nepal, se lee en muchas partes, y así se han encargado de reiterarmelo mis guías. Lo siento como una suerte de lema patriotero medio forzado, como esos relativos a que el pisco es peruano o que Gardel es uruguayo. 

Buda habría nacido en Lumbini y ahí viene la historia del sueño con el elefante blanco y la mitología respectiva por casi todos conocida. 

Mi guía en Katmandú no quería mucho a los Hindúes, "tratan de olvidar que Buda nació en Nepal. No son de fiar, son mentirosos". Me causa risa su desconfianza nacionalista.

Finalmente creo haber comprendido lo que es una mandala, cuando visitamos una galería de arte-escuela en que fabrican pinturas hechas a mano. Me explican la teoría de la iluminación de Buda con el cerdo, la serpiente y el águila en el centro representando los males que azotan al hombre: la pereza, la ira y la envidia. 

En las mandalas el  espacio sagrado (el centro del universo y soporte de concentración) es representado como un círculo inscrito dentro de una forma cuadrangular. En la práctica, los yantrashinduistas son lineales, mientras que los mandalas budistas son bastante figurativos, como el de la pintura que me decidí a comprar, en que Buda alcanza la iluminación escapando de ese centro: “la conciencia más alta o «mente», común a todos los seres conscientes, que depende de abrazar de manera no sentimental la existencia en su totalidad. Una verdadera experiencia de prajna corresponde a la «iluminación» o liberación —no cambio, sino transformación—, a una visión profunda de la identidad personal con la vida universal, tanto pasada como presente y futura, lo que impide que el hombre haga daño a otros, librándole del miedo al nacimiento-y-muerte.

En el siglo V a. C., cerca de la ciudad de Gaya, al sureste de Benarés, Sakiamuni logró la iluminación mediante una profunda experiencia de que su «verdadera naturaleza», su naturaleza como buda, no era diferente de la naturaleza del universo.” (Peter Mathiessen).


Pero eso fue en Katmandú y ahora estoy en Pokhara, una ciudad mucho más tranquila y turística muy cerca del Annapurna. Acá se realizan muchos trekking y se practica deportes extremos para turistas. En ese sentido se parece a  nuestro Pucón, tenemos paragliding desde los cerros, rafting, paseos en canoa, zip fly y sobrevuelos al Himalaya en ultraligero, helicópteros y avionetas.

Bajando del avión del Yeti se observa el Himalaya con una cercanía sobrecogedora, y el FishTale, una montaña con forma  de aleta de tiburón, parece más alta de lo que realmente es producto de su cercanía con la ciudad, sin embargo más atrás y a mucha distancia se encuentra una montaña de más de 8000 metros.

Me espera mi guía con un letrero  con mi nombre perfectamente escrito. Me deja en el hotel, con vistas magnificas al Annapurna y le explico que deseo sobrevolar el Himalaya en uno de esos mini avioncitos y que me quiero lanzar de un cerro en una cuerda. Bipin, que así es el nombre de mi guía, actúa con gran dedicación y reorganiza todo el tour a fin de cumplir con mis expectativas cabalmente, lo que confirma el planteamiento de Mathiessen en torno a que “se sirve a la tarea, no al patrón. Saben, como budistas que son, que hacer las cosas importa más que el éxito o la recompensa; que servir desinteresadamente es ser libre”. Eso no significa que yo deba comportarme como el personaje de Steve Buscemi en Reservoir Dogs que "no cree en las propinas".


Esta noche es la Superluna y yo tengo unas super ganas de comer un filete de yac, pues aquí por influencia de la religión de los hindúes no se comen a las vaquitas. Son sagradas, ellas encarnan la presencia de los dioses. Para el hinduismo, todo lo que proviene de una vaca es sagrado (su cuerpo contiene unos 330 millones de dioses y diosas). El antropólogo Marvin Harris dio una explicación materialista del fenómeno de la vaca sagrada: durante el período de los vedas (pueblo ganadero que dominó la India septentrional entre 1800 y 800 a.C., y al que refieren los primeros textos sagrados hindúes), la carne de vaca se consumía. Pero la población humana creció y la bovina disminuyó, los bosques se redujeron y la provisión de carne comenzó a escasear. Los campesinos pobres enflaquecían, morían desnutridos, mientras que brahmanes y chatrias continuaban engordando. Limitando el consumo de carne y aumentando la explotación agrícola y lechera del ganado, los campesinos podían alimentarse más y mejor. Si los animales consumen cereales, y los hombres consumen esos animales, se pierden nueve de cada diez calorías y cuatro de cada cinco gramos de proteínas. Las vacas eran más valiosas pariendo bueyes que tiraran del arado y no asándose a la parrilla. Pero los brahmanes no estaban interesados en renunciar a sus privilegios alimenticios. Dicen que le explicaron a un sabio brahmán que no debían comerse vacas porque los dioses las dotaron de un gran poder cósmico, a lo cual el sabio brahmán respondió: “No digo que no, pero yo comeré de ella de todas formas siempre que sea tierna”.


Para las familias, según me dice Bipin, son un símbolo de prosperidad y por eso muchos nepaleses que siguen la religión del hinduismo, tienen sus propias vacas pues con ello atraen la fortuna de la diosa Lakshmi , de la prosperidad y aseguran bendiciones para sus hogares. Si bien no pueden matarlas ni consumir su carne, su leche si pueden consumirla. Se trata de la Kâmadhenu («otorgadora de deseos»), la vaca de la abundancia, tomada como representación de Lakshmî, diosa de la prosperidad. Este animal tenía el poder de conceder todos los deseos. Es, pues, sagrada por su generosidad hacia los humanos, como proveedora incansable, pues puede producir cantidades infinitas de leche y es la nodriza de todos los seres vivientes. Kâmadhenu surgió del batimiento del océano primigenio. Además, representa en sí a todas las especies animales.


Hay muchos dioses entre los hindúes, Hanuman el rey mono; Ganesha el dios elefante hijo de Shiva; Kali, la Negra, el feroz aspecto femenino del tiempo y de la muerte, devoradora de todas las cosas, es la consorte del dios hindú del Himalaya, el gran Shiva, recreador y destructor; su negra imagen, con su collar de calaveras humanas, es el emblema de este oscuro río que, retumbando desde cimas ocultas y desde las vastas nubes de lo desconocido, ha llenado al viajero de aprensión desde que el primer ser humano trató de cruzarlo y fue arrastrado por las agua”. 

Me gustan los politeísmos, creo que fomentan la tolerancia, la inclusión y la diversidad. El politeísmo no ha matado a nadie más que algunas cabras en ofrendas rituales. Llevo puesto, como tributo, un collar con Ganesha en el pecho, el vencedor de los obstáculos.

Por la noche hago algunas compras y ceno en un restaurante lamentablemente occidentalizado, sin "picante" en sus preparaciones y mi filete de yac resulta decepcionante. He logrado reducir mi consumo de 8 tazas de café diarias a solo una, lo que es un tremendo logro considerando que el café nepalés es exquisito. Voy preparando mi cuerpo para cuando deba ascender a los 3800 metros en Lhasa, Tíbet. 


Mis problemas de biológica ansiedad tambien se han reducido. Esa manía que padezco por planificar y vivir constantemente en el futuro decae de manera asombrosa en estos parajes. Estoy controlando a Kali, la negra, me digo al acostarme observando por la ventana del hotel una luna majestuosa sobre el Annapurna.

Recién cuando estoy volando por encima del Himalaya y siento que puedo tocar con mis manos la punta del fishtale creo comprenderlo, por fin en mucho tiempo caigo en la cuenta lo valioso del aquí y del ahora, con exclusión de cualquier otro estado, momento o lugar. «¡Come cuando comes, duerme cuando duermes!» que plantea el zen, y algunos místicos como la santa Catalina de Siena, tras años de meditación silenciosa planteó que «Todo el camino hacia el paraíso es paraíso»; y en estos momentos comprendo que el paraíso no es solo este momento que parece tan sublime volando como un pájaro libre sobre el Himalaya, sino que el paraíso debe ir conmigo en cada paso, en cada instante, que debo de dejar de pensar en el futuro porque el tiempo no existe realmente, al menos no el tiempo lineal al que nos han adoctrinado, el pasado, el presente y el futuro se desenvuelven siempre en un aquí.


