Cuando Charly García visitó la Quinta Vergara, yo estuve ahí. Pidió caminar sobre pétalos de rosa, ingresó al escenario en silla de ruedas y una vez allí se despachó un irónico “esto es rock, aprende Chile”. Consultado tras bambalinas sobre qué le parecía el festival internacional de la canción de Viña del Mar, el anciano fue bastante conciso: “bastante kitsh”.
No soy de los que plantean que el festival (del mal gusto y el estruendo chabacano, que es y siempre ha sido el espectáculo de la quinta), es una expresión de no se qué tipo de desgracias reaccionarias con que los pseudo-intelectuales se masturban. En un país tan castrado como este, sin carnavales y más farmacias y botillerías que teatros y librerías, soy de la opinión que mientras más festivales basura, chabacanos y horrorosos, mucho mejor. Ojalá además fueran gratuitos y al aire libre (en eso el Municipio de Viña tiene una tremenda deuda con su gente, pues con la sola recaudación por vía televisiva las entradas debieran ser liberadas).
Sin embargo posee este espectáculo, un obscuro resabio de circo romano al peo, este repartir gaviotas de oro, plata cobre, bronce, (y en el pasado antorchas de igual jerarquía), o bien, esta cruenta posibilidad de empalar a algún artista en una insana muestra de expresión democrática heredada de los tiempos de la dictadura, en que destrozar a pifias a algún ser humano sobre el escenario, era lo más parecido a ejercer el derecho a sufragio.
Con los años, afortunadamente, ese castigo es riesgo exclusivo de los humoristas, que como temerosos guasones serviles al show, prestan su pellejo cual gladiadores, que si corren con fortuna y triunfan, aseguran probablemente un año de trabajo en televisión y hasta tendrán la posibilidad de transformarse en jurados de algún show similar y así felices “vengan años”. En caso contrario, la pifiadera los dejara en un estado de schock de tal intensidad que no volverán a poner un pie en un escenario.
Por eso cuando supe que por segunda vez, a Ricardo Meruane lo pifiaban sin tregua, culminando así uno de las más ignominiosos espectáculos que el “Monstruo” ha dado en la Quinta Vergara (una vergüenza nacional diría si creyera en el concepto de "patria" o "nación"), me vino a la cabeza la reflexión que Kenneth Bernard hace en su cuento “Tragar”, porque eso es lo que ocurre en ese escenario, el público se traga la trayectoria, la esperanza y el trabajo de un artista, por puro placer. Bernard en su análisis, iba mucho más allá por supuesto, y planteaba que “podría sostenerse que en cada alemán hay un judío tragado. ¿Nunca han visto a un alemán con las piernas de un judío saliéndole de la boca?”.
Esa imagen, sumada a la idea del circo romano, me trajo a la memoria unos pantallazos de la vieja alcaldesa de Viña, esa que con el dedo hacia arriba o hacia abajo, entregaba a diestra o siniestra las gaviotas para los artistas que eran de su gusta, totalmente ajena a lo que deseaba el respetable público, hasta que José Luis Rodríguez, “El Puma”, no precisamente un símbolo de la revolución, se despachó en plena dictadura el mítico “a veces hay que escuchar la voz del pueblo”.
El Monstruo en esa ocasión se tragó a la vieja. Ahora el Monstruo solo se traga a inocentes humoristas y aplaude el festín que estos se hacen con los políticos mientras que la élite, esa que se tragó y se sigue tragando al pueblo, se sobresalta en editoriales del diario El Mercurio llamando a la mesura, a cuidar las instituciones frente a “los chistes” (nunca vi una editorial del diario que miente, haciendo un llamado a políticos y empresarios a no robarnos más).
En cada chileno de la élite dirigencial hay un chileno medio, tragado. Ese puede ser nuestro parangón.
En cada oportunidad que se da blindando y ensalzando a artistas medio intrascendentes que se cuelgan de alguna bandera de lo que hoy es lo políticamente correcto (feminismo, diversidad, animalismo), como siento que ocurre cuando nos tratan de vender con fórceps la voz desafinada y meliflua disfrazada entre aburridos arreglos electrónicos que el tiempo se llevará,con la misma velocidad con que se le cayeron las tetas a las “Ketchup”, ustedes podrán comprender, hay un buen artista que quedó en el camino, desconocido y muerto de hambre, trabajando de fulanito de tal en una oficina, tragado.
En cada desahogo cobarde por las cómodas redes sociales, hay una revolución con bencina y pólvora, tragada.
Hoy mismo veía un programa de animales en la televisión y dijeron algo tan salvajemente cierto, que me sentí profundamente herido en mi amor propio: que en la selva el número de herbívoros es siempre muy superior al de los carnívoros. Eso explicaría, al menos desde el punto de vista de la selección natural, las leyes naturales y la cadena alimenticia, el por qué en nuestra especie, (y más específicamente en el homo-chilensis), el uno por ciento concentra la misma riqueza que el restante noventa y nueve por ciento, del cual yo, al igual que ustedes, formamos parte. Escalofriante y desolador.
Bernard plantea en el mismo relato: “pregúntele a una mujer si estaría dispuesta a casarse con un vegetariano. La mayoría sonreiría, sin saber por qué.” Y tiene razón, en un accidente aéreo como el de los rugbistas en Los Andes, los primeros faenados y tragados serían los veganos, a menos que piensen que los desastres son un momento oportuno para abandonar sus convicciones, como el humorista, que desesperado por salir vivo del escenario, bromea con Jesús y se traga un premio que fuera de la inoperancia de los animadores, nadie le quiso entregar. Meruane, al que se tragaron, tuvo sin embargo, mucho más dignidad.
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