miércoles, 8 de octubre de 2014

Propaganda política: la delgada línea entre la coima, el chantaje y la afinidad.

Siempre que termina alguna elección parlamentaria, presidencial o municipal, junto con las toneladas de colorida basura sonriente, queda la reflexión en torno a cuantos libros de autores inéditos, poetas hambrientos, o revistas científicas, se pudieron publicar con ese papel y tinta. Cuántas  promociones de tocatas rock de bandas emergentes, campañas solidarias o gigantografias con obras de arte pudieron promocionarse embelleciendo los espacios públicos, o bien cuantas fachadas de casas de gente humilde, pudieron pintarse, mejorando mínimamente sus condiciones de vida, en vez de malgastar en las toneladas de escoria que los candidatos le regalan a la ciudad, sin considerar la cantidad de árboles, energía y agua, que utiliza el proceso de producción de esos materiales.
Sin lugar a dudas, que se trata de cifras millonarias, tiradas a la marchanta, como una de las más desvergonzadas formas de reírse,inmoralmente, en la cara del ciudadano, que además de bancarse los continuos "desaciertos" de sus representantes durante sus mandatos, deben soportar la agresión que significa esa polución invasora de rostros satisfechos con sus eslóganes sosos y que ofenden cualquier inteligencia (siempre contigo, justicia ahora, igualdad para todos, vota por ti, toma chocolate paga lo que debes).
A propósito del escándalo que significa en Chile el Pentagate (estratosfericas sumas que un grupo empresarial desvía para financiar las campañas del sector más conservador de la política), la indignación no tiene límites. 
Si ya era un secreto a voces que las empresas financian a los políticos y que estos exceden con creces el gasto permitido, las donaciones multimillonarias, sin dudas que exceden el gasto "legal" y el gasto "real", y de ese excedente ni hablar, pero de que se va al bolsillo de alguien, pues que se va.
Por qué en una economía de Libre Mercado, sana, robusta y feroz como la chilena, las empresas deben financiar "discursos ideológicos"? Pues eso es lo que debiera representar una campaña electoral en última instancia. Y si el Mercado "se autorregula", para qué necesita de un aliado en el Estado? Entonces, este conjunto de donaciones, que exceden lo legal y lo real, qué representan verdaderamente? 
Si un policía gana un sueldo, y tiene un reglamento de policía al que ceñirse, como se llamaría la acción de entregarle dinero? Se llama coima, evidentemente.
Y para qué le entregamos ese dinero? Pues para controlar su voluntad, y evitar que actúe conforme al reglamento, respecto de quien le ha pagado, naturalmente. Pero y si el día de mañana, pese a que le pagué, pretende cursarme una multa? Sencillo, lo amenazo con hacer público que recibió una coima, es decir, lo chantajeo.
Ahora olvidemos al policía y pongamos a un parlamentario en escena. Resulta que aquí la cosa es peor, porque el parlamentario, no sólo debe atenerse al reglamento sino que es él precisamente, el llamado a "crear" los reglamentos que nos rigen a todos, y así, la empresa que entrega la donación reservada (coima), posee el poder de revelar de algún modo ese aporte, cuando no le gusta la ley que están pasando (chantaje), logra evitar ese resultado, lo que hace, en definitiva, es legislar, sustrayendo el poder soberano radicado en la autoridad pública, que antes pertenecía al ciudadano.
Eso son los vicios que amparan las campañas electorales millonarias, sin discurso y  basadas en una simple imagen publicitaria. Se distorsiona el ejercicio democrático, pues no sólo  agreden visualmente al ciudadano y ensucian la ciudad, sino que permiten soslayar el discurso político e ideológico necesario para razonar al momento de elegir y se entrega entonces, la soberanía plena, a los controladores del poder económico.

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