Mathiessen lo plantea de este modo: “el tiempo no se mueve porque también es espacio y uno y otro no están nunca separados; no hay palabras ni expresiones referentes al tiempo o al espacio como separados. Esto está cerca del concepto de campo en la física moderna. No hay tampoco un futuro temporal; está ya con nosotros, aconteciendo o manifestándose." 

A veces es necesario un gran silencio para recobrar la cordura. 

Cuando los vientos ascendentes nos golpean y desestabilizan recuerdo que este ultraligero no es muy diferente a un avioncito de papel. El piloto, un chico que no debe pasar de los 20 años, me dice que hoy está especialmente ventoso y divertido, y que a continuación sobrevolaremos una laguna entre dos acantilados y que no me sobresalte por los golpes de viento ascendente. 


La vista es maravillosa. Se me congelan las bolas y no me siento la nariz, pero aun así estar aquí, en el techo del mundo, a metros de las cimas del Annapurna, vale la pena, cada instante aquí de estar parado como un angel sin responsabilidades sobre el techo del mundo parece una vida completa. 

Atrás queda el mundo, mi reciente divorcio que causó asombro en mi amigo Dinesh en Katmandú pues para ellos divorciarse significa entregar la mitad de los bienes a la mujer (incluyendo la herencia familiar), por lo que no es una buena idea. Acá arriba todo eso parece tan vulgar, tan corriente. Me recuerda a esos momentos de vértigo de la infancia en que me subía por primera vez al techo de una gran casona abandonada cerca de la casa familiar, pero lo siento multiplicado por cien. El piloto me pregunta si no tengo inconvenientes en hacer algunos giros, y ante mi buena disposición se lanza a girar con velocidad cayendo y subiendo ante los ojos del Fishtale, apaga el motor unos instantes y tras una breve caída libre entre gritos, espera que el viento nos golpee un poco para reiniciar el motor. No siento miedo, se que no me pasará nada, no existe la muerte ni la fatalidad en estos instantes, solo la fascinación de no saber si estoy despierto o estoy soñando, como en esos sueños muy lucidos que suelo tener en que vuelo por las calles y tengo perfecto dominio de mi entorno porque se que es solo un sueño y puedo hacer cualquier cosa, porque ahí soy yo el dueño de mi universo. ¿Es tan distinta la realidad o es solo un sueño en que el durmiente no alcanza aun la lucidez? 

Esa lucidez es tal vez lo que Buda percibió, su identidad con el universo; experimentar así la existencia es ser Buda. El hombre como la materia del cosmos contemplándose a sí misma, en palabras de Carl Sagan. 

Recuerdo que cuando era niño y me desesperaba pensando en la razón de existir. No era el de dónde venimos para que me explicaran con las  abejitas y la semillita, era "de donde", "cómo" y "por quien" existe todo, y mis papás terminaban siempre la explicación en eñ musmo

Monosílabo: "Dios". 

Pero de dónde salió dios. Siempre existió, era la respuesta de mi padre.

Hace pocos días he leído un artículo en la red que me trajo de regreso a mis pensamientos en la montaña. Se refería al inicio del Universo y nuestra posición en él. Planteaba que el universo no comenzó en un lugar, sino en un momento: hace 13,8 mil millones de años, de acuerdo con los mejores datos cosmológicos. Desde entonces se ha estado expandiendo, no hacia un espacio puesto que por definición el universo ya llena todo el espacio, sino hacia el tiempo que, según sabemos, no tiene fin.

Cuando vemos hacia afuera, vemos hacia el pasado; mientras más lejos miremos, más veremos hacia el pasado. En el centro está el presente. No existiría una dirección para ver el futuro. Todo lo que conocemos es justo el ahora.

Así que, ¿dónde está el centro del universo? Aquí mismo, en el punto exacto del observador. Cada observador sería el centro del universo.

Ello se condice perfectamente con la observación relativa a que las galaxias que están más alejadas de la tierra, son las que más se aceleran alejándose, confirmando que estamos en el centro del fenómeno.

Matemáticamente, en términos de Einstein, toda la información y la historia disponibles en cualquier lugar del universo se conocen como un cono de luz. Todos tenemos uno y el de cada quien es un poco diferente, lo cual significa que el universo de cada uno es ligeramente distinto, y en términos espirituales, que cada uno es dueño de su propio universo, un pequeño dios, como el poeta. El universo así visto parece una gran mandala en expansión y sin bordes, con nuestros ojos al centro. 

Las religiones occidentales han convencido a sus creyentes que deben buscar a dios sobre ellos, como algo que está afuera de ellos, un ente grandioso, enorme, inefable, externo y sin control que habita en el Cielo, cuando parece que el camino siempre debió ser otro, tal vez Dios siempre estuvo adentro de nosotros, como lo planteara el maestro Eckhart: "el ojo con el que veo a Dios es el Ojo con el que Dios me ve", no muy distinto al original de Jesús al explicar "mi Padre y yo somos Uno".

En el descenso atravesando las nubes, podemos observar Pokhara completamente, la world Peace Pagoda que visitaré por la tarde, el lago y rápidamente el aeropuerto. 

El aterrizaje me recuerda que esto ha sido como volar montado en una bicicleta de la infancia. 

Ha sido maravilloso. Sublime.



martes, 22 de noviembre de 2016

Charly Nepali.- notas sobre un breve viaje a Asia. Parte 1.-

Voy volando en una avioneta de "Yeti Airlines"  desde Katmandu a Pokhara. Se observa majestuoso el Himalaya y desde la ventanilla el contraste se observa y se siente potente, va del cielo a la tierra, recordando la ciudad de Katmandú con toda su locura vial y su desorden estructural. 
Partí el viaje en las antípodas de Nepal, estuve esperando en el lujoso aeropuerto de Doha por casi 5 horas. El techo del aeropuerto de Doha posee una estructura sospechosamente similar a la del pequeño aeropuerto "desierto de Atacama" en Chile, a ver qué tan originales fueron nuestros arquitectos nacionales. 
Entre tanto lujo no pude evitar la tentación consumista y le di un gusto a mi paladar y mis tripas, pese a que mi viaje busca lo contrario, un reposo, una reflexión y un reencuentro conmigo, consciente de que se viene una nueva etapa tras cerrar un largo círculo en mi vida. Pero qué carajo: Caviar, ostras y tártaro de Salmón sin antibióticos vengan a mí, ya se encargará el Señor MasterCard Black de hacérmelos recordar, en cómodas cuotas mensuales. 
Entre tiendas muy chic, jeques árabes y gentes de todas las razas esperé mi vuelo a Katmandú. Durante el vuelo, entre Sao Paulo y Doha vi los dos primeros episodios de Mr Robot. Se trata de una serie gringa sobre el encuentro de un oficinista inadaptado y brillante con un mugroso hacker que se propone hacer colapsar la economía global borrando las deudas de todos los consumidores del mundo, cosa que me vendría bastante bien tras revisar la cuenta por mi cena de caviar en Doha. 

El resto del vuelo se me pasó absorto en la lectura sobre Nepal y Tibet en una crónica de un naturalista niuyorquino  que partió en un viaje en 1976 tras perder a su mujer, acompañando a un célebre zoólogo en la  búsqueda del leopardo de nieve, en lo que se convierte en una experiencia sobrecogedora, mística y sublime. 
El libro se llama así "El Leopardo de las Nieves" escrito como una bitácora de viajes por Peter Matthiessen. Katmandú estaba muy distinto a lo descrito en la crónica y aún más de lo que yo imaginaba tras ver la vieja película del tren nocturno que se dirige rumbo a la ciudad. Nada de pacífica. Es la "modernidad", como dice mi guía. Una infraestructura vial casi inexistente pero no por eso menos sobrepoblada de vehículos y motocicletas ruidosas que no logro explicar como es posible que no colisionen a cada segundo. No obstante el caos, observar esa explosión de colores que se mueven como un dragón de metal, es fantástico. 
La gente es generalmente amable, los vendedores sobreabundan, entre tiendas de trekking, north face y "north fake", todo formará parte del espectáculo visual y ruidoso, pero los comerciantes no alcanzarán molestos niveles de impertinencia, como si ocurre en cambio con la insistencia de los chicos que manejan esos taxis a tracción humana.

Se observa una agradable multiculturalidad, fuera de los turistas chinos, japoneses, americanos y europeos, la población mantiene rasgos mongoles y se nota un cierto mestizaje con los chinos y los indios que le otorga al nepalés una belleza particular y que los asemeja bastante a nuestra propia población mestiza latinoamericana. 
Por eso no me extraña que los locales cuando se acercan me hablen en nepali. Cuando les digo "sorry i dont speak, nepali" me miran asombrados y preguntan "where you from"; "Chile, southamerica"; "Chili, oh, you looks like nepali" y se quedan mirándome con una muy asombrada sonrisa, inciertos de creer que en América exista gente con la piel tan bronceada como ellos y con rasgos similares. Cuando reiteradamente me preguntan por mi presidente Donald Trump me doy cuenta que en general para ellos América es USA y que como bien dijo Jorge Gonzalez, Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos. 
Tal vez este parecido físico no sea algo fortuito. En el libro que voy leyendo junto al viaje, se plantea que “asombra el parecido entre nuestros indígenas americanos y estos pueblos mongoles. La mayoría de los tibetanos de Dhorpatan tiene la misma corta estatura, manos, pies y narices pequeñas de los esquimales, así como el pliegue mongólico, la piel de color cobrizo oscuro y el cabello negro como ala de cuervo, incluso las botas bajas de piel y lana con adornos rojos son muy semejantes en apariencia y diseño a las botas de piel de foca (mukluks) que usan los esquimales. Por otra parte, sus adornos de turquesa y plata hacen pensar en los indios pueblo y en los navajos, mientras que cuentas, trenzas y mantas a rayas echadas sobre hombros desnudos evocan, sobre todo, viejas fotografías de las tribus de la llanura, una impresión reforzada por la mugre de sus campamentos y sus perros pendencieros. Cuando viajan, estas gentes utilizan tiendas de cuero, llevan los bebés a la espalda y la base de su dieta es una harina de cebada o de maíz, conocida como tsampa; no se ha demostrado ningún parentesco real entre las lenguas indígenas americanas y asiáticas, pero una harina similar de las tribus algonquinas de mi región recibe el nombre de samp, sumado a las muchas semejanzas culturales entre los drávidas prearianos y los mayas, al igual que los relatos sobre cómo, al parecer, misioneros budistas llegaron a las islas Aleutianas y siguieron por el sur hasta California en el siglo XIV.
Además se cree que en tiempos prehistóricos los nómadas mongoles, antecesores de los tibetanos y de los indígenas americanos procedían de la misma región de Asia septentrional, me pregunto si este sentido de la vida no es una herencia común que llega de un pasado remoto.”
Antes de que se me olvide, llegado a este punto debo agradecer mi inglés básico a mi buen profesor del Liceo, Herman Vergara, a quien con cariño llamabamos "Herr Diktadorr"; "Pajerman"; o "Her Haragán".
Recuerdo que en primero medio nos amenazó "bien clarito", como era su clásica muletilla, con que al salir de cuarto medio saldríamos hablando un perfecto inglés, y no cualquier inglés, sino que un verdadero inglés "británico". La promesa evidentemente no la cumplió y del inglés británico a lo más aprendimos a hacer morisquetas como Mr Bean. No obstante lo anterior, las cervezas que bebí con mi viejo amigo el profesor, las notas que me regalaba y muchas, muchas, pero muchas horas de cine norteamericano subtitulado, me han permitido entablar algunas conversaciones y entender las explicaciones de mis guías y de la gente.
Afortunadamente mi guía en KTM, Dinesh, hablaba un excelente español que me permitió conocer de mejor forma de la vida en la capital de Nepal. 
Muchas visitas a "Stupas" o templos y Palacios ameritan una buena explicación. 
Partimos por el Templo de los Monos, donde el propio Buda tras subir los 330 escalones habría predicado entre monos y pinos (conocido así para los turistas porque junto a la pileta hay unos monos conocidos como langur, sagrados por representar al dios Mono Hanuman). 


El templo es llamado  Swayambhunath y se encuentra en lo alto de un cerro desde el cual ya puede apreciarse a lo lejos el Himalaya. Me explica que existen distintas stupas,  o templos, hay personas que viajan allí para realizar rituales pidiendo salud para sus hijos al respectivo Dios del respectivo panteón hindú. Inclusive hay una donde solo se fuma mariguana ritual. La mariguana no es legal, pero se acepta su consumo ritual y no existe una verdadera persecución a los marihuaneros recreativos. Quedamos en practicar un poco de ese ritual en algún momento. Más tarde visitamos Durbar Square con un conjunto de los palacios reales, muchos en ruinas por causa del terremoto de hace un par de años atrás (el propio Himalaya se elevó en el eoceno hace 50 millones de años y sigue su movimiento con terremotos como este último y el del 59 en que se cambió el curso del río Brahmaputra). 

Aquí mi guía me explica brevemente la historia de la monarquía tibetana hasta llegar a la masacre de 2001 en que la familia real fue asesinada bajo extrañas circunstancias. Se trataba del asesinato del rey Birendra, que era muy querido por el pueblo, su mujer y su hijo quien quedó en coma y fue coronado en ese estado, alcanzando a reinar solo por un par de días. Ahondé un poco más comprando una novela (un thriller político) sobre la masacre de la familia real titulada "Good Bye Katmandú". En ella se cuentan algunos detalles más espinosos. Que durante las primeras horas tras la masacre no se sabía nada acerca de los acontecimientos. La radio y la televisión se apagaron y solo lograban enterarse a través de los reportes de la BBC que daban cuenta que durante una cena, tras una discusión respecto a los deseos de casarse del príncipe, este se habría ofuscado y asesinado a toda la familia real para luego dispararse el mismo. El hermano del rey, fue quien asumió tras la muerte del príncipe que alcanzó a ser rey mientras estaba en coma. La población no podía creer en esa historia, les resultaba inverosímil, especialmente cuando se informó que las causas de muerte de la familia real eran por causa natural. Todos responsabilizaron al hermano del rey y a su sobrino. El nuevo rey no era un tipo muy querido por la población dado que era bastante antidemocrático, y poseía un largo historial de excesos, al igual que su hijo, quien fuera acusado de asesinar en un atropello a un popular cantante y terminar escudado en su fuero e inmunidad real. No se por qué me recuerda a nuestro Martincito Larraín. Esa parte de la familia real, definitivamente, no gozaba del cariño de la población. Nepal ya contaba con una democracia incipiente con un primer ministro elegido en las urnas tras una revolución tranquila y auspiciada por la propia monarquía, pero el 2006 el nuevo rey habría asumido completamente los poderes dando lugar a una verdadera revolución que acabó con su reinado. No lo asesinaron, pero ahora vive como un ciudadano cualquiera, en palabras de Dinesh, mi guía. Al menos no quedó como Senador Vitalicio como nuestro tirano particular.
En la plaza de Durbar de Hanuman Dhoka, visitaremos el templo de la unica diosa viviente del mundo. Si, de una diosa. Se trata de  la Kumari: la reencarnación de la diosa Taleju, la más importante del país. Una Virgen es siempre kumari, pero cuando se expresa en mayúsculas Kumari es celestial. Es apenas una niñita a quien aun no le llega su menstruación. Cuando eso ocurra, se elegirá a su sucesora en la encarnación y la niña podrá volver con su familia. No es fácil convertirse en Kumari. La niña debe cumplir 32 condiciones físicas que los textos tradicionales describen a su manera. Dicen, por ejemplo, que debe tener las pestañas de una vaca, el cuello de una concha marina, los muslos de un ciervo, el pecho de un león, la voz de un pato, cabellos y ojos oscuros, manos y pies pequeños, todos sus dientes de leche. Tampoco puede tener marca alguna sobre la piel.
El cumplimiento de cada requisito es certificado por un grupo de sacerdotes en un templo. Luego, un astrólogo estudia la carta astral de la seleccionada. El último paso es la aprobación de los padres para que su hija sea Kumari. Siempre aceptan: en Nepal, esto es el máximo honor.
No tenemos la suerte de que la diosa se asome a regalarnos una sonrisa.
Este debe ser uno de los pocos casos de veneración a las mujeres en estas tierras. Me cuenta mi amigo Dinesh durante el almuerzo que su mujer está embarazada. Le pregunto por el sexo de la criatura, me informa que eso es algo que solo sabrán el día del parto. Existe una ley en Nepal que impide conocer el sexo de los bebes, pues algunas mujeres al enterarse de que nacería una niña, se golpeaban el vientre hasta abortar. Para Dinesh da igual si es niño o niña, y me explica que en la práctica, si el médico confía en la familia y tiene certeza de que no intentarán abortar a la niña, les anunciará el sexo que arroja el ultrasonido.
Nos desplazamos más tarde hacia Patán, una hermosa y antigua ciudad ubicada junto a Katmandú donde visitamos diversas casas de arte y aprovecho de recibir un poco de terapia de cuencos tibetanos con su sonido del OM en mi cabeza y espalda.
Almorzamos en un restorán típico a ruego mío y Dinesh se alegra de que quiera comer comida nepali y pide "sukuti", que es un mix de vegetales, especias y ajíes, con carne de yak secada al sol (como nuestro charqui). El yak es un animal que se ha domesticado a partir de rebaños salvajes que todavía perduran en rincones remotos del Tíbet. A la hembra del yak se le llama bri, y sus crías de cola peluda y hocico breve parecen gigantescos juguetes. 
Realmente una delicia. Picante, muy muy picante, pero delicioso. Una de las cosas más ricas que he probado en mi vida, le digo a mi guía y el me dice: tú eres un nepali. Pareces un nepali, tu piel es del color de un nepali, comes y bebes como un nepali, hasta te vistes con la ropa de los nepalis, se ríe, haciendo alusión a mi tenida compuesta íntegramente por ropa de trekking "North Fake", que compré apenas llegando, en las tiendas cercanas a mi hotel por menos de 14 dólares el pantalón. 


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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Paranoia Trump

Hoy día la moda es lamentarse y rasgar vestiduras. Los medios nos vendieron muy bien la imagen de que Estados Unidos quedaría en manos de un sociópata, un peligroso misógino ultraconservador que aborrece a los inmigrantes y llevará al mundo a una suerte de Holocausto 2.0.
Lo cierto es que Trump es bastante odioso, feo, vil y repulsivo. Es antiestético y vomitivamente directo en sus postulados indefendibles. Esos son los hechos. Además es multimillonario, su riqueza es la pobreza de millones, como ocurre con todos los millonarios. Su riqueza la forjó igual que sus amigotes millonarios, sin mayor esfuerzo, a costa de sangre ajena.
En el otro rincón, Hilaria, que no es ninguna indigente, tiene  varias décadas profitando en la élite política gringa, gracias a la asombrosa capacidad de resciliencia frente a las manchas de semen de su marido en el vestido de Monica Lewinski, posee uno de los registros en bombardeos a poblaciones civiles de lo más interesante. 
Pero Hillary, la mujer de un expresidente cachondo, la que perdona infidelidades por el bienestar nacional, no obstante caer en la trampa del juego sucio electoral de Trump, ataques personales, alicias machados y demases, fue la representante de esa irritante masa "progre" que habla en lenguaje "políticamente correcto" independiente de lo que realmente se lleve en las entrañas del pensamiento. El discurso pro género, pro igualdad, animalista vegano, civilizador, democrático, pacifista, feminista, altruista y etcétera, aburrió. 
No es sorprendente.
Existe un desgaste global de las libertades y la tolerancia gracias a los manejos de la clase política y a la hipócrita disonancia entre los valores políticamente correctos y el sistema 
Capitalista.
Ya ocurrió con el brexit y con el plebiscito por la paz en Colombia. Trump no sería la excepción. La necesidad de orden y el derecho a ser intolerante parecen concordar más con sistemas que se alejan de ideas colectivas.
Es la victoria del hombre medio cansado de los llamados a soportar, a tolerar, a incluir, a aceptar en un mundo absolutamente individualista, donde cada cual, para sobrevivir debe rascarse con sus propias uñas.
Es algo disonante desde hace rato, las corrientes libertarias e inclusivas requieren de un colectivo y no de un sistema basado en el individualismo. La propuesta de Trump cuaja porque se inserta sin hipocresías en un sistema egoísta, feroz e individualista que sólo necesita alimentarse del orden para otorgar una seguridad mínima.
Ya solo falta que las visiones de Houllebecq en Sumisión se hagan realidad en Francia.
Lo cierto es que el hombre medio está agotado, y siempre que el hombre medio se agota, recurre a un caudillo, en este caso Trump, que encarna la posibilidad de la mano firme contra sus males medios, sin importar ni especular sobre los costos que de ello deriva a niveles universales. No lo sabremos los chilenos, a propósito de Pinochet. Pero qué más se le puede pedir, mal que mal es el hombre medio.
Además de pagar impuestos, pagar por la salud, por la educación, pagar por todo para poder llegar al final del día a comerse una hamburguesa mirando la televisión, esos hombres medios sienten que además sus impuestos financian a millones de inmigrantes que les quitan el trabajo y les arrebatan el sueño americano. Entonces viene la mujercita de Clinton a ofrecerles qué...más de lo mismo, frente a un monstruo envanecido que les ofrece la posibilidad de golpear, de insultar, de comer carne de vaca cruda chorreante son molestarse por los animalistas, que les dice que expulsará a los putos mexicanos y que no mandará a sus hijos a invadir paises sin necesidad. 
Hilaria por su parte ofrece...mas de lo mismo.
Ahora imagino a ese votante de Trump celebrando, a ese Homero Simpson, ese Al Bundy supernumerario, sin orgullo sino que muerto de risa, en una barbacoa al lado de la casa de sus vecinos que votaron a Clinton, una joven pareja interracial de lesbianas veganas, que se bancan una derrota solo por votar por el mal menor.

http://apocalipsisdemisterp.blogspot.com/2016/11/paranoia-trump.html

domingo, 30 de octubre de 2016

La materia de los sueños preadolescentes

Esta fue una semana extraña, mi agenda personal traía marcadas dos jornadas de vital importancia. La Filsa 2016 (Feria Internacional del Libro de Santiago), en que por primera vez en mi vida podría ingresar gratis y en calidad de autor; la segunda, el regreso de los Guns and Roses a Chile pese a que Axl anunciara alguna vez que reunir a la banda original sería algo que ocurriría not in this life time, baby. Se trataba por tanto de una semana interesante.

Lo interesante radicaba en que se conjugaron dos eventos que formaron parte importante de mi vida como pubescente. Cuando era niño y me preguntaron alguna vez qué quería ser cuando grande, pregunta aparentemente ineludible y que comienza a forjar el destino de las personas, yo respondí que quería ser bombero, y todos se rieron, pues los bomberos no ganan dinero, me explicaron, entonces dije que para ganar dinero quería ser guionista para la DC Comics en gringolandia y escribir las mejores historias de Batman y Superman que nunca jamás se hayan escrito. Otra vez  se rieron de mi. Fue mi hermano mayor, ese individuo tan brillante en el virulento arte de la provocación y el denuesto, el que auguró que por mi genio solo me daría para atender un kiosco de revistas porno en la plaza. A mi no me hizo gracia. Yo sabía que lo mío era escribir y esa semana, amparado por una amigdalitis purulenta, entre fiebres y hojas de periódicos con cerote de vela aplastando mi pecho, dibujé una historieta donde dos hermanos se enfrentaban en una galaxia muy muy lejana, y en que tras derrotar el más pequeño y bondadoso al hermano mayor, malvado y brutal, en un acto de heroica misericordia lo rescata de caer a un foso de gusanos espaciales carnívoros y le perdona sus fechorías para traerlo de vuelta al lado luminoso y ponerlo a trabajar como su fiel escudero.
Cuando llegaba la época de la Feria del Libro de Santiago, mi tía favorita que vivía en la capital, se las arreglaba para concertarme alguna hora médica por cualquier dolencia hipocondriaca que yo manifestara a fin de que la visitara y fueramos juntos a la feria. Para mi era una maravilla absoluta. Yo que disfrutaba de las silenciosas bibliotecas, me encontraba ahora en un ambiente festivo que le rendía un verdadero culto al libro y sus autores. Habian historietas importadas, libros de autores desconocidos y gente que parecía muy cool haciendo de clientes en cada stand, cosa impensada en provincia, donde las ferias de libros se nutrían de textos escolares, novelas de lectura obligatoria en los colegios, enciclopedias Salvat y cuentos infantiles archirrepetidos.
Yo alucinaba con cada portada de libro y mi tía, por su parte, gastaba orgullosa por tener un sobrino tan letrado. Ella no sabía que yo leía como un acto de preparación para un fin más ambicioso: escribir y algún dia aparecer en los escaparates de la Filsa y las librerías.

Lamentablemente, casi al llegar a la adolescencia, la escuela me hizo tragar textos obligatorios, y así, entre Pericos trepando por Chile y diarios de Ana Frank mediante, dejé los libros de lado hasta que varios años después la maestra de castellano a quien apodabamos cariñosamente como Jurel, me reencantó con Huidobro y con El socio de Jenaro Prieto.
Por suerte, en mi época sin lectura, en el radar de mi vida apareció el rock and roll. Por el rock and roll me refiero a los Guns and Roses con su Paradise City y la pinta estrafalaria de sus integrantes. Fue un golpe de adrenalina, rebeldía y desparpajo para mí y para los de mi generación, una que parecía condenada a soportar el canto nuevo remasterizado para la democracia de los acuerdos, el rock (?) latino, al dulce Bon Jovi, el empalagoso Rick Astley, el monstruoso Michael Jackson y la sucia Madonna. No es que fueran malos, pero al final del día eran pop, y esa era una época de crecimiento personal y de entender lo que ocurría en esa sociedad extraña del fracaso de los "ismos". Para mi generación parecía necesario desconectarse de los vagos ideales y comprender finalmente que ese mundo que no lograron armar nuestros padres, no iba a existir jamás. Nada de sociedad colectiva y solidaria, nada de emprendimiento personal, honesto y meritocrático. Entendíamos que en la selva de cemento, comenzaba a ganar el egoísmo, la astucia y los placeres como motores del desarrollo. You are in the jungle baby, you're gonna die!!!!
Y así fue que anoche nos reencontramos miles de almas en el Estadio Nacional, con nuestro ídolo Axl Rose, más entrado en carnes, como mis amigos Cris y Pablo a quienes me encontré en la tienda de Merchandising, más pelados que saludables, pero felices del reencuentro.

El público en general, pajero, escaso de brincos, exceptuando algunos pendejos ebrios o fumados que movían sus brazos como reggaetoneros observando a nuestra banda como si se tratara de un museo vivo.

Tocaron sin grandes aspavientos los guns, nada de excesos ni efectismos en el escenario. Solo los Guns y algunos fuegos artificiales discretos. Cada canción nos trajo recuerdos. Abrieron con Its so easy, con el bajo potente de Duff y de inmediato me transporté a la casa del Calipe, amigo de infancia y barrio, eximio guitarrista con quien nos juntabamos a tocar y hacer grabaciones en un casette, yo con una caja y un plato, el junto a su poderosa Fender y toda una colección de discos, donde los Guns eran sus ídolos. El hacía de Slash, yo de Axl. 
Con Sweet Child o'mine, recordé mi primera vez cantando con la banda del colegio compuesta por el Tuno, el Blanché y el Soto (quien finalmente fue el único que se hizo músico profesional en un célebre grupo de cumbia Sound Sound Sound). 
Fue para el aniversario del colegio, que alentado por una petaca de Ron Silver, moviendo mis flacas caderas liceanas, debuté como flamante frontman tras quitarle el puesto al guatón Correa, pues su falsete a lo Axl era demasiado afeminado, en comparación al que yo lograba hacer, que era afilado, eléctrico y casi idéntico al de William Stephen Bailey.

Fue la gloria. November Rain me trajo a la memoria una presentación en el colegio ETP, en que llevamos al Martillo Grau a tocar el órgano. Recuerdo que en la introducción entré mal las tres veces, causando el malestar del pianista. Knockin  on Heaven's doors me llevó a esa mañana aciaga en que me hicieron cantar por primera vez a Metallica con For whom the bell tols, logrando mi desafinación, que el público asistente al Salón La Merced, esto es, todo el colegio, optara por retirarse horrorizados y fastidiados por mi versión Axelística y tercer mundista del clásico del metal. Con tristeza observé entre los desertores del respetable, hasta a mi propia hermana, cual Pedro negando a Jesucristo. Solo quedaron los más fieles a la banda, los más fanáticos GN'Rs: el Oso Barra; el chino Lay; el guatón LLópez; Pete el Petete, Pedro Pesenti, el chino Cerda, el huaso Fredes y mi partner don Franklin Carreño. Aguantaron estoicos lis muchachos, el abrumador tema de Metallica y nos acompañaron luego cantando Patience. Fue esa la mañana en que salí del Rock. Me cambiaron luego por el Popeye, un chico vulgar que podía cantar con falsete de monstruo obscuro y dead metal, para interpretar el nuevo repertorio de la banda que anunciaba girar ahora hacia temas de Metallica y que luego irían por el grunge de Nirvana que era lo que la llevaba. Al poco andar la banda dejaría de existir y cuando me ungieron como Presidente del Centro de Alumnos, cumplí con mi promesa de que volvería el Rock, y al Tuno, el guitarrista de la banda, a quien le reprochaban ser muy chamullento en los solos de Slash, le encargué que sacara un punteo estruendoso con el himno del colegio para recobrar el orgullo liceano que tras varias generaciones de apatía, ahora todos corearon con la mano en el corazón cantando brillando está en el horizonte el sol.

Si, anoche en el Nacional junto a Axl, Duff, Slash, mi hijo, mi compañera de colegio y toda esa generación que no tuvo educación gratuita, esa generación que paga el crédito universitario y el hipotecario al mismo tiempo, que se la afilaron las Afpes y las Isapres, que paga global complementario, que le retienen la devolución de impuestos por cualquier pavada, esa generación vacunada por seguros, tag, masterplop y cuanta cosa nos regaló la democracia, fuimos otra vez esos chicos, los del desparpajo del chino Ríos, los que soñaban con ser rockeros o escritores bebiendo bourbon, sin ansias totalitarias ni candidamente megalómanas por cambiar el mundo, esa generación de desencantados y cínicos por el fracaso de sus mayores, pues ya lo sabiamos, Axl hizo bien en advertírnoslo, estás en la jungla, Baby, y vas a morir.

jueves, 27 de octubre de 2016

Izquierda 3.0

A mi 
no me apetece
sumarme
a esa Nueva Izquierda Pro 
Tres punto cero
Ultra y pos moderna.
Fanática del consecuente más indolente.
Más Chavista que Fidel.
Más Pendeja que Maduro.

Esa Izquierda amante
de cualquier App 
que les oriente 
sobre la corriente 
políticamente correcta 
que se ponga de pompa, ladrido y moda.

Esa Izquierda a la pinta,
que no se mira el ombligo
ni comete pecados.
Que pontifica sin mas fe
que admirar al Dalai Lama.

Esa izquierda novedosa
que no come ganado tierno, 
jugoso y suculento, 
a la parrilla,
ni les gustan las noches de boda.

Esa izquierda apestosa, 
que no conoce pecado, 
tan ávida por arruinar los placeres mundanos ajenos; 
ansiosa por quitarnos la sal de la mesa, cerrarnos el bar de la esquina, liberar a las putas de la poronga machista, a la monja del cirio y a la musulmana del burka, proscribiendo al mismo tiempo las minifaldas, los escotes, los toros, el tabaco, las peleas de gallos, las apuestas, las muñecas barbie, y hasta las testosteronas de los huevos y los estrógenos de las dulces tetas.

Esa izquierda mojigata, recalcitrante vecina inquisidora
con su moralina intolerante 
que no tolera intolerantes,
ni productos transgénicos, 
y que se aplaude a si misma
cuando no vota en las urnas
pero que si gana ... celebra.

Esa Izquierda Pendeja, Evangélica, santurrona, extrema, doctrinaria de video tutorial y wikipedia.

Esa Izquierda Vegana, antipagana, pacifista, anti vacuna, anti yankee, castradora, afeminada y de pito corto.

Esa Izquierda solapada, de marcha, que no garcha en la escarcha, que no regala flores, que no abre la puerta del auto, ni cede el asiento machista.
Esa izquierda tan artista, que grita por redes sociales,
de la Sociedad tantos males!!
Ay!!
Esa Izquierda sí, 
tan a la izquierda del mundo, 
y tan por encima de la Humanidad,
que no repara en que por virtud
de la innata redondez de la tierra,
termina al lado derecho,
haciendo el juego a fascistas,
que hace rato y con descaro,
les vendieron su mercado, 
su estilo de vida, su moda, sus gafas.
Venga usted, dele click, me gusta y comparta,
a ver si en esta ocasión le resulta
y salva por fin a las ballenas,
desde su confortable posición horizontal,
en su amigable red social.

jueves, 13 de octubre de 2016

Lima Rocks!!

Me fui con la familia, esto es, con la italiana y tierno bebito. Llegamos a Lima un día después de la aplastante derrota de Chile ante Ecuador. El taxista que nos recogió, un limeño de bigote, gafitas y sonrisa amable nos puso al día sobre el empate con sabor a triunfo  de la peruana bicolor ante Argentina y me extendió un periódico que era la versión peruviana de La Cuarta el diario popular, en que festinaban con un simpático "Rotos en Quito", que no escatimé leer en voz alta y que ruborizó con una sonrisa nerviosa a mi conductor. Gente amable y educada en general los limeños, a pesar de que manejan como el orto y sin ningún respeto por los peatones. "Los rotos"; "Los Mapochos", eso somos en el fondo de su pensamiento popular. 

Hace una temperatura agradable, con la humedad exacta para un paseo largo pasando por la Costa Verde (muy bella), observando a la distancia el promontorio de "Chorillos": "hasta ahí llegaron los chilenos", nos apunta el taxista; "largo viaje", le respondo yo, y el sonríe. No habrá discusión sobre la Guerra del Pacífico, afortunadamente, hablar de guerras añejas es lo que menos me interesa. Especialmente guerras donde los ricos de uno y otro lado mandaban a sus pobres. Los nuestros, los de siempre, que llegaron con andrajos hasta Lima, en nombre de "la patria", recobrando salitreras para Mr Smith y sus socios. De ahí lo de rotos, y acá todos somos rotos, en Chile, los de siempre, el perraje sl que le roban sus cotizaciones y sus sueños. No, no me interesa en lo absoluto la patria y sus guerras con sus héroes mitológicos. Me interesa el cebiche, me interesa conocer narrativa peruana desconocida y asistir al evento Ciudad Rock el sábado por la noche junto a la italiana y tierno bebito. Llegamos finalmente al Hotel, un Ibis, siempre lento en el check inn, aquí y en la quebrá del ají (pero barato)
Tras dejar los bolsos y cambiar de pañales a tierno bebito, salimos a patiperrear por las calles de Miraflores, lindo y limpio distrito. Perú es un Estado Unitario fuertemente descentralizado con municipios con real autonomía que cuentan con un alcalde mayor como en Lima y alcaldes de distrito. Todo eso me lo informó el taxista, algo dice del nivel cultural de los peruanos. 
Estamos con suerte, justo este fin de semana tenemos las Librerías de Miraflores con descuentos. Me compro las sexografias de Gabriela Wiener, me recomiendan "los inocentes" de un perdido Oswaldo Reynoso recobrado por los chicos de Estruendo Mudo en una sencilla pero agradable edición. 

Me agradan los libreros de aquí, son atentos y han leído lo que recomiendan. Me recomiendan también El Sexto de JM Arguedas y Necrofucker de Richard Parra, todo un acierto este último, dos magníficas historias. Por mi parte echo al carro Los Niños Góticos y Bienvenido a Incaland, que es de un barcelonés (recomendado por Iwasaki).
 
. Coffe time por ahí junto a un sujeto que parece el clon peruano de Charly Garcia que se bebe una cusqueña a las 10 am leyendo el periodico. Ese es estilo. 
 
Por la tarde almuerzo en el shopping Larcomar con vistas al hermoso Malecón. Lima es desbordada en parque automotriz y sus calles no dan abasto. Existe un subdesarrollo notable en infraestructura, pero me impresiona que en general la gente es delgada y no se ven tantas farmacias como en Chile donde insisten en enfermarnos a todos. Buena gastronomía, buenos productos que respetan su identidad dan como resultado buena salud. Hay más librerías que farmacias, al menos a primera vista y mucho pescado crudo delicioso en sus restoranes. Mucha población oriental, chinos y japoneses, contrastan suavemente con los rasgos andinos de los peruanos de a pie. Ojos delgados, pómulos altos, piel morena, pelo chuzo, barbilla afilada, generalmente esbeltos. Las mujeres cuando son guapas se parecen a Pocahontas, cuando son feas, a una pesadilla. Charly M. podría vivir perfectamente en Lima por un buen tiempo.
 
Llama la atención que todos los locales indican el aforo e invocan una ley antidiscriminación en letreros bien visibles. Existe un culto a la identidad, no hay rubor alguno en denominarse cholos, o festinar y reirse de sí mismos mezclando ideas de occidente tipo Star Wars o los Beatles con alpacas y otras caricaturas propias de la mas altiplanica de la peruanidad. El nacionalismo aflora y late con potencia, un síntoma de control elitario que no me gusta cuando aparece rebasando los limites puros del folclor. Celebran por estos días el combate de Angamos (la captura del Huascar), una derrota, así como nosotros celebramos el salto mortal de Pratt. Ellos-nosotros, qué tontería más grande. 
Tras hartarnos de cebiche y chicha morada descansamos. También pisco sour y saben una cosa, el pisco es peruano. 
 
Al día siguiente más comida cerca del malecón, más librerías, un salto en parapente por los acantilados con una vista fenomenal de toda la ciudad. 
Acantilados verdes frente al mar donde los chicos surfean. Tierno bebito ruge de alegría persiguiendo a una limeñita varios años mayor, cual Gavilán Pollero, en la plaza del amor junto a una escultura que muestra a una pareja de obesos enrojecidos a besos.

 
Por la noche nos vamos al Ciudad Rock 2 en el estadio Monumental de Universitario de Lima. El estadio queda bastante retirado y el perímetro está custodiado excesivamente por grises policías con escudos. Its only Rock and Roll, Baby. Más que un evento musical esto se parece a un preparativo para marcha de estudiantes en Chile, así de Brígido. El ingreso es tranquilo, sin delincuentes ni cholos asesinos de los que me advirtió mamá, esperando por nosotros, pese a la escasa (muy escasa) iluminación de los ingresos al estadio. Me siento en las inmediaciones del Estadio Nacional de Chile a principios de los noventas, es de una precariedad fuera de lugar.
Venden cerveza y choripanes adentro del estadio, pese a ello no hay ebrios jugosos por ningún lado y eso que el concierto lleva varias horas ya. 
 
Llegamos cuando toca Orishas. Correcto desempeño, muy mala la técnica de sonido, más que discreta...pobre. Las pantallas gigantes son dos, pero no merecen llamarse gigantes a menos que estemos en Lilliput. Al parecer se gastaron todo el dinero en artistas y olvidaron armar un buen rider técnico o por ahi mejoraron las utilidades. Mal audio y muy pobre juego de luces. Después tocó un grupo que se llama Magic, una especie de Reggae de despedida de soltera donde el vocalista le mueve el paquete a las cholas de la primera fila. Un asco de banda. Después vino Capital Cities y el audio mejoró.
 
 Tras ello, el viejo Iggy Pop que a cuero pelado como siempre desbordó tanta energía desde el inicio de su presentación con The Passenger hasta que se despidió con un simpático "Chao Perruanos". Se puso la camiseta de la selección que días mas tarde perdería por 2 a 1 en el Nacional de Chile. A esas alturas tierno bebito ya dormía. Entró el Salmón a escena. Costó un par de canciones que cuajara el audio, pero eso no fue impedimento para que el Estadio estallara cantando el himno de la Generación Calamaro, miles de salmones cantando a voz en cuello: "me parece que soy de la quinta que vio el Mundial 78, me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor". 
 
Media hora más tarde nos vamos sin terminar con Calamaro y sin ver a los pinche cabrones de Molotov. Tierno bebito merecía descansar. Había sido demasiado Rock. 
Día siguiente shopping en los Polvos Azules, la mayor tienda de piratería de marcas en algodón peruano del mundo. Una vuelta por Barrancas, almuerzo en el insalubre  y sobrevalorado "Canta Rana" y al día siguiente paseos y sanguches de chicharrón crujiente.
Lindo Lima. Cuiden Lima, cuidense Peruanos, vi muchas tiendas Ripley, Faladeuda y demás chilenidades que han destruido a más chilenos que cualquier guerra. Viva Perú.


 

domingo, 8 de mayo de 2016

Taller literario parte 3. Recuerdos de fútbol.

La última sesión ha sido la mejor por lejos. Al menos desde mi perspectiva. Pese a haber tenido un día enormemente  espeso y llegar con mi disfraz de abogado a la sesión, lo suficientemente cansado como para haber desistido por ese día de mi tarea, recordé que esto es parte de mi entrenamiento, del oficio de escritor que me propongo. Debía asumirlo con la misma tenacidad que las historietas me enseñaron en viñetas de Dennys O'Neill, a un Bruce Wayne en el Himalaya aprendiendo los secretos de la inmortal Liga de las Sombras. No podía incurrir nuevamente en mi más viejo y recurrente hábito, ese con el que mi padre solía recriminarme los domingos del Señor: "solo proyectos, siempre dejando todo a medio hacer".
Me armé de paciencia y de suficiente cafeína en una cafetería cercana al Monte Sacramental donde el maestro, al son de campanadas episcopales, imparte sabiduría en lienzos descritos, y me sumé al grupo que ya contaba con una nueva baja. La primera fue la de un tipo al que no alcancé a conocer más que por un sufrido mensaje final al "grupo de whatssap", informando que se automarginaba producto de una crítica del dueño de casa en orden a que "aquí no nos abocamos a temas comerciales" que al parecer era la intención de un thriller detectivesco que se proponía; y ahora llegó el turno de una chica traviesa que me caía muy bien,pues tiene el peligroso don de ver bajo el agua, al punto que de solo escuchar mi relato, el de vampiros y chupacabras, descubrió su origen entre cañas de vino tinto, estragados amigotes y baratas partidas de dominó. Debía cuidar a sus hijos o algo así. Una lástima, pero el show debe seguir. Y así analizamos un relato de Carlos Cerda en el exilio, mirando el fútbol en comunión a la distancia con su padre, texto en el que finalmente todos, dirigidos por el maestro, coincidimos en que varios párrafos llorosos, homenajísticos, y temporalmente descriptivos, atentaron contra su perfección. No era Henry James, por supuesto, sin embargo esas letras abrigaban, al punto que mi memoria me trasladó fuera de ese tiempo y de ese espacio rodeado de señoras apasionadas (más un catalán), todos padeciendo, anda tú a saber, qué clase de problemas emocionales, psiquiátricos u hormonales, al punto de preferir esta danza masoquista de cometas ante un abatido y rabioso astro mayor, que no parece acostumbrarse a la idea de que cada vez está más cerca el día en que terminará convertido en una enana blanca. ¿Era también lo de ellos una búsqueda del oficio? ¿Una solución al eterno retorno de los after office? ¿Crueles espectadores como Marla del Club de la Pelea visitando grupos de enfermos terminales?
Pero yo ya estaba lo suficientemente lejos de esas disquisiciones, el perro camuflado del cuadro en la pared me engullía y transportaba a mi antigua y apolillada casa en Copiapó, donde nuestro propio perro, el "Spasky" , llamado así en honor al ajedrecista ruso de la guerra fría, le ladraba al par de borrachines vagabundos que cada noche llegaban a dormir a un sitio eriazo que quedaba al final de nuestra Villa de casas fiscales de madera pintadas de blanco y marrón, entregadas a nuestros padres, silenciosos funcionarios públicos de una gris repartición ubicada en la casa de un exiliado político, que como Carlos Cerda, desde algún lugar del mundo, extrañaba también a los suyos. Pero los míos estaban ahí ahora, en otro tiempo, con mi vieja haciendo un pan amasado que al enfriarse se convertiría en una roca imposible, al tiempo que entre miradas cómplices, me impartía  sus enseñanzas fundamentales, las mismas que mi padre jamás aprobó: hijo mío, antes de casarte debes conocer "muchos potos"; búscate una fea, las feas son mejores porque son más agradecidas y gastan poco y siempre te va a querer. Y en el televisor, esa misma noche, horas más tarde, la Católica de Ignacio Prieto llegando a la final de la Copa Libertadores, y el recuerdo de cómo me sudaban las manos frente al televisor grueso Antu a color al que había que golpear cuando el volumen se le bajaba, y los comentarios de mi viejo que me llegaban por la espalda, con su voz suave y ansiosa a la vez, conversando de fútbol, acompañándome en mi tensión, aunque él fuera hincha de La Serena, porque esos instantes, en que Óscar Birth le atajaba un penal a los Colombianos del América de Cali, serían nuestros momentos imborrables, nuestros diálogos en una vida de silencios, acompañados por la locura trivial de mi vieja que grita de alegría y se declara hincha cruzada sin saber de fútbol más de lo que sabe hacer pan amasado.Tantos años han pasado, y días atrás nuevamente nos encontramos en torno al balón como excusa, ahora yo con mi hijo en brazos, con mi viejo alto y su cabello de plata, escuchamos el desenlace del campeonato nacional por la radio en un departamento en Santiago. Seis años viviendo de segundos lugares, segundones, cotillón y mufa, para que esa tarde por la radio, operase el milagro. Saltamos  de alegría tres generaciones y hablamos otra vez de fútbol con mi viejo, y hablamos otra vez, se rompe ese silencio vencido antes solo por mis gritos de auxilio desde un calabozo, un hospital, un matrimonio cuestionable, un divorcio inminente, una transferencia urgente, sin reajustes ni intereses.
Ese viaje en el tiempo, transcurre apenas durante unos segundos, antes de mi turno de hablar, de analizar esa pequeña imperfección del relato lanzado en la parrilla, que rompe mis silencios y me abriga. Y mis voz sale atropellada, ansiosa y frágil, como el grito de gol de un moribundo, como un efecto secundario de los viajes en el tiempo.
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domingo, 1 de mayo de 2016

Taller literario 2. Mecánica de los pequeños rencores.

Nunca lo había imaginado, pero resulta que soy bastante rencoroso. Estaba leyendo el penúltimo libro del reconocido escritor que dirige el taller bajo el resguardo del cuadro de un perro sombrío, y ya no lo disfruté más que para analizar los yerros en su escritura basándome en sus propios consejos, advertencias y ademanes lingüísticos con que vapuleó a mis vampiros de pueblo.
¿Así que era demasiado inverosímil la aparición de un chupacabras? Pues a mí como abogado me parece bastante inverosímil que un juez "de instrucción" (nótese que pongo comillas), cite a un testigo a su despacho sin la presencia de un abogado para deslizar una teoría que puede inculparlo de un crimen, de la que no quedará ningún registro en el expediente. 
Tras el asesinato de un perro aparecieron unos PDI en la casa de los dueños para informar que se estaba frente a un delito. ¿En serio? ¿Acaso era el perro de Luksic? ¿Era Laika la perra que viajo al espacio? Porque francamente me parece mucho más inverosímil que los detectives de la PDI aparezcan amablemente ofreciéndose esclarecer la muerte de un can en la casa de sus dueños, a que un político de pueblo plantee en un discurso que el chupacabras anda suelto. Lo digo porque conozco gente que alguna vez fue asaltada a punta de pistola en su propia casa y los PDI no los invitaron a pasar ni al cuartel. Entonces cabe preguntarse ¿Cuáles son los límites de lo verosímil? Desde que leí mi primera historieta de Superman y acepté que Luisa Lane era incapaz de reconocer a Clark Kent solo por el uso de unas gafas, comprendí algo que me parece bastante básico, y eso es que los límites de la ficción están determinados por el pacto tácito que suscriben lector y autor para dar y aceptar una historia. En caso contrario, y ahora lo digo como lector, serìa imposible disfrutar de nada. Si someto cualquier lectura al análisis a voz en cuello, seguramente tendré que quedarme en mi biblioteca con libros de ciencia pura.
Y así, como atado a un rencor, seguí cargando contra el texto y apuntando febril los yerros gravitatorios de la novela del autor que párrafo a párrafo se iba convirtiendo en mi mente, en un siniestro y fumador padre Gatica.
¿Así que es una deslealtad hacia el lector, por parte del narrador omnisciente, informar que alguien murió sin contar, el cómo ni el por qué? Y qué me dice entonces de plantear en el primer cuarto de una novela que el protagonista puede haber auxiliado en el suicidio de su hermano y nunca más retomar esa línea argumental, ¿no es eso confundir al lector? 
El narrador en tercera persona no tiene humor, sólo muestra, sólo exhibe, no aparece, está mirando desde arriba!!. Así que no puede haber opinión, ¿eh? Entonces cómo se explica que tras describir una conducta de un par de detectives, el narrador concluya que se trata de "personas educadas y de buen trato", o bien, ¿qué significan esas sonoras conclusiones que se realiza sobre la suegra del protagonista? ¿no son opiniones del narrador omnisciente? ¿Dónde encuentro los límites entre la descripción y la opinión? ¿A veces sí y a veces no? ¿Nunca cuando aparecen vampiros contaminantes?
Me entusiasmé con lo que creí unas sólidas conclusiones y esperé el día viernes para lanzarlas tan pronto el director de orquesta terminara de vapulear al solista de turno con sus epítetos de costumbre.
Lamentablemente llegué atrasado y me perdí la primera media hora del taller. No sabía como reaccionaría el flaco narrador con mi tardanza, al tocar el timbre pensé que no abriría, y un alivio me embargó cuando me abrió la puerta con una sonrisa extendiéndome la mano y diciendome: "Hola Marco" (strike one). No presté atención, la gente a esa edad suele confundirse todo el tiempo de nombres y hasta con el nombre de la marca de pañales que usa, me dije. 
Saludé a todo el mundo y cuando me iba a sentar en el sillón que me proporciona la mayor lejanía con el humo del gigarro de nuestro anfitrión y al mismo tiempo me otorga su misma panorámica en sentido diagonal a su solio, advertí que una sonriente chica que no conocía, ya me lo había ganado. Okey, a chupar humo. Quedé frente a una colega que usa mi mismo apellido y que por efecto de llevar unos pantalones rosados con idéntica tela que el sillón en que estaba sentada, parecía uno de esos lisiados que solo tienen medio cuerpo y que extrañamente siguen viviendo. ¿Cual es el límite de lo verosímil?, me pregunté nuevamente.
Junto a mi amigo el tocayo Catalán, no vasco, había una mujer que nunca había visto. Era una mujer muy mujer, maduramente guapa, con unos ojos misteriosos de un color indescriptible y que recibía en su pelo una cantidad de nicotina tan elevada que imagino hasta las almohadas de su cama huelen a taller literario.
El dueño de casa estaba de buen humor aparentemente, pues se le notó especialmente locuaz y no recuerdo que destruyera  la obra de ningún escritor nacional. Tal vez la cena con Vargas LLosa había sido un éxito, si por éxito se puede considerar la posibilidad de que le haya lanzado alguna elegante pachotada que le provocara una ligera y nobel indigestión al festejado. Tras los comentarios desordenados tan propios de esa primera parte del taller, llegó el momento de la ignominia que implica leer públicamente la historia que se trae al análisis.
La chica sonriente de ojos grandes, previo a dar lectura se excuso de cualquier deformación profesional que pudiesemos notar en su texto, pues era periodista, y luego, con una voz meliflua, aunque profunda y entonada, leyó de manera impecable su creación. Ah! Dije yo, con esa voz mis vampiros sonarían mucho mejor!, al tiempo que comenzaba a tomar apuntes preparando la artillería de lo que imaginaba, el dueño del circo apuntaba en su mente implacable: "muchas quejas de exiliado; ¿un cordero en un departamento de ochenta metros cuadrados?, se viene fijo un inverosímil; no veo imágenes, no veo nada, solo bla bla bla; mucho discurso comunista; las primas muertas en un atentado perpetrado por el vecino de la infancia? Oh qué hice para merecer esto!! Iré al baño por un ravotril y no asesinarlos a todos." (Nota al margen: ¿incorporar terroristas musulmanes licántropos en mi novela? Too much?).
Llegó el momento de la antropofagia literaria grupal. El hombre regresó del baño una vez que la autora nos había aclarado que su padre no había sufrido ninguna apoplejía, que eso era pura invención, pero lo que pasó con sus primas, eso sí era cien por cien real. 
La ronda la inició la mujer muy mujer, y seguiriamos en sentido antihorario hasta terminar con "Marco", es decir, conmigo (strike two). Tal vez a MEO le dice Carlo Enriquez-Ominami?
La crítica en general apuntó más a la forma que al fondo, la redacción como crónica que ya nos había advertido la chica sonriente, y el maestro, para mi total desconcierto se mostró benevolente y hasta entusiasmado, al punto que encargó un cuento, a cuenta de los elementos más relevantes de la historia; cordero, musulmanes, terrorista, exiliados, Francia.
Esto me dejaba en una posición difícil, pues ahora cómo demonios podía sacar a colación su penúltima novela para descargar mis rencores sobre el maestro, si éste había tenido la gracia de efectuar alentadoras críticas constructivas a la lectura recién finalizada y encima, como de refilón se había dado el gusto de deslizar burlescamente un "y entonces me morí", que me resultó sospechosamente familiar.
Pese a la burla solapada, no logré reaccionar y sólo sonreí como un marido cornudo, sin lograr instalar mis temas, porque más encima, en treinta descorcentantes segundos, la mujer muy mujer se despachó, en una confesión certera, una asombrosa historia de pasión con uno de los pilotos que se estrellaron contra el pentágono y que no se sabía si realmente había muerto o era parte de la conspiración del 11-S. La historia impecable me dejó con la sucia imaginación evocando las persianas de "Nueve semanas y media", en un clásico del imaginario erótico mundial que es la relación entre el piloto y la asistente de vuelo.
La lección se alargó otro tanto y finalmente nos despedimos sin que yo lograra eliminar la bilis contenida durante tantos días, al punto que cuando el maestro me dijo "hasta la otra semana Marco" (strike three),  el perro del cuadro ennegrecido, me pareció que era un elefante muerto digno de una portada para la novela de José Donoso que más me gusta.
Más tarde el grupo felicitaría a la autora a traves de fraternales mensajes de whatssap a los que yo no me sumé. Seguramente la envidia y el rencor me comían en esos instantes, las constelaciones del intestino. Tarjé de mis apuntes la idea de incorporar hombres lobo musulmanes en mi novela, y apunté en su lugar: "incorporar a un ex piloto norteamericano de un programa de protección de testigos, vinculado con el ataque a las torres gemelas". 
Una vez en mi cama comencé la re lectura de una novela de un sujeto que nada en una piscina. 
Por cierto, no era nada personal.